Cuando pensamos en quitarnos de encima esos kilitos de más —sí, esos que arrastramos desde Navidad—, solemos acudir a un nutricionista en busca de consejos o bien recurrir a las típicas dietas popularizadas con apellidos como macrobiótica o paleo. Pero a pocos se nos ocurriría pensar que un economista pudiera diseñarnos un régimen en base a sus conocimientos académicos.
Sin embargo, los expertos en esta materia Christopher Payne y Rob Barnett han hecho algo parecido: utilizar las mismas teorías económicas y estrategias que se emplean para solucionar problemas globales para elaborar una guía dietética que recogen en su libro, The Economist diet, en el que hablan de crisis y medidas de austeridad, entre otros conceptos.
Payne, experto en estabilidad financiera, y Barnett, un analista especializado en el mercado de los combustibles fósiles, se conocieron hace unos años cuando trabajaban para la misma empresa en Washington. Ambos vivían en las mismas circunstancias que gran parte de la población de los países desarrollados: tenían mucho trabajo, poco tiempo para cocinar y mucho estrés acumulado que a veces compensaban a base de dulces, para perjuicio de sus muslos y michelines.
A estas condiciones se sumaba el bajo precio de los alimentos menos saludables y procesados. En resumen: estaban obesos. Los economistas se dieron cuenta de que tenían un problema de peso y que necesitaban adelgazar y adoptar hábitos de vida más saludables. En su obra nos cuentan en clave económica cómo se las arreglaron para perder algo más de 50 kilogramos en un año y medio.
Un programa de austeridad autoimpuesto
Según los autores, la economía no es solo cosa de negocio o política, sino "la ciencia de las decisiones humanas que puede ayudarte a hacer mejores elecciones de comida y conseguir una pérdida de peso duradera". Porque adelgazar, dicen, es principalmente una cuestión de comportamiento y control de impulsos.
Uno de sus primeros consejos es que nos tomemos la dieta como "un programa autoimpuesto de austeridad alimentaria". Al igual que el gobierno de un país aplica recortes para reducir gastos y combatir y evitar posibles crisis económicas, quienes decidan someterse a un régimen deben aprender a reducir la cantidad de comida que ingieren al día para evitar crisis de salud presentes o futuras.
Lo malo es que tomar menos alimentos puede llevarnos a pasar hambre, una sensación desagradable, pero necesaria. Para evitar las tentaciones y el picoteo, Payne y Barnett sugieren estrategias basadas en la economía conductual, como pesarnos todos los días. Si el número que muestra la báscula aumenta o deja de disminuir, deberíamos ingerir menos calorías.
En otras palabras: necesitamos entender que tenemos un presupuesto limitado y no dejar que nuestra creciente demanda (de alimentos) se satisfaga con un suministro infinito. Podemos apretarnos el cinturón, bien disminuyendo el número de comidas que hacemos diariamente o bien eligiendo alimentos más sanos.
De hecho, el libro apunta que no es necesario que nos sentemos a la mesa ante un plato consistente tres (y menos cinco) veces al día, como pautan las normas sociales. Indican que basta con una comida fija y verdaderamente importante por jornada, mientras que el resto podremos gestionarlas según el nivel de hambre que sintamos.
Presta atención a los datos
A pesar de proponernos medidas de austeridad, los autores advierten que no debemos volvernos unos contadores de calorías, sino ser conscientes de las que ingerimos. Fijarnos en la información y los datos que nos dan las etiquetas de los productos puede ayudarnos a elegir aquellos más sanos.
Payne y Barnett nos aconsejan también no dejarnos seducir por las campañas de publicidad de alimentos. En una economía de libre mercado, el consumidor tiene la capacidad para diferenciar entre productos y servicios verdaderamente útiles y aquellos que solo buscan sacarle los cuartos o, incluso, son perjudiciales para su salud.
Asimismo, recurren a la teoría del consumidor de la microeconomía y la ley de los rendimientos decrecientes para explicar por qué la búsqueda constante de nuevas experiencias culinarias y la variedad es problemática para nuestra cintura. De acuerdo a estas reglas financieras, lo más recomendable es mantener una dieta que limite tanto el número como el tipo de alimentos.
No obstante, por muchos que nos esforcemos, el gusto por los banquetes es inherente a la condición humana. El libro toma como referencia el dilema del prisionero, un problema de la teoría de juegos, para indicar por qué las personas necesitamos darnos un atracón de vez en cuando, aunque no le sienten demasiado bien a nuestro cuerpo.
La clave para evitar que la gula acabe convertida en kilos de más es hacer miniayunos, bien tomando pocas calorías antes de una comida copiosa o bien pagando nuestras "deudas calóricas" posteriormente. Ahora, escoge bien lo que vas a llevarte a la boca, porque no conviene "gastar calorías en alimentos que no te gustan realmente".
Microhábitos para un cambio prolongado
Con el fin de facilitarnos la tarea de seguir la dieta y, además, mantenernos después, Payne y Barnett recogen una serie de costumbres que ellos denominan "microhábitos" y que podemos instaurar en nuestro día a día para alimentarnos de una manera más saludable. Preparar comida casera, evitar el pan y las patatas fritas, escuchar las señales de nuestro cuerpo para interpretar si tenemos realmente hambre o no, llevar un diario de comidas y plantearnos metas a largo plazo son sólo algunos de ellos.
Aunque las recomendaciones de estos dos economistas son la mar de útiles, no hay que aplicarlas a rajatabla. Algunas, como reducir el número de comidas diarias o su variedad, van en contra de los consejos de los especialistas en nutrición. Sin embargo, el objetivo de estos expertos no era escribir una guía nutricional, sino explicar las pautas que a ellos les han ayudado a perder peso de una forma diferente. No hay que olvidar que son economistas, no profesionales médicos.
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