En la última semana, la Comunidad de Madrid ha bajado su incidencia acumulada a 14 días de 710,28 casos por 100.000 habitantes a 489,15. El número de hospitalizados se ha reducido de 3.483 a 3.325 y las UCI ocupadas, de 493 a 477. Aunque se hacen muchísimas pruebas PCR menos -y no sabemos aún hasta qué punto y con qué protocolo se están haciendo tests de antígenos para complementar esa caída- la positividad no ha subido: estaba en un 18% y ahora está en un 17,9%.
Entonces, si todo parecen buenas noticias, ¿por qué nos pasamos el día hablando de Madrid y convirtiéndola en el centro de todos los debates sobre la situación de la Covid-19? Bueno, pues porque aún hay demasiadas sombras como para obviarlas.
El número de casos detectados en Madrid, teniendo en cuenta que se ha renunciado ya abiertamente a hacer el rastreo de los contactos asintomáticos, sigue siendo excesivo. Hablamos de una incidencia acumulada -ya vimos el pasado lunes hasta qué punto esa cifra puede estar infrarrepresentada "a tiempo real"- que supera cinco veces el límite de alerta en toda Europa.
Aparte, como decíamos, no hay cifras de tests antígenos ni por supuesto conocemos su positividad. El entusiasmo de las autoridades madrileñas por cada dato junto al pesimismo de las autoridades centrales para el mismo hacen que nos movamos en tierras pantanosas. Al menos, deberíamos tener claras dos cosas: la tendencia es objetivamente buena… pero la situación es aún objetivamente mala.
Si la incidencia en Madrid se desploma, sus hospitalizaciones se reducen y su positividad baja levemente, ¿cómo es posible que el resto del país esté en la situación contraria? De ayer a hoy han entrado 7.118 nuevos casos en el acumulado nacional, pero hay que tener en cuenta que Andalucía no ha podido añadir los suyos y que eso pueden ser unos 1.500-2.000 más.
La incidencia acumulada a 7 días baja ligeramente, pero sube (también ligeramente) la de 14 días pese a que los datos están incompletos. Para hacerse una idea, la semana pasada teníamos una incidencia acumulada de 117,96 casos cada 100.000 habitantes en siete días y 273,69 en catorce días. Hoy, Sanidad comunica 128,96 y 263,35 respectivamente. Eso, insisto, sin Andalucía.
Esta tendencia a la estabilidad, a la "meseta" puede deberse al uso de tests antígenos y el consiguiente adelanto en la comunicación de positivos… pero no es probable que sea el caso en comunidades autónomas donde el uso de esta técnica no está tan extendido.
A falta de concretar las cifras exactas de tests y positividad, hay suficientes parámetros que nos indican que la situación en Cataluña, Aragón, Navarra, Asturias y Castilla y León es preocupante. Ceuta y Melilla no están mucho mejor, aunque su escasa población hace que en principio los rebrotes sean más controlables.
La tendencia de positivos en estas cinco comunidades autónomas es mala o incluso muy mala. Si comparamos con las cifras de hace siete días, nos encontramos con que Cataluña ha subido de 187,16 a 263 en la incidencia acumulada de 14 días; Aragón lo ha hecho de 293,79 a 414,6; Castilla y León repunta de 382,78 a 403,6; Navarra se dispara de 673,17 a 756,8 y Asturias, que tan bien ha manejado la situación hasta ahora, pasa de 128,08 a 175.
Ceuta está ya en 331,46 casos por 100.000 habitantes y Melilla se coloca en unos alarmantes 543,43 casos… aunque la buena noticia es que ninguna de las dos ciudades tiene siquiera 100.000 habitantes, así que, insisto, la situación debería de ser más manejable.
No acaba aquí el problema: estas cinco comunidades autónomas presentan también un incremento importante en el número de hospitalizados: el pasado martes sumaban 3.009 camas ocupadas y en una semana hemos pasado a 3.580, con Asturias casi doblando su incidencia hospitalaria.
Habrá que esperar a los próximos días para comprobar que estas cifras, un pelín excesivas, no se ven demasiado afectadas por el "efecto puente" y las pocas altas registradas (apenas 488 ayer en toda España, una cifra irreal). La positividad también sube y mucho en las cinco comunidades, aunque en el caso de Asturias sigue sin superar el 5% que recomienda la OMS.
Lo más curioso de este repunte de octubre es que entre estas cinco comunidades que tenemos que mirar con especial atención, tres ya nos dieron la señal de alerta en junio-julio: Aragón, Cataluña y Navarra. Aunque lo cierto es que esta última comunidad no ha conseguido en ningún momento frenar su dinámica, Aragón y Cataluña sí parecían haberlo hecho.
En el caso de Zaragoza y Huesca, que alcanzaban cifras extraordinarias a finales de julio y principios de agosto, la incidencia ha vuelto a aumentar, aunque aún no tanto los ingresos hospitalarios. Tendremos que vigilar con cuidado. Cataluña logró frenar antes y durante más tiempo. Ha sido el ejemplo a seguir por muchos epidemiólogos de este país. Sin embargo, parece que hacer las cosas bien y contener al virus a corto plazo puede no bastar.
Si se confirma un repunte en estas dos comunidades -un repunte aún mayor, quiero decir-, el resto del país tendría que ponerse de nuevo a cubierto cuando aún no hemos superado ni de lejos la segunda ola. Basta con ver las barbas de nuestros vecinos europeos pelar para ver que hay que poner las nuestras en remojo cuanto antes.
No es Madrid. No es un capricho. No es un dato suelto. Es un virus que, a determinadas incidencias, mata a 3.000, 4.000 o 5.000 personas cada mes. Y esas incidencias van a volver si no se aniquila al virus. Convivir con él no es una opción ni a medio plazo. No, al menos, mientras no tengamos más visión de futuro y no actuemos tres semanas tarde en todo.