Alfred Nobel en su testamento pidió que el dinero amasado con su patente de la dinamita premiara, anualmente, a personas o instituciones que hayan realizado investigaciones, descubrimientos o contribuciones notables para la humanidad en el año anterior. Es evidente que lo de "el año anterior" ha tenido que matizarse hasta límites insospechados, la lista de contribuciones valiosas es abultada y la espera para alzarse con el premio puede ser de décadas.
En el caso de las ciencias y hablamos de Medicina-Fisiología, Física y Química (para las Matemáticas no estipuló distinción) ya viene siendo común que los premiados vayan de tres en tres. Esto se hace en un noble intento de reconocer al mayor número de científicos que han contribuido al mismo descubrimiento. De cualquier manera, y aún con la fórmula de la triada, han sido sonados los olvidados en algunas ediciones. En mente tengo al investigador hondureño Salvador Moncada que no una, sino dos veces se quedó fuera de la terna ganadora, siendo la más sangrante cuando premiaron el establecimiento del óxido nítrico como mediador de un sinnúmero de procesos esenciales para la vida.
En España tenemos la famélica cifra de sólo ocho premiados con el Nobel, número que se reduce a dos cuando vamos a la ciencia. La última vez que en Estocolmo se escuchó un apellido hispano como premiado en una categoría científica fue en 1959 cuando Severo Ochoa lo obtuvo por sus trabajos en biología molecular, su antecesor fue Ramón y Cajal en 1906.
Sin embargo, esta "mala suerte" parecía que acabaría en breve ya que desde hace varios años sonaba y resonaba el nombre de Francis Mojica para el galardón en Medicina o en Química. Este investigador, nacido en Elche, hizo una contribución sideral a la ciencia moderna cuando descubrió algo que bautizó como "Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats" y hoy todos conocemos como CRISPR. Unas secuencias aparecidas en bacterias que él relacionó con la defensa inmunitaria de las mismas.
Tiempo después, dos científicas, la francesa Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna desarrollaron una tecnología de edición genética con este descubrimiento español. Es decir, establecieron un corta y pega molecular que no para de tener las más diversas aplicaciones en biomedicina. Otros investigadores han sumado sus contribuciones y actualmente se distingue una lista de doce magníficos entre los que destaco a Feng Zhang y Rodolphe Barrangou.
¿Quién merece el Premio?
El pasado lunes 5 de octubre, como es habitual en los últimos años, varios científicos del patio comentamos que se podría romper la inercia y escuchar un apellido español en Estocolmo. Ese día se anunciaría el Nobel de Medicina y Fisiología, más la medalla fue a parar a manos de tres de los descubridores del virus de la Hepatitis C.
Una vez más dijimos que existía una posibilidad el miércoles, cuando se diera a conocer el Nobel de Química. Debido a que el descubrimiento de CRISPR se convirtió en una técnica molecular le da derecho a optar también por esta categoría. Y a las 11 de la mañana del miércoles el anunció cayó como una bomba. En efecto, el comité sueco reconoce que CRISPR se merece un Nobel, pero solamente premia a Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna. ¿Por qué sólo a ellas?
No hay dudas de que ambas se lo merecen, ellas crearon un "plato delicioso" con los "ingredientes" descubiertos y "bautizados" por Mojica. Tal es así que ni siquiera le cambiaron el nombre. No es entendible que, incluso cuando aún existía cupo en el habitual triunvirato, se obviara al indiscutible descubridor. En los últimos tiempos estamos asistiendo, con preocupación, a una ponderación exagerada de las aplicaciones sobre el conocimiento básico. Esto ha sido un ejemplo. Se ha premiado a la aplicación y no al descubrimiento que lo hizo posible, vuelvo y repito, aún cuando había espacio para ambas cosas.
No me queda claro si otras fueron las causas de este desatino sueco. Muchos hablan del empoderamiento femenino sobre un pasado demasiado masculino en la ciencia, mas en este caso creo que no tiene lugar, Charpentier y Doudna eran merecedoras de la medalla. Quizá algo tenga que ver el sabido, pero no reconocido, desprecio que se profesa desde algunas élites internacionales por apellidos que huelan a paellas y sofritos latinos, mas no lo puedo asegurar.
Debemos reflexionar como sociedad sobre el poco reconocimiento patrio por los valores que pare nuestro país. ¿Hubo promoción oficial desde nuestras instituciones? Esto es algo habitual en las universidades e institutos de élite, a nadie se le caen los anillos por recomendar a los suyos. Pero hay más. Queda aún en la retina el dolor sentido cuando una institución española como los Premios Princesa de Asturias también olvidó el nombre de Mojica al laurear a Charpentier y Doudna por sus logros en la tecnología molecular CRISPR. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero parece que esta máxima es más contundente en las nuestras.