Imaginen un bombardeo. Un bombardeo salvaje, sin piedad, sobre una población desarmada. Las bombas caen y junto a las bombas, las balas. Los cuerpos inertes quedan sobre las calles, apoyados contra los muros, desplazados metros por la onda expansiva de los distintos explosivos. Cuando los voluntarios van al lugar de los hechos, empiezan a recoger los cadáveres y los cuentan: 100, 200, 300… La ciudad ha quedado devastada pero tras pasarle el número de víctimas a la autoridad competente, esta responde: "¿En cuántos de esos cuerpos han encontrado metralla?"Nadie entendería nada, ¿verdad?
Ha habido un bombardeo masivo, una auténtica masacre, no hay medios para saber quién tiene metralla en el cuerpo y hasta cierto punto, ¿qué más da? Antes del bombardeo estaban vivos, ahora están muertos.
Bueno, pues eso mismo pasó en España en marzo y abril: mientras los cuerpos se apilaban en las morgues improvisadas, mientras descansaban tirados sobre las camas de sus habitaciones en las residencias, Salvador Illa y Fernando Simón insistían: "Pero, ¿seguro que tienen el virus, les han hecho un PCR? Porque igual ha sido un accidente enorme que los ha matado a todos”.
Igual que la autoridad del bombardeo sabía que era imposible averiguar quién tenía metralla en el cuerpo o no; igual que sabía que era un requisito prescindible porque las catástrofes causan muchos daños colaterales y esos daños no dejan de ser parte de la propia catástrofe, Illa y Simón eran conscientes de que con su cerrazón a abrir el criterio por el cual solo es caso de Covid-19 aquel que tiene un diagnóstico confirmado por PCR de Covid-19, se iban a dejar a buena parte de la población afectada.
No solo a los miles de muertos derivados del colapso de las urgencias, el retraso en la atención y los problemas que puede provocar un confinamiento tan severo en grupos de exclusión social. También a los que tenían la metralla, es decir, el virus, en su cuerpo… pero fue imposible averiguarlo porque durante un mes y en las zonas más afectadas, no había equipos para realizar tests PCR ni en los propios hospitales.
Pruebas diagnósticas y certificados de defunción
La búsqueda de un criterio objetivo para determinar la causa de la muerte tiene un sentido, por supuesto. La OMS también buscó en un principio que los países determinaran el número exacto de fallecidos con pruebas objetivas hasta que lo dio por imposible.
El tsunami se llevó la teoría por delante. Inmediatamente, el máximo órgano sanitario cambió su definición de caso: aquel que ha dado positivo en una prueba diagnóstica… o cuyos síntomas son compatibles con la enfermedad. Algo que, por cierto, ya llevaban tiempo haciendo Bélgica, Francia y Estados Unidos. Después, se añadirían Brasil, México o Reino Unido.
España, no. El ministerio se agarró al criterio como si fuera un libro sagrado y lanzó gritos de "¡hereje!"a todo aquel que discrepara. El problema es que a sus datos oficiales, pronto empezaron a confrontarse los datos oficiales de las comunidades autónomas, los del INE, los del informe MoMo de sobremortalidad.
Acorralados ante tantas evidencias, Illa y Simón no dejaban de repetir la idea inicial: "¿Y cómo sé yo que de verdad se ha muerto por Covid?, ¿cómo me lo podéis demostrar?"Y cuando no valen ni los certificados de defunción firmados por médicos forenses en el contexto de una pandemia, pues claro, ya no vale nada.
El punto más caliente de esta discusión llegó precisamente cuando pasó el tsunami. Tiene sentido. Nos sentamos y empezamos a contar y a Sanidad, tras semanas y semanas de limpiar datos, anunció que en España habían muerto poco más de 27.000 personas que cumplieran todos los requisitos burocráticos. Era mediados de junio. Se redondeó a 28.000 y se hizo un Funeral de Estado en el patio de la armería del Palacio Real de Madrid.
Esos mismos días, la suma de datos de Comunidades Autónomas daba más de 45.000 fallecidos (contando, ya digo, certificados de defunción), el MoMo rondaba los 44.000 muertos en exceso durante el período de la pandemia y el INE anunciaba una cifra que superaba los 48.000 decesos de más respecto a años pasados.
Lo que debería haber sido una discusión estadística, sanitaria y sobre criterios se convirtió en una lucha política, como siempre: si defendías que la pandemia -con todas sus consecuencias- había matado a 50.000 personas eras un facha. Si defendías que eran solo 28.000, te habías vendido al gobierno podemita.
Probablemente, la verdad estuviera en algún punto medio pero ni había tiempo ni ganas para explorarlo. Parecía claro que el bombardeo, el tsunami, como quieran llamarlo, se había llevado por delante entre 45.000 y 50.000 personas que no deberían haber muerto tan pronto. Por otro lado, ¿se podía asegurar que todas esas personas habían muerto con el coronavirus dentro o por el desarrollo de la enfermedad correspondiente, la Covid-19? No, claro, ya ha quedado dicho que sin medios aquello era imposible… y posiblemente irrelevante.
En esa discusión, debió primar el sentido común, como primó en la OMS y en tantos otros países: si alguien muere con síntomas de Covid, por genéricos que sean, en medio de una pandemia de Covid y en un centro sociosanitario donde ha habido cinco o seis positivos de Covid, ¿qué posibilidades hay de que en realidad haya muerto de otra cosa?
La ausencia de prueba se convirtió en prueba de ausencia para maquillar los números y no se ha hecho nada por remediarlo. Por ejemplo, incluso a día de hoy, Sanidad sigue afirmando que en Madrid han muerto 8.818 personas… mientras que la Comunidad defiende que son 9.894 solo en hospitales y 15.737 contando residencias, domicilios y "otros lugares”, que normalmente son la calle, sin más.
El caso de Madrid es un poco extremo porque hubo un momento en el que a la gente con síntomas se la ingresaba en las distintas plantas Covid de los hospitales sin poder hacerles ni un test de confirmación.
A otros se les hicieron tests de anticuerpos que a posteriori se descartaron como prueba diagnóstica fiable. Todos los que murieron sin PCR, no cuentan en la estadística.
Ahora bien, en Cataluña la cosa no ha ido mucho mejor: Sanidad insiste en que el número de víctimas es de 5.780, la Generalitat apunta 13.146. ¿Qué interés tienen Quim Torra o Isabel Díaz Ayuso en inflar los datos de muertos de sus comunidades? Ninguno. Simplemente han optado por un criterio que tal vez sea menos científico pero a la vez es más sensato: certificados de defunción firmados por un médico.
En la segunda ola
Se podría pensar que ahora que hay PCR para todos y que es muy improbable que los criterios no converjan, es decir, ahora que todos los sospechosos deberían haber pasado su prueba diagnóstica, las cifras de fallecidos coincidirán entre Sanidad y comunidades autónomas. No está siendo el caso.
Durante esta segunda ola, el ministerio viene notificando la mitad aproximadamente de los casos que cada semana notifican las consejerías en sus informes. Se supone que es un problema de actualización de datos pero uno se empieza a temer lo peor. En la siguiente gráfica del usuario de Twitter @homosensatus? se puede apreciar claramente la diferencia.
El MoMo y el INE no son aún una referencia fiable. Ambas son herramientas para contabilizar el exceso de muertes, es decir, cuanta gente de más ha muerto sobre "la esperada"en un período concreto habida cuenta los fallecimientos de años pasados y las circunstancias que los estadísticos de turno tengan en cuenta. Aunque ya se observan pequeños desfases en zonas muy afectadas como Aragón, Madrid, Murcia, País Vasco o La Rioja, lo cierto es que a nivel nacional apenas se puede determinar nada… a evidente diferencia de lo que pasó en marzo y abril.
En definitiva, ¿sabremos algún día el número exacto de muertos por Covid-19 en 2020? Bueno, si con "saber"nos referimos de nuevo a ver la metralla, lo cierto es que no. Ni sabemos cuánta gente tuvo el virus dentro ni sabemos cuánta gente murió por patologías no atendidas a tiempo por la saturación de la sanidad en varias provincias.
Con el tiempo, llegará el INE y nos dirá cuanta gente ha muerto de más este año comparado con otros y nos haremos una idea. Es el método que se ha utilizado siempre, incluso para la pandemia de gripe de 1918. Yo, la verdad, con que se pusieran de acuerdo en cuántos han muerto esta semana ya me daría con un canto en los dientes.