Se busca píldora mágica que acabe con el cáncer, la obesidad o las enfermedades cardiovasculares de golpe. Por supuesto, se trata de una quimera inalcanzable, lo que no quita para que se siga intentando localizarla. Pero, ¿y si no se tratara de un medicamento? ¿Y si lo que hubiera que hacer para reducir estas patologías -que aumentan en un mundo cada vez más envejecido- es algo que no tiene que ver con laboratorios y farmacias?
Un análisis publicado en la última edición de The Lancet confirma este jueves la eficacia de una estrategia que podría cambiar las cosas y que no es otra que freír a impuestos los productos cuyo consumo más aumenta el riesgo de padecer enfermedades crónicas, a saber: alcohol, tabaco y refrescos azucarados. Esto último se conoce como tasa del azúcar y otros estudios ya habían demostrado su eficacia, sobre todo si el aumento supera un 20%.
Los que han llegado a esta conclusión son los miembros del grupo de trabajo que la revista inglesa ha convocado para abordar la solución a una de las mayores lacras de la salud pública mundial, las enfermedades no comunicables, un grupo de patologías que excluye a las infecciosas e incluye a la mayoría de las crónicas asociadas a un estilo de vida poco saludable.
Podría parece una idea obvia, pero el hecho es que esta estrategia -aunque no es nueva- siempre se ha visto acompañada de una gran polémica. La razón: se considera que este tipo de impuestos son regresivos, es decir que afectan más a los pobres -a los que el aumento les supone un mayor impacto- que a los ricos.
Sin embargo, los autores del nuevo informe acaban con esa idea. Según se señala en el comentario que acompaña al análisis, se trata de una falacia porque, en primer lugar, la propia carga de este tipo de patologías es en sí mismo regresiva, es decir, afecta más a los pobres que a los ricos. Las personas con menos recursos enferman más y mueren más por consumir alcohol, tabaco o fuentes innecesarias de energía que las que tienen más dinero.
Por esta razón, cualquier disminución de la incidencia de estas enfermedades provocadas por una subida de impuestos afectaría también más en el aspecto positivo a los más pobres, como han demostrado distintos estudios citados en el análisis.
Pero no sólo la incidencia de las enfermedades es mayor en ciertos grupos socioeconómicos que en otros; también lo es lo que supone para la economía de las familias. "Los hogares más pobres son más propensos a incurrir en costes catastróficos que los más acomodados", escribe Lawrence Summers, el experto de la Harvard Kennedy School que firma uno de los artículos. Esto sucede por varios motivos pero, por citar sólo dos, está el hecho de que en los últimos es más normal que los trabajadores gocen de sistemas de protección social y también es más frecuente tener seguro médico, sobre todo en países donde la asistencia sanitaria no es universal ni gratuita.
Pero eso no es todo. Subir los impuestos al alcohol, el tabaco y los refrescos puede ir acompañado de otras medidas fiscales que también pueden impactar en la prevalencia de este tipo de enfermedades. Por,que, ¿qué pasa si el dinero recaudado a través de esa subida impositiva especial se dedica precisamente a paliar el impacto de dichas patologías?
En el mundo ya ha habido iniciativas en este sentido, y los autores de la serie las recogen y las comparten en el nuevo análisis. En Filipinas, por ejemplo, se utilizaron los impuestos obtenidos de una subida del tipo impositivo del tabaco para expandir los contratos de seguros sanitarios entre los más pobres.
Otros destinos que podría tener este dinero nuevo es ayudar a la gente a dejar de fumar, reducir el consumo de alcohol o consumir dietas más saludables. En definitiva, las impopulares subidas de impuestos podría llegar a ser queridas si se traducen en una mejora de la salud pública. El nuevo análisis parece indicar que esto es precisamente lo que sucedería. Sólo queda que los Gobiernos tomen nota.