Ya lo decía el famoso anuncio de turrones: la Navidad es la época idónea para volver a casa después de un tiempo fuera del nido familiar. La vuelta al hogar puede suponer una alegría para aquellas personas que han permanecido mucho tiempo alejados de sus seres queridos, pero también puede suscitar un gran estrés para quienes, a pesar de adorar a su familia, ya se han acostumbrado a vivir lejos de ciertos comportamientos.
Tías que te preguntan si "te vas a quedar para vestir santos", cuñados que lo saben todo, comentarios inadecuados sobre cambios en el físico, sobre política o religión. Todo esto pueden parecer tópicos exagerados, pero lo cierto es que son más frecuentes de lo que parecen.
Nicholas Joyce, psicólogo de la Universidad del Sur de Florida, ha escrito en The Conversation un artículo sobre cómo afrontar este tipo de situaciones, con el único fin de que volver a casa por Navidad sea un motivo más de alegría que de ansiedad. Según Joyce, que cuenta entre sus pacientes con muchos universitarios temerosos de la vuelta a casa durante las fiestas, el principal problema que se presenta ante este tipo de situaciones suele ser la falta de aceptación de la realidad.
A menudo viajan a casa pensando que este año será diferente y que no tendrán los encontronazos con familiares con los que se han topado en navidades anteriores. Sin embargo, al llegar descubren que todo sigue igual, comenzando con ello un periodo de frustración.
Por eso, el primer paso para superar estos problemas debe ser asumir la realidad y no soñar con una diferente. Es importante pararse a pensar un momento antes de llegar a casa en cuáles serán los posibles comportamientos que pueden molestarte, las sensaciones que te producirán y decidir cómo enfrentarse a ambas cosas.
Esto se puede hacer de muchas formas pero, según afirma el psicólogo, las idóneas son sólo dos. Por un lado, se puede hacer frente al problema tomando una postura asertiva. Por ejemplo, ante el familiar que saca a relucir la falta de una pareja, se puede responder educadamente recordando que es posible ser feliz solo y que no hay por qué buscar a alguien desesperadamente. En ese caso, la otra persona puede tratar de iniciar una discusión, pero si su interlocutor respeta su opinión y no le sigue el juego no tiene por qué haber problema.
Por otro lado, también se puede adoptar la postura de "dejar pasar" a través de frases como "sí, no tengo pareja", o cambiar de tema y preguntar a la otra persona cómo se encuentra. Esto no tiene por qué implicar cobardía, sino un simple mecanismo para evitar el que podría ser el inicio de una acalorada discusión.
Todos estos parecen consejos obvios, pero vale la pena ponerlos en práctica, ya que, por muy fáciles que parezcan, siempre merecerá más la pena que comenzar un conflicto inútil. Al fin y al cabo, ¿quién quiere discutir si sólo dispone de unos días para estar con las personas a las que más quiere en el mundo?