Los avances realizados en la lucha contra el sida desde que la enfermedad se describió por primera vez el 5 de junio de 1981 en la revista Morbidity and Mortality Weekly Report son comparables a pocos hitos en la medicina moderna. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida ha pasado de ser una enfermedad mortal en la mayoría de los casos a una infección controlable por medicamentos que, no obstante, sigue matando a alrededor de un millón de personas al año, casi todos en países en vías de desarrollo.
Pero, a pesar de los pasos de gigante en el control de esta dolencia en los países que sí se pueden permitir el tratamiento, la gran asignatura pendiente sigue estando ahí: no se ha conseguido curar la enfermedad. Detrás de las razones de este fracaso, se encuentra una peculiar característica del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y es su habilidad para jugar al escondite con cualquier medicamento. El patógeno se repliega de forma latente en los llamados reservorios, localizados en cualquier tejido del organismo. En el momento en que el paciente deja de tomar la terapia antirretroviral, esos virus despiertan y vuelven a atacar al sistema inmunológico y acercarse peligrosamente a provocar las enfermedades asociadas al sida.
Pero toda regla tiene su excepción y la literatura científica ha recogido dos milagros en los que la mano del hombre ha conseguido lo que parecía imposible. El primero fue la única curación registrada de la infección por VIH, que protagonizó Timothy Brown, un seropositivo de 42 años residente en Berlín en 2008. Pasó de estar infectado por VIH a no tener rastro del virus en su sangre.
El segundo se ha publicado este viernes -coincidiendo con el Día Mundial de la lucha contra el sida- en la revista Annals of Oncology y lo protagoniza un francés de 51 años del que se desconoce el nombre. Por primera vez, los médicos han conseguido reducir drásticamente los niveles de VIH de este seropositivo situados precisamente en los recónditos reservorios de su cuerpo, aunque, según indica la autora del estudio que describe su caso a EL ESPAÑOL -Amélie Guihot- tiene que seguir tomando tratamiento antirretroviral.
Pero ambos casos tienen en común una característica que no desea para sí ningún paciente infectado por el VIH: los dos han tenido cáncer y los dos deben su mejora en lo que al VIH se refiere a tratamientos para frenar su enfermedad oncológica. En el caso de Brown, fue una leucemia lo que hizo que su hematólogo le prescribiera un trasplante de médula, aunque decidió escoger como donante a alguien con una mutación genética que le hiciera inmune a la infección. Brown se curó de ambas dolencias.
En el conocido este viernes, lo que ha logrado diezmar al VIH escondido en los reservorios ha sido uno de los tratamientos más innovadores contra el cáncer, una inmunoterapia llamada nivolumab. A pesar del efecto sobre su virus, el paciente hubiera preferido seguramente no tener que inyectársela: si lo hizo fue porque sufrió un cáncer de pulmón que, además, recayó a pesar del primer tratamiento recibido.
Pero el segundo medicamento, además de controlar su cáncer, tuvo el efecto que los médicos no esperaban y que creen que podrá tener implicaciones para pacientes con VIH sin cáncer. "El fármaco podría trabajar sobre los reservorios del VIH y las células tumorales de forma independiente", comenta otro de los autores, Jean-Philippe Spanno.
Para el director de la Unidad de Inmunopatología del Sida del Instituto de Salud Carlos III (ISCII), José Alcamí, que conocía el caso antes de publicarse, éste es "interesante" y, de hecho, es reflejo de una tendencia que están proponiendo varios autores: utilizar "fármacos antitumorales que provocan una modulación del sistema inmune" en pacientes seropositivos.
Sin embargo, el investigador español difiere "un poco" en la interpretación que de su hallazgo hacen los autores. "Ellos dicen que se ha producido un fenómeno de shock and kill por el anticuerpo antitumoral, pero también es posible que el fármaco directamente ataque el reservorio del VIH, ya que se ha descrito que las células que expresan altos niveles de CD40 son más ricas en virus integrados", explica a este diario.
Pero lo más importante para Alcamí es que el tratamiento descrito en la revista "no puede considerarse como una terapia para seropositivos que no tienen un cáncer que requiera de esa terapia". De hecho, destaca que recientemente se ha publicado un estudio en afectados sólo por el VIH y que "no hubo un gran beneficio y sí una toxicidad elevada". Aunque el experto destaca que hay ensayos clínicos intentando demostrar este aspectos, concluye que "no hay datos consistentes".
Así, queda claro que el cáncer y el VIH no son dos perfectos desconocidos, pero que es pronto para cantar victoria y concluir que un tratamiento frente al primero acabará con el último. Pero, sin duda, observar a los pacientes poco afortunados que sufren ambas dolencias, será de interés para el avance de la ciencia. En el Día Mundial de la lucha contra el sida, queda por conseguir lo más importante: vencerlo.