Ya se vislumbra el final de la II Guerra Mundial. Cada vez más cercado por sus enemigos, Hitler no tardará en caer, pero no todo el mundo es optimista. Europa está completamente arrasada y algunos piensan que se avecina una gran hambruna.
Es noviembre de 1944 y Estados Unidos decide poner en marcha un experimento científico para anticiparse a las consecuencias del terrible panorama. La historia está llena de episodios de hambre, pero nunca se han estudiado sus efectos sobre la salud física y mental en condiciones controladas de laboratorio.
El problema ético y logístico era evidente: ¿quién iba a someterse a la inanición en un estudio que se prolongaría durante meses? Los participantes tenían que estar sanos y alguien pensó en los objetores de conciencia que se habían negado a incorporarse al ejército americano y que estaban recluidos en campos de trabajo. La mayoría había aducido motivos religiosos para no ir al frente y, aunque decían estar dispuestos a entregar su vida por su país, no querían matar a nadie.
De entre ellos se presentaron más de 400 voluntarios que pasaron por diferentes pruebas de selección hasta que finalmente los científicos se quedaron con 36. La investigación se desarrolló en la Universidad de Minnesota hasta diciembre de 1945 y se conoció como Minnesota Starvation Experiment.
El inventor de las 'raciones K'
Al frente de todo este trabajo estaba Ancel Keys, un profesor que ya era muy conocido por haber inventado las llamadas 'raciones K', llamadas así por la inicial de su apellido, un kit de alimentación diaria para los soldados de Estados Unidos que garantizaba más de 3.000 calorías diarias con alimentos variados y no perecederos.
Nadie mejor que este dietista para llevar a cabo el estudio del hambre, que se dividió en varias fases: control, privación de alimentos, recuperación y vuelta a la normalidad. En los peores momentos, sólo se les ofrecieron alimentos que en teoría serían los más comunes en Europa en los siguientes años: patatas, nabos y pan negro. Consumían la mitad de las calorías que necesitaban y realizaban mucho ejercicio.
Los cambios físicos fueron numerosos y evidentes: anemia, trastornos del sueño, fatiga, edemas y caída del cabello, entre otros muchos. Pero quizá los cambios psicológicos y de comportamiento sean aún más interesantes y muchos de ellos quedaron reflejados en los diarios de los participantes. Algunos expertos destacan la similitud entre lo que les ocurrió y la anorexia nerviosa.
La preocupación por la comida pasó a ser el centro de sus vidas. Sufrieron depresión, irritabilidad, apatía, trastornos psicóticos, falta de concentración y otros problemas cognitivos. En el aspecto social, al principio formaban un grupo unido, pero paulatinamente pasaron a aislarse y a rehuir cualquier tipo de compañía.
Sin deseo sexual
Todos eran hombres jóvenes y, aunque se les permitía socializar siempre que mantuviesen su dieta, poco a poco fueron dejando de quedar con chicas, disminuyó su deseo sexual, la masturbación y las fantasías casi desaparecieron con el paso del tiempo.
El final del experimento consistió en restablecer poco a poco una dieta adecuada, pero la normalidad iba a tardar en volver. Habían descontrolado por completo sus comidas, se pegaban grandes atracones y seguían teniendo hambre.
Las secuelas psicológicas también fueron muy duraderas y en algunos casos se mostraron incapaces de superar su obsesión por la comida. De hecho, tres de ellos se convirtieron en chefs y uno en agricultor.
Promotor de la dieta mediterránea
¿Pero qué fue del científico Ancel Keys? Hoy en día más que por este experimento o por las 'raciones K', es conocido por ser el principal promotor de la dieta mediterránea. Tras el trabajo sobre el hambre, se embarcó en el Estudio de los Sietes Países.
Al investigar lo que ocurría en Italia, Países Bajos, Estados Unidos, Grecia, Japón, Yugoslavia y Finlandia, el fisiólogo y sus colaboradores comprobaron que las enfermedades cardiovasculares eran más frecuentes donde se consumían más grasas. La dieta de los países del Mediterráneo parecía mucho más saludable y así se propagó en las siguientes décadas.
Lo cierto es que el trabajo de Keys ha recibido muchas críticas por estar muy sesgado. Hoy en día no se considera que las grasas tengan un papel tan determinante en problemas como la obesidad, sino que también influyen otros factores. No obstante, el investigador de las 'raciones K' y de los experimentos de inanición optó por seguir sus propias recomendaciones y murió en 2004 a los 100 años.