La publicación de algunos estudios científicos esconde más de lo que dice su conclusión y esta semana se ha producido un ejemplo perfecto de ello. La noticia "en crudo" es sencilla: el abandono de los antidepresivos, bien porque haya concluido el tratamiento o por decisión propia, tiene consecuencias. Efectos secundarios que afectan a más de la mitad de los pacientes y que se parecen mucho al síndrome de abstinencia o mono que hemos visto retratado en centenares de películas al describir cómo alguien se quita de las drogas o el alcohol, incluidos algunos como alucinaciones y temblores. Pero detrás de esa historia hay otra todavía menos conocida.
En febrero de este año, un pequeño terremoto revolucionó la psiquiatría en Reino Unido. Todo empezó con un estudio publicado en una de las revistas médicas más importantes, The Lancet, en el que se hacía una revisión de la eficacia de 12 antidepresivos muy utilizados, algunos tan conocidos como el Prozac. Aunque la conclusión generalizada era que los antidepresivos eran más eficaces que el placebo, esa segunda parte de la frase generó la controversia, ya que en algunos casos la diferencia con las pastillas de azúcar era muy pequeña.
Aunque muchos medios recogieron el trabajo como un triunfo de la eterna guerra antidepresivos sí o no, otros apuntaron al elefante en la habitación, aquello que también dejaba en evidencia el trabajo pero de lo que nadie quería hablar: que los antidepresivos podían no cumplir su objetivo.
El psiquiatra James Davies de la Universidad de Roehampton fue uno de los más activos. En distintos medios, criticó el estudio de The Lancet, diciendo que los antidepresivos eran ineficaces y que eran dañinos para un tercio de los pacientes, la cifra que él calculaba que los tomaban innecesariamente. Además, escribió una carta a The Times advirtiendo de que dejar los antidepresivos -los tratamientos con este tipo de fármacos no son crónicos- tenía consecuencias, efectos parecidos al mono de cualquier droga.
Esto motivó que David Baldwin, otro reputado psiquiatra británico contratado por el Gobierno para asesorar sobre farmacología en su campo, contestara al mismo medio para negar ambas afirmaciones. Apuntaba, sobre todo, a un error importante, ya que decía que las consecuencias de dejar los antidepresivos "rara vez superaban las dos semanas".
Al servicio de la industria farmacéutica
La carta desató la tormenta ya que no sólo hablaba a título individual, sino también como representante del Colegio Real de Psiquiatras de Reino Unido. Hasta 10 compañeros del comité asesor sobre fármacos se quejaron de sus declaraciones y acusaron a Baldwin de estar al servicio de la industria farmacéutica y haber recibido diversos pagos de laboratorios, que explicarían su posición tan contrario a criticar a los medicamentos.
No fueron las únicas críticas. El psiquiatra acabó dimitiendo la semana pasada de su puesto como asesor harto de los insultos recibidos. Un comentario anónimo le definió como un "violador farmacéutico y mentiroso asesino en serio peor que Hitler" y otro como "prostituta de las farmas".
Ahora, el autor de aquella primera carta que generó la respuesta -y los consecuentes y furibundos insultos- de Baldwin, ha publicado en la revista Addictive Behaviors una confirmación de lo que dijo entonces, pero en un formato mucho más serio. Una revisión sistemática de la literatura científica al respecto -24 estudios- ha demostrado que el 56% de los pacientes que intentan dejar los antidepresivos experimentan síntomas de mono. Cerca de la mitad describen dichos síntomas como graves y "no es extraño" que estos duren entre varias semanas y meses, algo que no recogen las guías clínicas actualmente en vigor. El trabajo menciona, por ejemplo, dos casos en los que el mono de la paroxetina -uno de los antidepresivos más recetados- duró hasta un año después de la retirada.
Los síntomas asociados al mono de antidepresivos son graves e incluyen mareo, dolor de cabeza, espasmos musculares, temblores, alucinaciones, ansiedad, sudor frío e irritabilidad como los más frecuentes. Pero algunos pacientes han descrito también haber sufrido manía, bloqueo emocional e incapacidad para llorar.
Los autores de la revisión no quieren acabar con los antidepresivos, pero sí que se hable de las consecuencias de su abandono y que éstas se reconozcan en las guías de práctica clínica. No sabemos si como última puñalada a Baldwin, los autores especifican que hacen falta que en dichas guías se vigile mucho la participación de la industria farmacéutica y que se tenga más en cuenta la experiencia de los pacientes y de profesionales de la salud no médicos.