Una de cada cuatro mujeres atendida por los servicios de salud sexual y reproductiva lo hace porque ha sido víctima de un fenómeno de 'coacción', según un estudio recogido en el British Medical Journal. Este tipo de atentado contra la libertad sexual e individual de las mujeres se diferencia de la agresión sexual y la violación en que las relaciones son consentidas en un primer momento, pero a continuación el hombre boicotea deliberadamente las medidas anticonceptivas.
Los autores del trabajo, publicado en BMJ Sexual & Reproductive Health, se plantearon actualizar la incidencia en la actualidad del concepto de 'coacción-control reproductiva' (reproductive coercion-control) acuñado originalmente en 2010. Las bases de datos, según los investigadores de la Universidad de Bournemouth (Reino Unido), no incluían variables como la explotación sexual, en las que las mujeres en manos de redes criminales pierden el control de decidir sobre su propio cuerpo, pero también las presiones intra-familiares.
El primer resultado es alarmante: una cuarta parte de las mujeres atendidas por profesionales médicos había relatado haber sufrido una situación de coacción. Otro dato preocupante es que los colectivos de mayor riesgo tenían que ver con la edad (las más jóvenes) y la situación socio-económica (formar parte de minorías). Además, entre las prácticas denunciadas por las víctimas están las que constituyen en palabras de los investigadores el "sabotaje" de la contracepción por parte del hombre.
Estos sabotajes sexuales pueden buscar la gratificación unilateral del hombre, como el caso del stealthing, retirarse subrepticiamente el preservativo antes de penetrar a la mujer y eyacular en su interior para, presuntamente, obtener el placer del "sexo a pelo". Lo mismo ocurre cuando el varón declara que va a practicar la "marcha atrás" -un tipo de anticoncepción que en ningún caso garantiza el éxito- pero no lo cumple.
Otros casos denunciados son los hombres que aseguran haberse realizado una vasectomía cuando es mentira o los que exigen a las mujeres -e incluso tratan de hacerlo ellos mismos- que se quiten dispositivos como el DIU si lo llevan. El colmo del cinismo lo cometen quienes, conscientes de que estas actitudes suponen un riesgo de embarazo, suministran en secreto a sus parejas agentes abortivos en la bebida o la comida.
La coacción en las relaciones sexuales no se limita a estas tretas. Toma la forma del chantaje emocional y la presión familiar, explican los autores. La tensión puede escalar en amenazas de infidelidad -o en culpar a la pareja de las que se cometen- y es parte de la violencia tanto psíquica como física que se presenta en los casos de malos tratos.
Un maltratador puede ver las gestaciones de su mujer como una manera de encadenarla a su lado y evitar que lo abandone. Se reportan así casos de hombres que agujerean sus condones o adulteran las tomas de la píldora de su pareja.
Las consecuencias de estas formas de abuso son una tasa evitable de embarazos no deseados y el recurso en consecuencia a anticonceptivos de emergencia como la 'píldora del día después'. Pero también un mayor recurso al aborto e incluso, en el caso de que el embarazo se quiera llevar a término, un mayor riesgo de abortos espontáneos por las circunstancias de la concepción. A todo ello se añade la peligrosidad evidente de las enfermedades de transmisión sexual cuando ninguna medida profiláctica se interpone.
Y también hay otro efectos más indirectos pero igualmente devastadores: la angustia psicológica de la mujer que deriva de no poder decidir sobre su propio cuerpo, algo que aumenta cuando la relación es violenta y se arriesgan a "salir heridas" si tratan de "negociar la contracepción", explica el informe. La coacción puede darse también cuando no hay malos tratos en sí, subrayan los autores. En esos casos, especialmente cuando la presión cultural es fuerte, la mujer puede no ser ni siquiera consciente de que está sufriendo este tipo de manipulación.
La conclusión de los investigadores es que se requiere un mayor esfuerzo de coordinación global para que los profesionales sanitarios sean capaces de identificar esta forma de abuso. "Concretamente, necesitamos más investigación sobre los elementos no físicos que componen las relaciones abusivas y cómo el control coercitivo puede ser objeto de resistencia"- concluyen.