Dicen que tomar decisiones con el estómago vacío suele ser una mala idea. Esto no es un simple dicho popular, ya que un estudio publicado en 2016 por científicos de la Universidad de Gotemburgo estableció una curiosa relación entre la toma de decisiones impulsivas y la secreción de una sustancia liberada en situaciones de hambre.
Sin embargo, esa dificultad para pensar con claridad puede tener su cara buena, según lo que se concluye de otro estudio, publicado recientemente en Cell por científicos de la Universidad de Pensilvania.
Y es que de sus investigaciones se concluye que la sensación de hambre puede ayudar a paliar el dolor crónico de carácter inflamatorio, con todo lo que eso podría suponer para el futuro desarrollo de nuevos fármacos analgésicos.
La cara buena del hambre
El dolor agudo es una reacción natural del organismo que impide que nos acerquemos más de la cuenta a estímulos peligrosos. Esto lo convierte en un fenómeno muy necesario, cuya inhibición podría complicar mucho la vida de una persona.
Sin embargo, cuando el dolor se mantiene durante un periodo largo de tiempo, normalmente como consecuencia de algún tipo de inflamación, se convierte en un verdadero incordio, que debilita al individuo llegando a poner en peligro su supervivencia. Pocas reacciones naturales del organismo podrían luchar contra algo así; pero, según este nuevo estudio, sí que hay una con la capacidad de conseguirlo.
Llegaron a esa conclusión gracias al análisis de las reacciones que tuvieron un grupo de ratones frente al dolor agudo o crónico. Previamente los dividieron en dos grupos: los que llevaban 24 horas sin probar bocado y los que sí habían comido recientemente.
No se encontraron diferencias destacables en los dos grupos con respecto al dolor agudo, pero sí que se hallaron en el caso del dolor crónico, ya que los que estaban saciados evitaron el lugar en el que se les había causado el dolor, mientras que los hambrientos no tuvieron reparos en volver hasta allí.
Por si quedaba alguna duda de la inhibición del dolor, decidieron repetir el procedimiento, pero esta vez administrando un analgésico a los ratones, que reaccionaron exactamente igual que los que llevaban tiempo sin comer.
La relación entre el hambre y la ausencia del dolor parecía demostrada, pero su causa seguía siendo un misterio, por lo que a continuación procedieron a activar experimentalmente las AgRP, un grupo de neuronas activadas normalmente en periodos de inanición.
Como cabía esperar, se reprodujeron los resultados, pero estos investigadores querían ir más allá, por lo que repitieron el procedimiento activando de una en una las distintas subpoblaciones neuronales distribuidas por el cerebro. Finalmente comprobaron que bastaba con activar un pequeño grupo de 300 neuronas situadas en el núcleo parabraquial para que se paliara el dolor crónico.
Sin duda se trata de unos resultados muy positivos de cara a la búsqueda de nuevos analgésicos. Lógicamente, los tratamientos no consistirían en negar la comida a los pacientes, sino de engañar a su cerebro, para que crea que tiene hambre, a pesar de tener el estómago lleno. Una mentirijilla piadosa en pro de la salud.