Si hay alguna posición sexual que a todos resulta familiar esta es, sin duda, el misionero. Todos lo hemos experimentado alguna vez, sobre todo durante nuestros primeros encuentros sexuales, cuando no sabíamos muy bien cómo funcionaba esto del sexo y nuestra única guía, antes de la eclosión de internet, eran aquellas películas un poco subidas de tonos calificados con unos rombos.
Sin embargo, no son pocos los que consideran que esta posición es aburrida, sosa o, incluso, arcaica, más propia de tiempos pretéritos que de este siglo XXI en el que las innovaciones lo alcanzan todo, incluso las relaciones más íntimas. Sin embargo, esta postura tan denostada vuelve para reivindicarse como una fabulosa forma de alcanzar el mayor de los placeres físicos, tanto para la mujer como para el hombre. Y aquí te vamos a contar algunas curiosidades y consejos para conocerla y sacarle el mayor partido.
Instintiva y afectiva
La posición del misionero es muy sencilla. Consiste en que la mujer se acuesta boca arriba, apoyada sobre su espalda, mientras el hombre situado encima de ella, cara a cara, introduce el pene en la vagina.
Probablemente, esta es la postura más instintiva de las que configuran el Kamasutra. Y ello tiene una explicación. "Cuando comienza el juego amoroso, con vistas a un encuentro erótico, los cuerpos se disponen casi espontáneamente buscando esa posición. Es una manera inconsciente de decir 'somos humanos, nos miramos, nos descubrimos, nos queremos, nos elegimos, nos calentamos'", explicó a Infobae Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.
Esta intimidad se relaciona con que los compañeros pueden mantener el contacto visual en todo momento, facilita la comunicación y permite besar y abrazar a la pareja. Además, el constante contacto de gran parte del cuerpo le dota una importante carga afectiva y cercanía.
Y cómo empezamos
En el sexo, como en muchos aspectos de la vida, hay que tomarlo con calma. El primer paso para que esta postura funcione es dedicar el tiempo necesario a los preliminares. Tenemos miles de posibilidades para avivar la llama, desde jugar con los dedos y las manos hasta los besos, acariciando cada rincón de la piel y de las zonas erógenas de nuestra pareja.
La importancia no es solo física, sino también emocional, ya que "nos ayuda a comunicarnos mejor con nuestra pareja y disfrutar más de nuestras relaciones sexuales", que ayuda a "a aumentar el deseo y a alcanzar el orgasmo", señalan desde el Instituto Madrid de Sexología.
Un rol pasivo o activo para la mujer
Con su cuerpo sobre el de la mujer, especialmente sobre la pelvis, el hombre guía y controla el ritmo y la velocidad de sus empujes. A muchas mujeres esta postura les excita porque les adoptar jugar un rol de cierta pasividad y en la que el hombre es quien mantiene la iniciativa. Además, permite que la penetración sea profunda y estimular zonas internas muy placenteras.
Por su parte, los fuertes empujes de cadera del hombre pueden inducir a ambos a alcanzar el orgasmo más rápido que con otras posiciones. Sin embargo, este papel pasivo de la mujer se puede revertir. "En el misionero, la mujer no tiene por que ser necesariamente un elemento pasivo. Con el movimiento y basculación de la pelvis, controla también el ritmo y el ángulo de penetración y al tener las manos libres puede utilizarlas para estimularlo a él o a sí misma, tocándose el clítoris o los pezones. Es cierto que la mujer controla menos en esta posición, pero eso puede ser interesante en casos en los que la mujer no es capaz de soltarse o abandonarse, ingrediente imprescindible para alcanzar el orgasmo", señala Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología.
Una larga historia
Que sea tildada de aburrida o incluso moralista y conservadora, puede estar relacionado su historia. Durante muchos siglos fue la única aceptada por la Iglesia Católica, para quien el sexo no era más que una forma de perpetuar la especie, para mayor gloria de Dios.
De hecho, en 1215, un sacerdote llamado Johannes Teutonicus avisó de que era la única postura natural para mantener relaciones si no se quería cometer pecado mortal, ya que en su opinión era la más adecuada para la fecundación y la menos erótica.
Con la llegada de los europeos a todos los confines del planeta, los misioneros católicos intentaron imponer las pautas de moral católicas, también en el sexo, por lo que promovieron que los indígenas dejaran las posturas pecadoras para practicar el sexo de forma cristiana. Su nombre tradicional era el de "postura angelical o de la serpiente" tal y como explica el doctor en antropología Robert J. Priest en su artículo Missionary Positions: Christian, Modernist, Postmodernist, publicado en 2001.
El término "misionero" apareció por primera vez en 1948, en el libro Sexual Behavior in the Human Male de Alfred Kinsey, quien realizó una interpretación errónea de una anotación extraída del libro The Sexual Life of Savages in North-Western Melanesia. An Ethnographic Account of Courtship, Marriage, and Family Life Among the Natives of the Trobriand Islands, British New Guinea publicado en 1929 por el experto en antropología Bronislaw Malinowski. Y en los años 60, los hippies se encargaron de difundir este término que ha llegado, con fortuna, hasta nuestros días.
Pero adecuada para innovar
Una de las ventajas del misioneros es que por su sencillez ofrece una amplia gama de variantes para adaptarse a todos los gustos con pequeñas modificaciones. Tantas como permita vuestra imaginación (y flexibilidad). Una de las preferidas por las mujeres es el misionero con las piernas cerradas. "Él encima y ella debajo, en la postura del misionero de toda la vida", afirma Ana Lombardía, sexóloga colaboradora de Los Placeres de Lola en la revista femenina Elle.
El secreto consiste en que una vez el pene haya penetrado la vagina, ella debe cerrar las piernas, en paralelo a la cama. "De este modo la presión sobre el pene es mayor, aumentando las sensaciones para ambos. Además, el clítoris se verá rodeado y estimulado por las piernas de ella y los mismos labios de la vulva. ¡Maravilloso!", afirma y, además, añade un consejo: "En esta postura los movimientos deben ser suaves y profundos, sin sacarla demasiado, para aumentar las sensaciones y el roce".
Otra variación, que recibe el nombre de casero es todo un reto de trabajo en equipo. Se trata de que, a partir de la pose tradicional, la mujer levanta sus caderas y con las piernas rodea al hombre por la cintura.
Al mismo tiempo, los brazos quedan libres, por lo que ayudan a mantener el equilibrio. Sin embargo, las extremidades inferiores son las que funcionan como una especie de guía. En esta posición ella podrá realizar tantos movimientos como se imagine y controlará ritmo y fuerza.
Mientras él, arrodillado, abandona la posición dominante asociada al misionero. En el Nirvana, el misionero se torna una postura más tranquila. Es aconsejable que la cama tenga un cabecero que permita a la mujer agarrarse.
La mujer se debe tumbar boca arriba, sujetándose al cabecero de la cama y con las piernas tan estiradas como sea posible, y él se colocará encima. Será la mujer la que se mueva de forma tranquila y relajada. Incluso es muy adecuada para introducir juguetes sexuales que animen el juego.
También es muy útil si a la mujer le gusta tener el control pero no posee un buen fondo físico. Tanto si os gusta esta postura como si la habíais desechado por aburrida, podéis jugar con vuestra imaginación para darle un extra de picardía. Introducir juguetes, simular personajes y situaciones o simplemente contaros vuestras fantasías al oído ayudarán a que el misionero se convierta en una de vuestras posiciones favoritas. Los únicos límites los marcan la imaginación y el respeto mutuo.