Los seres humanos mantenemos una relación complicada con nuestro colesterol, esa grasa indispensable para la vida que genera nuestro orgánismo. A grandes rasgos, se habla de dos tipos de colesteroles: el LDL, el "malo", que deposita concentraciones de lipoproteínas en las paredes de las arterias y que pueden provocar accidentes cardiovasculares; y el HDL, el "bueno", cuya función es retirar precisamente estas acumulaciones de grasa y devolverlas al hígado.
La ecuación parece clara: si limitamos a través de la dieta el LDL al máximo al tiempo que potenciamos el HDL, nuestro torrente sanguíneo quedará prístino y nuestra salud cardíaca será óptima. Y estas han sido las recomendaciones sanitarias generales hasta fecha reciente, cuando la evidencia científica ha empezado a mostrar que la situación es más compleja de lo que aparenta. El control de la grasa en sangre es fundamental, pero los requerimientos variarían en gran medida en función del individuo.
Así, una sobreabundancia de "colesterol bueno" no es buena en absoluto: si el umbral de seguridad está entre los 40 y 60 mg/dL de HDL para minimizar el riesgo cardiovascular, pasarse de esos niveles está relacionado con una mayor probabilidad de sufrir infecciones por sus probables efectos sobre el sistema inmune. En pacientes con una enfermedad cardiovascular previa, además, grandes cantidades de HDL se vinculan a un riesgo superior de mortalidad.
¿Se puede convenir, al menos, que es "bueno" tener lo mínimo de colesterol "malo" posible? De nuevo, lo que parece simple es equívoco: si la recomendación es que el LDL no llegue a superar los 200 mg/dL, en el momento en el que caiga por debajo de los 70 mg/dL estaremos en riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular hemorrágico. También denominado 'infarto cerebral (o ictus) hemorrágico', ocurre cuando un vaso sanguíneo revienta en el encéfalo. Se diferencia del ictus isquémico, que es el producido por un trombo que corta el riego sin llegar a sangrar.
Para llegar a esta conclusión, investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania (EEUU) examinaron la relación entre la lipoproteína de baja densidad (low-density lipoprotein, a lo que corresponden las siglas LDL) del colesterol y el ictus hemorrágico a lo largo de nueve años. Según Xiang Gao, director del Laboratorio de Epidemiología Nutricional de la Penn State, los datos que han sido publicados en la revista Neurology pueden ayudar a refinar y personalizad las recomendaciones para cada paciente de forma individualizada.
La moderación es la clave
Para desentrañar la paradoja de que un bajo nivel de LDL se relacione con una menor probabilidad de ictus isquémico pero una mayor de ictus hemorrrágico, los investigadores reclutaron a 96.043 participantes que no hubiesen sufrido ningún antecedente de infarto, ataque al corazón o cáncer al arranque de los nueve años de muestreo. Se midieron los niveles de colesterol LDL cada año, y los incidentes de sangrado cerebral fueron confirmándose mediante informes médicos.
Para los sujetos cuyas lipoproteínas de baja densidad estaban entre los 99 y los 70 mg/dL, observaron, el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular hemorrágico se mantuvo estable. Pero para aquellos cuyos niveles descendía por debajo de los 70, el peligro aumentaba de forma exponencial. En aquellos en los que el LDL caía por debajo de los 50 mg/dL, el riesgo de sufrir un sangrado cerebral se disparaba en un 169% con respecto a los que lo mantenían en un umbral saludable.
Esta relación se dio independientemente de factores como la edad, el sexo, la tensión y la medicación que pudieran estar tomando. "Tradicionalmente, un nivel de colesterol LDL que no supere los 100 mg/dL ha sido considerado como ideal para la población general. Para los pacientes con un riesgo incrementado de sufrir enfermedades cardiovasculares, el nivel es todavía más bajo", explica Gao. "Pero si se confirma nuestra observación del aumento del riesgo hemorrágico por debajo de los 70 mg/dL, esto tendrá implicaciones importantes para los tratamientos.
"Como tiende a ocurrir a menudo en la nutrición, la moderación y el equilibrio son la clave a la hora de decidir qué nivel de colesterol LDL es el óptimo", valora el investigador. "No puedes irte a los extremos, demasiado alto o demasiado bajo. Y si ya sufres un riesgo elevado de sangrado cerebral por antecedentes familiares o por factores como una presión arterial elevada o por alto consumo de alcohol, deberías ser especialmente cuidadoso con tus niveles de LDL".
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