Cuando se cumplen cuatro meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase la pandemia por COVID-19, la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 todavía carga con la etiqueta de ser peligrosa únicamente para las personas mayores. Las cifras de decesos por franja de edad en España que conocimos en mayo parecen confirmar esta idea: hasta los 50 años, los hospitalizados no llegan al 10% de los casos y el porcentaje de fallecidos apenas supera el 1%. Unas cifras abisales en comparación con los octogenarios, con una mortalidad del 21%.
Por otro lado, la "nueva realidad epidemiológica" que estamos viviendo en julio, según explicaba el lunes Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, está marcada por un rejuvenecimiento del paciente-tipo. La media de los diagnosticados ha bajado a 46,3 años en el caso de hombres y a 50,5 años en el de la de las mujeres. La infección en esos tramos de edad se tiende a superar mejor, hasta el punto en el que se maneja el dato de un 70% de asintomáticos.
La situación invita a un falso optimismo: a pensar que, con los mayores a buen recaudo, los jóvenes y los adultos de mediana edad, más activos tras el desconfinamiento, pueden hacer frente a la enfermedad con una mayor relajación de las medidas de prevención y sin graves riesgos para la salud. Podrían aspirar a pasarla con síntomas leves o inocuos, logrando de paso la inmunización de cara a los posibles rebrotes del otoño. El estudio nacional de seroprevalencia ya ha descartado esta hipótesis: incluso los focos más cruentos de contagio como Madrid apenas han dotado a su población de un 11% de inmunizados. Y algunos la han perdido.
Por otro lado, enfocarse en la mortalidad es una visión equívoca del problema: cada vez es más evidente que el COVID-19 es capaz de dejar secuelas profundas y crónicas en la salud tanto física como mental del paciente. E incluso si no se contrae directamente la infección, las circunstancias socioeconómicas que deja un mundo abocado a la restricciones de la vida pública y laboral por culpa de las cuarentenas se ceban especialmente en las generaciones más jóvenes.
1- Los casos graves son frecuentes en jóvenes
Un 70% de asintomáticos deja margen a otro 30% que sufrirá síntomas del COVID-19, dentro de un rango que va de lo más leve a los que requieren ingreso en UCI y ventilación mecánica. Precisamente, un estudio publicado en el Journal of Adolescent Health, establece en un 33% para los chicos y un 30% para las chicas entre los 18 y 25 años la vulnerabilidad a sufrir un cuadro grave de la enfermedad, con riesgo de muerte. En ese tercio de mayor riesgo caen predominantemente los jóvenes que fuman.
2- Problemas para comer y recuperarse
17 hospitales madrileños están llevando a cabo un estudio sobre las secuelas que ha tenido un ingreso en UCI por COVID-19 en la capacidad del paciente para alimentarse. La enfermedad y los tratamientos para paliarla producen alteraciones en el gusto y olfato, así como síntomas digestivos que conducen a una disminución de la ingesta, a la pérdida de peso y a la pérdida de la masa muscular. En un 50% de los casos, además, se ha reportado disfagia o dificultad para comer.
3- Secuelas respiratorias
Aunque es más raro en jóvenes, la inflamación de los pulmones característica del COVID-19 puede provocar fibrosis, la cicatrización del tejido pulmonar que obstaculiza su correcto funcionamiento y reduce la capacidad respiratoria. Las posibilidades de arrastrar esta secuela aumentan cuánto más tiempo se haya requerido el uso del ventilador.
4- Secuelas cardiovasculares
El COVID-19 es capaz de provocar problemas de coagulación y trombos, a la altura de los pulmones pero también en otras partes del organismo, como le sucedió a Javier Ortega-Smith. En el caso de los jóvenes hospitalizados, un informe de la Universidad Thomas Jefferson de EEUU hablaba el pasado junio de un mayor riesgo de infarto cerebral o ictus "masivo" en pacientes sin problemas previos.
5- Enfermedades crónicas
La enfermedad transmitida por el nuevo coronavirus supone una alteración metabólica por inflamación tan severa que ha demostrado ser capaz de desencadenar la diabetes en pacientes que previamente no la sufrían. También la enfermedad tiroidea, incluso en jóvenes de 18 años según el caso descrito en The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism. Se suman los posibles problemas renales y, en los niños, reacciones dermatológicas e inflamatorias que se han llegado a relacionar con el síndrome de Kawasaki.
6- Secuelas psicológicas
Por un lado, el prolongado ingreso en UCI puede acarrear experiencias de psicosis que pueden prolongarse tras el alta. Por el otro, el mero hecho de pasar la enfermedad aunque sea con síntomas menos graves está relacionado con el desarrollo de trastornos psiquiátricos y sensación de soledad, particularmente en jóvenes, según un estudio publicado en Psichiatry Research. Por último, un estudio publicado en PNAS con datos estadísticos de EEUU establece que, por cada víctima mortal del COVID-19, nueve personas de su familia y entorno han sufrido el trauma y el duelo de la pérdida.
7- Secuelas emocionales
Un 65% de los jóvenes británicos declaraba síntomas de ansiedad o depresión de cara al confinamiento, y frente al futuro que les depara la crisis sanitaria y económica que dejaba el mundo post-COVID, según una encuesta de la Universidad de Huddersfield (Reino Unido). Por otro lado, la Universidad de Columbia (EEUU) ha documentado cómo la limitación de las relaciones afecta a la salud reproductiva y sexual de los jóvenes, no solo por la dificultad de quedar sino por los problemas para acceder a los anticonceptivos.