Cristina Beraza tenía 51 años cuando se notó lo que ella pensó que era una hemorroide. La mujer, residente en Hondarribia, donde trabajaba en una tahona -el negocio familiar-, fue primero a la farmacia, donde le prescribieron una crema contra las almorranas. Pero aquella protuberancia no se reducía, lo que le llevó a acudir al médico.
Tras muchas pruebas, llegó un diagnóstico que, si bien asusta, no tendría por qué haber sido mortal. Cristina padecía un cáncer de ano que, según la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) tiene una supervivencia a cinco años superior al 50% en estadios avanzados.
Ella no pertenece a ese 50% y, de hecho, falleció dos años después del diagnóstico. Pero no fue precisamente porque el tratamiento fracasara, sino porque un hombre se cruzó en su camino. Su nombre, Juan José García Román; su profesión: naturista. Ahora este pseudocientífico está denunciado por estafa y la familia de Cristina le reclama 15.000 euros, lo que calculan que gastaron en terapias naturales y en consultas en las que el curandero le decía que no tenía cáncer.
Una visita fatídica
Lo cuenta a EL ESPAÑOL su hija, Elena Pérez Beraza, que insiste en que el dinero les da igual y en que lo único que persiguen es que la historia de su madre no se vuelva a repetir. Le consta que meses después de la muerte de ésta, García Román seguía atendiendo pacientes en Hondarribia y que lo hacía en la misma herboristería -Txuntxumela, en la calle Santiago- donde su madre tuvo la desgracia de entrar unos meses después de ser diagnosticada de cáncer.
El establecimiento, cercano a su casa, está regentado por una mujer llamada Juncal. Allí acudió Cristina en busca de un laxante más suave de los que le habían recetado en el hospital, pocos meses después de empezar con el tratamiento de quimioterapia. "Le dijeron que si le operaban tendría que llevar bolsa [colostomía, una procedimiento que deriva las heces al exterior] toda su vida y optó por la quimioterapia", recuerda.
El tratamiento no le sentó "nada bien". "Estaba muy débil", recuerda su hija. En esas circunstancias, no es de extrañar que prestara atención a Juncal cuando le habló de un naturista de Córdoba -en realidad, la sede social de su negocio está en Priego del Río- que había curado "multitud de cánceres".
La mujer -a la que la policía también está investigando- le proporcionó el teléfono y Cristina le llamó. Acudió a la primera consulta -a 120 euros- en un piso que el naturópata tenía alquilado en la localidad vasca, adonde se desplazaba regularmente. Fue con su hermana y nada más salir de ahí ya tenía la decisión tomada. "Optó por dejar la quimio, porque él le dijo que si seguía con ella estaría en una caja de pino en un mes", recuerda Elena.
En Osakidetza (el servicio vasco de salud) no lo entendieron. "Durante la primera semana, la bombardeaban a llamadas, pero él -el naturista- estaba muy encima, le decía qué les tenía que decir para que la dejaran en paz, cómo tenía que responder a esas llamadas", rememora su hija.
Confianza ciega
Hubo voces críticas en la familia. Su madre y sus hermanos fueron a hablar con Juncal para preguntarles si el terapéuta era "de fíar" y ella les confirmó que sí, que eran muchos los casos que había curado. Tampoco su marido veía con buenos ojos la idea, pero acabó asumiéndolo. "¡Se la veía tan convencida!", apunta su hija.
Elena reconoce que a ella también le convenció, que tenía esa forma de contar historias -siempre casos de éxito- que hacía confiar y que hizo que esa confianza se mantuviera incluso cuando pasaron los meses y Cristina en vez de mejorar empeoraba.
El tratamiento consistía en una dieta muy restrictiva -"le dejaba comer cuatros cosas"- y varios productos: "polvos, unas bolas y unos líquidos". El precio, alrededor de 200 euros, que se sumaban a las consultas. Éstas empezaron a espaciarse misteriosamente cuando Cristina comenzó a empeorar, pero se prolongaron mucho tiempo. Al principio, en las casas alquiladas de García Román; después, en la herboristería -una de cuyas empleadas ha asegurado a El Correo que ya no trabajan con el presunto estafador-y, cuando la paciente empezó a estar muy débil, en su propia casa. "En cuanto hablábamos con él, tanto mi madre como yo nos quedábamos contentas", reconoce Elena.
Pero llegó un momento en que Cristina apenas podía moverse de la cama y el naturista dejó misteriosamente de cogerles el teléfono. Hasta que llamaron desde otro número y cogió. A pesar de la situación que le describieron, su mensaje siguió siendo similar: el cáncer hacía tiempo que había desaparecido del organismo de su paciente.
Hubo un momento en que la situación se volvió insostenible. Cristina tenía tan hinchadas las piernas que no se podía mover, afectada además por grandes dolores. "El naturista no le dejaba tomar ni un ibuprofeno, decía que le haría daño al hígado y que, además, para superar un cáncer tenía que sufrir. Los médicos nos dijeron que ni los animales habrían sufrido así", cuenta su hija.
Regreso a la medicina convencional
Cuando los médicos llegaron a su casa y le hicieron a su madre las necesarias pruebas de diagnóstico por imagen vieron que el cáncer estaba totalmente extendido y que no había nada que hacer. "Fue al hospital y ya no salió, tardó un mes y medio en fallecer". En ese tiempo, Cristina se dio cuenta de lo que había pasado y dijo a su familia que el naturista "le había comido la cabeza, que tenía que ir a la cárcel".
Sin embargo, los Pérez Beraza no denunciaron inmediatamente después del óbito -en julio de 2017-, sino algunos meses después, cuando se enteraron de que el terapeuta-consciente de la muerte de su madre- seguía pasando consulta en la herboristería.
Allí fueron a la comisaria y montaron toda una trama para pillar a García Román con las manos en la masa. "Una amiga de mi madre llamó para pedir hora y cuando ya supimos que estaba en el pueblo, la ertzaintza fue a preguntar por él, aunque no le detuvo todavía", cuenta Elena.
Una historia de película
La detención tenía que tener lugar al día siguiente, porque querían cogerle in situ. Para ello, la amiga de Cristina llevaba una grabadora y unos billetes marcados, que demostrarían que tanto la herboristería como el naturista habían aceptado dinero por prometer una cura falsa. Pero la visita anterior de los policías pusieron sobre aviso al cordobés. "Ese mismo día, la llamaron para decirle que el naturista no podía verla, que le habían surgido problemas familiares", relata Elena.
Pero ahí no concluyó la persecución. La hija de Cristina contó a las fuerzas de seguridad en qué dos hoteles se solía alojar el naturista y conminaron a los establecimientos a avisarles cuando éste dejara el alojamiento. "Nos lo dijeron y la ertzaintza le confiscó el ordenador, donde apuntaba muchas cosas", cuenta Elena.
Todo esto sucedió en noviembre y la policía dijo a la familia que esperaban que el caso estuviera resuelto en "alrededor de un año". "Hay muchos casos como éste", cuenta Elena que les dijeron. Ella y su hermano fueron a declarar, pero no tuvieron la oportunidad de ver la cara del naturista. Fue su abogado y el de la dueña de la herboristería, que se mostró impresionado ante su declaración. "No paraba de resoplar con las cosas que contábamos", comenta la hija de la víctima.
Elena, que reconoce haber recibido muchísimas muestras de apoyo -"sobre todo de la gente del trabajo"-, tiene claro qué le diría a alguien que se viera en la misma situación de su madre. "Que no lo haga, que la medicina alternativa sola no cura", concluye.