La 'nueva normalidad' que implica hacer vida cotidiana, en la medida en la que las restricciones por el estado de alarma lo permiten, con protecciones sanitarias específicas contra el coronavirus, ha hecho descubrir a muchos usuarios primerizos de mascarillas un inconveniente cuando se usan gafas. Al poco de comenzar a usarlas, los cristales se pueden llenar de vaho y nos impiden ver adecuadamente.
Las gafas tienden a empañarse, como saben quienes necesitan recurrir a las lentes correctoras, cuando se producen diferencias de temperaturas entre la superficie del cristal y el ambiente. Por ejemplo, cuando salimos de una casa caldeada en un día frío, o cuando entramos de golpe en un lugar húmedo y cálido como los vestuarios de una piscina.
En el caso de la mascarilla, el problema está en el aire caliente que produce nuestra propia respiración. En circunstancias habituales, la exhalación lo proyecta hacia delante y lejos de nosotros, pero el objetivo de la mascarilla consiste en frenar precisamente ese proceso. Por tanto, el aire escapa hacia arriba, por las comisuras abiertas de la mascarilla alrededor de la nariz y sobre las mejillas, atravesando los cristales de las gafas y produciendo condensación. Si estamos en un ambiente fresco, propio de las mañanas primaverales, el problema será aún mayor.
Un truco casero se ha hecho viral en fecha reciente: limpiar las lentes con una pastilla de jabón seco por ambos lados, y limpiar el exceso con una gamuza. Así se creará una película que impedirá al agua depositarse sobre el cristal y formar vaho. Otros remedios caseros proponen productos como el detergente o la pasta de dientes, pero todos tienen una dificultad: también son sustancias opacantes, por lo que podemos acabar con gafas que no nos permiten ver, y esta vez de forma permanente.
Si, por otro lado, pasamos con la gamuza con demasiado énfasis, habremos eliminado la superficie humectante que precisamente estábamos intentando crear, por lo que no habrá servido de nada. Ni siquiera para tener unas lentes más limpias porque los denominados cristales orgánicos, que tienden hoy en día a usarse en predominantemente en óptica, tienen una serie de propiedades que pueden verse dañadas por frotarlas con productos químicos inadecuados.
El periódico The New York Times ha abordado también la problemática, recopilando los consejos de los profesionales acostumbrados a llevar mascarillas. Todos se basan en un mismo principio: evitar que el aire salga hacia arriba, redirigiéndolo por las mejillas hacia atrás. Esto se puede conseguir ajustándola mejor a la cara, cruzando por ejemplo las gomas a la altura de las orejas para ceñirla mejor a la barbilla y nariz. Pero la eficacia de este sistema depende también de la forma del rostro de cada uno.
Otros profesionales se aseguran de sellar la salida de aire por arriba de forma mecánica, es decir, pegándolo con esparadrapo. Es una solución engorrosa para una salida corta, por lo que otro método puede consistir en subirnos la mascarilla más alto, hasta los ojos, para que la respiración no alcance al cristal. Eso sí, cuanto más grande es el tipo de gafas y más se "cierra" sobre la cara, más difícil es evitar que se empañe.
Hay un último truco si todo lo demás falla. Pero exige un tiempo para acostumbrarnos, y depende quizás tanto del modelo de gafas como del perfil de nuestro rostro. Consiste en lo siguiente: empujar el puente de las gafas hasta la punta de la nariz, alejando los cristales del chorro de aire que sube. El foco de visión cambia, por lo que la primera sensación es de desorientación; pero el truco funciona, especialmente si la naturaleza nos ha dotado de una nariz generosa, como quien firma estas líneas puede atestiguar.