La semana del 20 de julio, cuando la administración de Donald Trump todavía pensaba que podría minusvalorar la gravedad de la pandemia de COVID-19 en plena segunda ola en EEUU, la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, hizo algo notable incluso para una legislatura caótica por definición: afirmar de corrido una cosa y la contraria. Primero declaró que "la ciencia no debía interponerse" en la reapertura de los colegios estadounidenses; acto seguido, afirmaba que "la ciencia estaba del lado" de la vuelta al cole, citando estudios que mantienen que los niños contagian menos el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Este planteamiento torticero de la investigación científica que viene a reclamar, en la mejor y más burda muestra de trumpismo, que nos quedemos únicamente con los indicios que convienen a nuestra tesis e ignoremos los demás, enmarca sin embargo una problemática legítima. Como tantos otros aspectos de la pandemia pese a los meses bajo el radar de los científicos, la capacidad de los niños para transmitir la COVID-19 presenta evidencias contrapuestas. Y este factor incide en un dilema que atenaza a los gobiernos de todo el planeta, España incluida: ¿cómo reanudar el curso escolar sin desencadenar una ola de contagios?
El plan del Ministerio de Educación, trazado antes de la oleada de rebrotes que sufre en estos momentos el país, plantea lo siguiente: clases de entre quince y 20 alumnos hasta cuarto de primaria que no tendrán que mantener la distancia de seguridad ni usar mascarilla. ¿Qué ocurrirá si hay un positivo? Previsiblemente, que toda la clase -y sus familiares- serán sometidos a tests y a cuarentena, en un aislamiento por 'burbujas' que debería permitir al resto del centro seguir funcionando. A partir de 5º de Primaria, con niños de 10 años, tendrán que llevar mascarilla en clase y mantener una separación de 1,5 metros ente pupitres.
El sistema de 'burbujas' en la educación ha sido llevado a cabo con éxito en Dinamarca, que consiguió acabar el curso 2019-2020; eso sí, con una incidencia de la pandemia mucho menor a nivel nacional, con clases de 10 alumnos e imponiendo el distanciamiento incluso para los más pequeños. Por otra parte, la reapertura precipitada de las escuelas y guarderías ha sido señalada como uno de los factores detrás de las catastróficas segundas olas que sufren Sudáfrica o Israel. El país hebreo tenía 6.800 estudiantes de varias edades y profesores en cuarentena a principios de julio, solo dos semanas después de reabrir los centros.
Pero, volviendo al principio: ¿Qué dice la ciencia? Desde los primeros compases del coronavirus en Wuhan, China, se ha hablado de una menor proporción de casos -y estos, de menor gravedad- entre niños. La última palabra la tendría la revisión publicada en The Lancet Child & Adolescent Health sobre casos de toda Europa: entre los tres y los 18 años, un 62% de los casos de COVID-19 requirieron hospitalización pero, de estos, solo un 8% terminó en la UCI. Sin embargo, según señalaba la Dra. Begoña Santiago-Garcia, del hospital Gregorio Marañón de Madrid, la posibilidad de un cuadro de gravedad aumentaba con la presencia de comorbilidades, como el virus de la gripe. Una enfermedad estacional que coincide con la vuelta al cole y al que los niños son tan vulnerables como los adultos.
Sobre la capacidad de contagio, hasta fecha reciente se ha mantenido la tesis de que es menor en niños. Un editorial de este mismo mes en Pediatrics, la revista de la Asociación Americana de Pediatría, argumentaba a favor de la reapertura en base a casos como el de un chico francés que contrajo COVID-19 y expuso a 80 compañeros de tres escuelas diferentes, pero no contagió a nadie mientras la gripe circulaba como cualquier otro años. Los autores argumentaban que los casos detectados en un millar de guarderías del estado de Texas se habían "malinterpretado" y eran atribuibles a que los adultos de la familia, con mayor capacidad de transmisión, habían contagiado al niño en casa.
Sin embargo, nuevas evidencias apuntan a lo contrario. Un trabajo a partir de los registros de contactos en Corea del Sur entre enero y marzo que publica Emerging Infectious Diseases, la revista de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU, revela que se descubrieron casos activos en cerca del 12% de los domicilios investigados por rastreos, y que la probabilidad aumentaba si había un niño de edad escolar en casa. Entre los 10 y los 19 años, la posibilidad de que el menor infectase al adulto y no al revés era "alta", según los investigadores; entre los 0-9 años, la transmisión era menor pero no inexistente porque estos niños, especulan, habrían seguido jugando juntos pese al cierre de las escuelas.
¿Podemos concluir por tanto que, si hasta los 10 años los niños están mejor protegidos frente al contagio, el plan de Educación sin distanciamiento ni mascarilla es legítimo? De nuevo, las cosas no son sencillas. El último estudio al respecto, publicado en JAMA Pediatrics con datos de pacientes del Hospital Infantil Ann & Robert H. Lurie de Chicago, subraya que la carga viral del SARS-CoV-2 detectada en las fosas nasales de niños menores de 5 años era en realidad superior a la encontrada en niños mayores o adultos. "Esto sugiere una mayor capacidad de transmisión, como ocurre con el Virus Respiratorio Sincitial (VRS)", explica el autor principal, el Dr. Taylor Heald-Sargent.