Cuando se declaró la pandemia de COVID-19 en Europa, Suecia optó por un modelo único en el continente: mientras hasta sus vecinos escandinavos ordenaban confinamientos estrictos de la población, las autoridades suecas optaban por mantener abiertos los colegios, restaurantes y gimnasios, y recomendar medidas básicas de prevención del contagio.
La medida fue calificada de 'ruleta rusa': hace dos meses, la evolución de la pandemia era impredecible, y los suecos se aferraban a la mortalidad pronosticada por entonces de la enfermedad transmitida por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, un 0,5%, para asumir una cantidad "aceptable" de muertes que no llegarían a colapsar el sistema hospitalario y que, a cambio, permitirían sostener la actividad económica. La sociedad sueca, decían los más optimistas, saldría de hecho reforzada, ya que podía aspirar a la 'inmunidad de rebaño' obtenida con un 60% de la población recuperada del COVID-19.
Mes y medio después, la cifra de fallecimientos oficiales en Suecia supera los 3.700 por la pandemia, una cifra ínfima si los comparamos con los más de 27.000 en España. Pero basta compararla con la de sus vecinos para ver que algo falla: aproximadamente 550 en Dinamarca, 300 en Finlandia y menos todavía en Noruega. La tasa sueca de muertes diarias por millón de habitantes en la última semana es la más alta de Europa: 6,25, por encima de grandes focos como Reino Unido, Bélgica, Francia, Italia y, por supuesto, el caso español.
El lado positivo al que se aferran el país, cuya ciudadanía todavía apoya la estrategia, es que este sacrificio también ha frenado la epidemia, logrando que el índice de transmisión esté por debajo de R1, es decir, menos de un contagio por infectado. Pero las últimas informaciones están demostrando lo insostenible del modelo a largo plazo. Primero, porque la mortalidad del COVID-19 está demostrando ser considerablemente más elevada. Segundo, porque pese a estar más expuestos, no han conseguido inmunizarse mejor: su tasa de seroprevalencia es de un 5%, la misma que en España.
Suecia no está por tanto mejor preparada para un repunte que los países que optaron por un confinamiento severo: aunque mejora la prevalencia de anticuerpos con respecto a sus vecinos escandinavos, sigue siendo un porcentaje mínimo para ni tan siquiera plantear la inmunidad grupal. Pese a los riesgos en el horizonte cuando la estacionalidad del coronavirus nos es desconocida, el país persevera en su estrategia contando con que ellos también han "pasado el pico" y "aplanado la curva" a costa de los peores datos sanitarios de la región.
Escandinavia resiste al COVID
Finlandia es el último país del Norte de Europa en declarar controlada la pandemia, y se suma a Noruega y Dinamarca en una estrategia progresiva de desescalada. Algunos negocios de proximidad y centros públicos como las guarderías reabrieron desde abril en estos países, y en las últimas semanas se han recuperado el resto de centros escolares. Cines, estadios, gimnasios y parques de atracciones empezarán a reabrir a partir de junio.
Sin embargo, es Islandia quien se pone a la cabeza de la clase en la respuesta a la epidemia. Con una fuerte tradición insular y comunitaria, un 15% de sus 360.000 habitantes ha pasado el test PCR, una tasa inigualada en ninguna otra parte del mundo, y recientemente anunciaba que no tiene ningún paciente ingresado por COVID-19 en sus hospitales, aunque varios ciudadanos pasan la cuarentena en sus domicilios.