Es la pesadilla de cualquiera que consigue adelgazar. Aunque los nutricionistas no se cansan de afirmar que no hay que hacer dieta sino cambiar el estilo de vida, la realidad es que la mayoría de las personas con sobrepeso cambian su alimentación de forma puntual con el objetivo de bajar de peso. ¿Volver luego a su errática nutrición anterior? En principio, no se pretende, pero la inercia hace que muchas veces sea precisamente esto lo que sucede.
Así, lo que dicta el sentido común es que no se piense sólo en un régimen cortoplacista, que permita conseguir el objetivo de peso deseado, sino que también se planee qué se va a hacer a continuación. Y ahora, un estudio publicado en la última edición de The BMJ parece dar la clave de cuál debe ser ese paso.
En la guerra sobre qué dieta es mejor, si la baja en carbohidratos o la alta en este nutriente y restrictiva en grasas, un tema sobre el que se publican decenas de estudios, ha ganado una victoria -que no la guerra- la primera.
El trabajo llevado a cabo por investigadores del Boston Children's Hospital ha demostrado que llevar una dieta baja en carbohidratos podría aumentar las posibilidades de éxito de un tratamiento antiobesidad, al hacer que se incremente el número de calorías que se queman en reposo, algo que disminuye cuando el organismo sufre una pérdida de peso.
El experimento
Para llegar a esta conclusión, los médicos estudiaron a 234 adultos con sobrepeso y obesidad, es decir, un índice de masa corporal (IMC) superior a 25. Todos ellos se pusieron a dieta durante 10 semanas para intentar perder peso. Este régimen consistía en una restricción calórica al 60% de su necesidad, por lo que variaba según los participantes. Eso sí, la proporción de alimentos siempre fue la misma para todos: el 45% proveniente de carbohidratos, el 30% de grasas y el 25% de proteínas.
Se pretendía que, con ese régimen, los participantes perdieran alrededor del 12% de su peso, pero no todos lo lograron. Sólo los 164 que lo consiguieron pasaron a la siguiente fase del experimento, que pretendía analizar cuál era la mejor dieta para no recuperar el peso perdido.
Las opciones ofrecidas fueron tres y lo que cambiaba era la proporción de hidratos de carbono. El primer grupo debía seguir una dieta alta en este nutriente, en la que los carbohidratos supusieran un 60% de la ingesta total; el segundo, un consumo moderado, de un 40%, mientras que el tercero debería consumir poca pasta y similares, tan sólo un 20%.
El contenido calórico se calculó para que los participantes ganaran como mucho dos kilos respecto al peso conseguido y se iba regulando semanalmente. El experimento duró 20 semanas.
La conclusión fue que las personas que consumían menos carbohidratos quemaban entre 209 y 278 kilocalorías diarias más que los que comían más de estos nutrientes, una cifra que se incrementaba en las personas que segregaban más insulina, algo habitual en las personas con sobrepeso.
Si este efecto persistiera en el tiempo, explican los autores, se traduciría en una pérdida de 10 kilos adicionales sin cambiar el numero de calorías ingeridas. Las responsables de este milagro parecen ser dos conocidas hormonas en el campo de la obesidad, la grelina y la leptina, que cambian su manera de actuar cuando se consumen pocos carbohidratos.
"Una carga glicémica baja y una dieta rica en grasas puede facilitar el mantenimiento de la pérdida de peso más que el consejo típico de llevar a cabo una restricción calórica y hacer más ejercicio", concluyen los autores.
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