El sótano de un hospital de Frankfurt escondía un tesoro de la historia de la ciencia que se creyó perdido durante décadas. Después de mucho buscar, el 21 de diciembre de 1995 Konrad Maurer, Stephan Volk y Hector Gerbaldo dieron con una carpeta de cartón azul. Allí estaba: el historial de la paciente que casi 90 años antes le había permitido al psiquiatra Alois Alzheimer describir una enfermedad que acabaría llevando su nombre y convirtiéndose en motivo de preocupación global.
Los descubridores relataron en un artículo publicado en The Lancet el contenido de aquel archivo, desaparecido desde 1909. Son 32 páginas que explican en detalle el caso de Auguste Deter, ingresada en un hospital para enfermos mentales y epilépticos a finales de 1901.
Con 51 años, esta esposa de ferroviario, ama de casa y madre de una hija había sido ingresada con una serie de síntomas peculiares: falta de memoria, problemas para comprender y comunicarse, desorientación, paranoias, alucinaciones auditivas, problemas psicosociales y un comportamiento impredecible.
Alzheimer se interesó enseguida por su caso. Se había sacado una plaza en este asilo y le daba vueltas a una idea: en su opinión, las enfermedades psiquiátricas eran como cualquier otro tipo de enfermedad, es decir, con una base biológica y no meramente psicológica, con la única particularidad de que afectaban al cerebro.
Parte de las páginas son notas manuscritas por él con una caligrafía impecable en las que recoge los diálogos que mantuvo con Auguste.
―¿Está usted casada?
―Oh, estoy muy confundida.
―¿Dónde está usted ahora?
―Aquí y en todas partes, aquí y ahora, no me culpe.
―¿Dónde está?
―Todavía estamos viviendo.
―¿Dónde está su cama?
―¿Dónde debería estar?
El informe incluye cuatro fotografías sacadas por el fotógrafo del hospital. Aparece asustada y parece ser mucho más mayor de la edad que tiene en realidad.
―¿Qué está comiendo?
―Espinacas [Era carne].
―¿Qué está comiendo ahora?
―Yo sólo como patatas, y después rábanos.
Auguste permaneció allí casi cinco años a pesar de que su marido intentó trasladarla a una residencia más barata. Alzheimer intervino para que se quedara y poder seguirla de cerca, aunque finalmente fue él quien se marchó a trabajar primero a Heidelberg y después a Múnich.
La clave, en su cerebro
Aún así no dejó de interesarse nunca por la evolución de la paciente que tanta curiosidad le había suscitado. La condición de Auguste se fue deteriorando hasta que murió el 8 de abril de 1906. El doctor pidió que le enviasen su cerebro a Múnich y cuando lo analizó vio unas extrañas placas y neurofilamentos que enseguida vinculó con el rápido deterioro cognitivo que había observado.
En noviembre de ese mismo año participó en la XXXVII Conferencia de Psiquiatras del Sudoeste de Alemania y pronunció una conferencia en la que explicó todos los detalles del caso. Por sugerencia de Emil Kraepelin, otro notable especialista que pensaba que las enfermedades psiquiátricas tenían un origen biológico y genético, la patología descrita pasó a llamarse enfermedad de Alzheimer.
Al revisar el caso a ojos de la ciencia moderna, los investigadores, que aún disponen de las muestras del cerebro de Auguste, han podido corroborar que se trataba de un caso de alzhéimer tal y como se entiende hoy en día. Es más, han identificado un factor genético que contribuyó a la aparición temprana de tan terrible mal.
Un ama de casa de Frankfurt tiene el triste honor de haber sido, nada más comenzar el siglo XX, la primera paciente de una dolencia que ahora amenaza con ser la gran epidemia del siglo XXI. La enfermedad de Alzheimer fue en realidad la enfermedad de Auguste.