En el origen de la COVID-19, cuando los países occidentales apenas habían oído hablar sobre el virus SARS-CoV-2, y tampoco les interesaba saber qué era, poco se conocía sobre los signos y síntomas producidos por un microorganismo capaz de provocar una pandemia que afectaría a más de un millón de personas en todo el mundo.
De hecho, en el momento de escribir estas líneas, los protocolos siguen haciendo hincapié en tres síntomas esenciales: tos, dificultad respiratoria o disnea, y fiebre. Síntomas que, a su vez, son extraordinariamente comunes en casi cualquier infección de vías respiratorias, algo que dificulta el diagnóstico clínico o sintomático de la COVID-19.
Pero, poco a poco, han ido apareciendo otros síntomas más o menos comunes dentro de la enfermedad, a la par que han ido aumentando los casos a nivel mundial: se sabe más sobre el virus, que apenas lleva tres meses azotando el planeta, y es importante tener en cuenta algunos detalles para combatirlo convenientemente.
Miocarditis por coronavirus
Una de las enfermedades que puede aparecer de forma secundaria a la infección por SARS-CoV-2, pudiendo afectar hasta 2 de cada 10 pacientes, es un imitador de los infartos de corazón: miocarditis o inflamación del músculo cardíaco.
En este caso, The New York Times ha hablado sobre algunos de estos casos. Un ejemplo fue un paciente de 64 años que ingresó en el Hospital de Brooklyn aquejando síntomas similares a un infarto de corazón, objetivado incluso en un electrocardiograma, y también mediante controles analíticos donde aparecían claros aumentos de troponinas, una proteína que se usa como signo de daño del músculo cardíaco. Sin embargo, cuando se realizó un cateterismo a este paciente, intentando desbloquear sus arterias coronarias, se pudo ver que no existía tal obstrucción: el paciente sufría una miocarditis por coronavirus.
Este no es el primer caso documentado. De hecho, el pasado 27 de marzo un estudio publicado en JAMA Cardiology, a cargo de investigadores chinos, ya habló sobre los daños cardíacos secundarios a la enfermedad COVID-19 tras analizar casos de 187 pacientes. En el 27,8% de todos ellos se pudo objetivar daño cardíaco, similar al que se produce en un infarto de corazón, pero en este caso causado por coronavirus y no por una obstrucción arterial como suele suceder. Además, a menudo estos pacientes no expresaban síntomas cardíacos, ni sufrían una enfermedad cardíaca previamente, pero sus estudios electrocardiográficos indicaban que algo iba mal. Y, para complicar más las cosas, el riesgo de muerte de estos pacientes se multiplicaba por cuatro respecto a aquellos que no sufrían daño cardíaco.
En estos casos, algunos expertos se plantean dudas lógicas: Intentar solucionar el posible infarto de corazón, o inicialmente descartar la infección por coronavirus. La respuesta a estas dudas aún es desconocida.
Y, de hecho, la miocarditis viral o inflamación del músculo cardíaco secundaria a una infección por un virus no es exclusiva del SARS-CoV-2; otros virus también pueden causarla, como es el caso del MERS, e incluso la gripe porcina H1N1.
El problema, en este caso, es que SARS-CoV-2 infecta principalmente los pulmones, y las neumonías graves causadas por el mismo son el signo más característico de la enfermedad. Pero un signo característico no siempre tiene por qué ser exclusivo, y el nuevo coronavirus ha ido planteando cada vez más dudas entre diferentes especialistas, que inicialmente pensaban que este microorganismo no era de su incumbencia. Siempre se pregunta por síntomas respiratorios, obviando otros importantes como los síntomas cardíacos.
Actualmente, dado el desconocimiento acerca de este nuevo coronavirus, no es posible saber si los daños cardíacos son provocados por el mismo microorganismo o si bien se trata de un daño colateral producido por una respuesta inmune exagerada contra el mismo virus. Ambos casos son plausibles.
Por otro lado, tampoco es necesario poseer una carga viral más elevada, o mayor cantidad de coronavirus, para acabar sufriendo una miocarditis viral de estas características. La respuesta excesiva por parte del sistema inmune es la hipótesis que más se baraja, y suele ser más grave en personas mayores o con enfermedades crónicas previas. Así mismo, dicha respuesta inmune también aumenta la coagulación sanguínea, lo que a su vez puede provocar realmente las arterias coronarias del corazón y causar verdaderos infartos.
Por su parte, algunos médicos sugieren que algunos de estos problemas cardíacos en realidad podrían producirse de forma secundaria a la infección pulmonar: si los pulmones no funcionan, no hay suficiente oxígeno, lo que a su vez aumenta el riesgo de arritmias cardíacas. Al mismo tiempo, la fiebre aumentaría el metabolismo corporal y la circulación sanguínea, provocando que el corazón deba aumentar su actividad y demandar más oxígeno. Todo ello provocaría un desequilibrio que daría lugar a los daños cardíacos.
Pero, aún así, no es posible descartar la posibilidad de que el coronavirus pueda dañar de forma directa el corazón.
Otros síntomas
Por otro lado, como se ha ido sabiendo poco a poco, algunos trabajos han ido sugiriendo otros síntomas directos o secundarios provocados por el mismo coronavirus. Se sabe que comparte muchos síntomas típicos de las infecciones respiratorias, tales como dolor de garganta, tos seca, dificultad respiratoria o fiebre. Pero hay más.
Uno de ellos es la anosmia o pérdida de olfato, un síntoma que aún no ha contemplado oficialmente ni el Ministerio de Sanidad ni la misma OMS, pero que cada vez se está viendo más en los pacientes afectos por COVID-19, siendo un síntoma común entre el 30% y el 60% de los casos dependiendo de cada país.
Así mismo, un escaso porcentaje de casos también se inician con síntomas gastrointestinales, como vómitos o diarrea, aunque suelen asociar consigo otros más comunes como fiebre elevada o tos seca.
Finalmente, algunos oftalmólogos, como Jorge Alió, catedrático de oftalmología de la Universidad Miguel Hernández, destacan que hasta el 20% de los casos de COVID-19 pueden iniciarse como una conjuntivitis vírica. De momento, la evidencia al respecto es escasa, siendo el único estudio al respecto un trabajo recientemente publicado en JAMA Ophtalmology con un pequeño grupo de 38 pacientes donde 12 desarrollaron afecciones oftalmológicas.