Hay veces que estás tan preocupado por caer en un hoyo que ni siquiera te das cuenta de que ya estás dentro. Hay veces, incluso, que ya no distingues el hoyo de la superficie y lo que haces es dar vueltas como un ratón enjaulado. Así está España.
Se ha intentado afrontar la pandemia como se afronta cualquier otro tema político: desde posiciones absolutas, enfrentadas a menudo y confiando tan solo en el corto plazo, la última cifra, el último análisis. No ha habido perspectiva y muy duro debe de ser lo que está por venir para que en los últimos días se note el nerviosismo, los anuncios de medidas y las caras de preocupación.
España creyó que había salido del hoyo cuando en realidad estaba cavando más hondo. En su momento, dijimos: una pandemia nos obliga a una visión de bizcos, un ojo siempre en el pasado, a la consolidación de cifras… y otro en el futuro, a la tendencia. No pudo ser. Ni en España ni en Europa ni en Estados Unidos, donde parece que se cierne una tercera ola, o ya no sabemos ni cómo llamar a estos repuntes.
Los ejemplos de Cataluña y Aragón son los ejemplos del resto del país: dos comunidades que tuvieron un rebrote temprano, a finales de junio y principios de julio, que tomaron medidas de contención, que efectivamente contuvieron y que ante la complacencia en la contención, se están viendo ahora de nuevo contra las cuerdas.
Cataluña al menos ha reaccionado con agresividad. El resto del país parece esperar a que les toque a ellos y entonces ya vemos. Madrid, envalentonada por las últimas cifras -tres semanas es un mundo administrativo- está pidiendo que se la libere de un confinamiento que, en este momento, debería generalizarse y hacerse aún más duro. Nos van miles de muertos en ello.
¿De dónde sale todo este pesimismo? Bien, si los datos de ayer fueron malos, los de hoy son peores. La tendencia en Europa nos muestra a varios países -Portugal, Italia, República Checa, Holanda, Bélgica, Reino Unido, Suiza, incluso Alemania- doblando sus casos cada una o dos semanas. Francia anunció ayer más de 30.000 positivos en solo 24 horas.
Pensar que nos podemos mover al margen de esa tendencia, o que ahora, bien metidos bajo tierra, es el momento de pensar en semáforos para el futuro, es vivir en la ilusión constante que nos dirige desde el primer momento. Ayer, interpretando los peores datos en veinte días, Fernando Simón hablaba de "estabilidad antes de la bajada". Hay cosas que no dejan de sorprender.
Vamos a repasar esa estabilidad en datos: este viernes se han añadido 15.186 nuevos casos al acumulado nacional. Es la cifra más alta no ya de la segunda ola, sino de la serie histórica. Ese tope no viene justificado por un aumento de pruebas, como sí ha sucedido otras veces. En España, aunque es muy probable que, una vez más, los datos oficiales sean equívocos, se hacen 714.000 pruebas semanales cuando llegamos a rozar las 800.000 hace un par de semanas.
La positividad, en consecuencia, sube al 11,3% frente al 10,1% de hace solo siete días. Hablamos de una cifra que casi triplica el nivel de alarma de la Unión Europea y que está mitigada por la bajada de Madrid debido al uso masivo de tests antígenos para cribados entre asintomáticos cuando esa no debería ser su labor principal.
Lógicamente, apenas se descubren positivos. Menos si se renuncia a someter a nuevos tests a los contactos próximos de un positivo, cortando así de cuajo la cadena de rastreo. En fin. Las incidencias se acercan peligrosamente a niveles de finales de septiembre: 280,4 casos cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días y 133,5 en los últimos siete. Eso implica que del 20 de septiembre a aquí no ha habido ninguna mejoría. Estamos igual que entonces, pero con tendencia al alza.
No son estos indicadores los que más nos preocupan: el número de ingresos diarios volvió a rozar por segundo día los 1.500. En concreto, entre ayer y hoy hemos tenido 2.946 nuevos ingresos hospitalarios según el ministerio de Sanidad -sus cifras no siempre coinciden con las de las comunidades autónomas, pero eso es algo con lo que hemos aprendido a vivir-, una cifra insostenible en el tiempo y que obliga a dar altas a una velocidad tremenda.
En cuanto aumenten los casos entre grupos de riesgo, será imposible hacerlo. Y no hay medidas concretas para proteger a esos grupos, así que es lógico pensar que acabarán cayendo. Si la prevalencia no se dispara es simplemente, y siento ser duro, porque cada día mueren unas 140 personas en hospitales de España, dejando sus camas libres.
Aun así, las cifras de hospitalizados también están batiendo récords. Aunque es muy probable que aquí también haya algún error, el caso es que el pasado viernes, Sanidad hablaba de 10.554 hospitalizados, de los cuales 1.590 estaban en la UCI, mientras que hoy son 11.784 y 1.768 respectivamente. Eso, insisto, pese a los 575 fallecidos que ha incorporado el ministerio en estos siete días aunque, según las cifras de las comunidades autónomas, estaríamos rozando los 900.
Hablamos, con mucho, de la semana con más ingresos, más prevalencia hospitalaria, más camas de UCI ocupadas y más fallecidos de toda la segunda ola. Y la primera pieza del dominó, que son los casos, cayendo de nuevo
En lo que discutíamos si Madrid o Navarra, Navarra o Madrid, como si en vez de una epidemia estuviéramos hablando de unos juegos olímpicos, el caso es que la comunidad foral se ha disparado a cifras desconocidas hasta ahora: 498,31 casos cada 100.000 habitantes en los últimos 7 días; 847,12 en los últimos 14.
En su favor hay que decir que Navarra comunica con muy poco retraso, que es la comunidad que más tests hace con mucha diferencia y que, de momento, su prevalencia hospitalaria no se ha disparado. De momento. Cuando se dispare, llegarán los lamentos. Como viene siendo costumbre.