El viernes 18 de septiembre marcó un punto de inflexión en la situación de la Comunidad de Madrid. Después de nueve semanas de crecimiento constante que empezaron a principios de julio, la situación definitivamente se había salido de control.
La presidenta, Isabel Díaz Ayuso, comparecía en rueda de prensa visiblemente afectada junto al consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, y el vicepresidente Ignacio Aguado. Fue una intervención algo caótica, en la que los políticos solaparon partes de sus discursos y cada uno parecía una isla. Aquello no presagiaba nada bueno como no lo hacía la retórica de "coaching" elegida por el equipo del vicepresidente para la ocasión.
El objetivo de la rueda de prensa era anunciar las zonas básicas de salud que iban a quedar confinadas a partir del lunes siguiente… pero en realidad el anuncio tardó más de veinte minutos en producirse, como si nadie se atreviera a dar la noticia.
Los requisitos no quedaban muy claros, pero al menos los había: una incidencia por encima de los 1.000 casos por cada 100.000 habitantes en los anteriores 14 días, combinada con una serie de factores de tendencia de detección y hospitalización. Era el último paso para evitar el estado de alarma que anunciaba el gobierno de forma inminente.
Aquel viernes 18 de septiembre se batió el récord de casos detectados, con 6.935 positivos, aunque en el informe diario del lunes apenas aparecían 2.966. Eran los días de los ambulatorios colapsados, las PCR que tardaban una semana en programarse en determinadas zonas y los resultados que a menudo llegaban pasada la cuarentena.
Los hospitales empezaban a dar señales de alarma: el martes 22 de septiembre, ya con las primeras medidas en vigor, se superaron los 500 nuevos ingresos diarios, una cifra que era cuatro veces inferior a las de los peores días de marzo pero que amenazaba con saturar también las urgencias y la atención hospitalaria.
En ese sentido, la preocupación alcanzó su máxima expresión el 28 de septiembre, cuando se anunció que había ya 3.792 pacientes ingresados con clínica Covid en los hospitales madrileños, 466 de ellos en la UCI. Llegarían a ser más de 500. Las defunciones diarias pasarían de 50 durante la primera semana de octubre.
Solo que para esa semana, la situación ya había cambiado. No lo veían así Fernando Simón, ni Salvador Illa, ni el ministerio de Sanidad, que insistían en forzar el estado de alarma sobre la comunidad al no creerse sus cifras. Los casos detectados habían bajado drásticamente: de los casi 7.000 del viernes 18 de septiembre, se había pasado a los 3.579 en solo dos semanas. Una reducción del 50% en tan poco tiempo resultaba extraña y así se hizo saber en cuantos medios fue preciso.
El 9 de octubre, finalmente, se tomó la decisión: nueve municipios quedaban confinados durante catorce días, entre ellos, la capital. Para entonces, la incidencia acumulada era de 540,64 casos por 100.000 habitantes, menos incluso que Navarra, pero los requisitos de positividad y ocupación de camas UCI seguían siendo decisivos para los técnicos de Sanidad.
La batalla política fue dura. Comunidad y ministerio se lanzaron todo tipo de reproches mutuos ante el asombro de una población asustada. Lo curioso, después de lo contado hasta ahora, es que todas estas medidas cruzadas salieron bien. Todo este desorden acabó encajando. Ese mismo 9 de octubre empezaron los brotes descontrolados por media Europa, las incidencias que doblaban su volumen en siete-diez días en Portugal, Italia, Alemania, Holanda, Bélgica… los casos diarios que se disparaban a 30.000 o 40.000 en Francia o Reino Unido.
Aquél 9 de octubre, la incidencia acumulada de España estaba en 258,44 casos por 100.000 habitantes. Menos de un mes después, está en más del doble. Aunque parezca mentira, la pelea entre administraciones ayudó a Madrid porque cada uno puso lo mejor sobre la mesa para dejar en evidencia al otro.
En este período de explosión del virus en Europa y en España, Madrid ha bajado su incidencia hasta los 366,18 casos por 100.000 habitantes, ha reducido sus ingresos a menos de 300 diarios contando UCIs y ha bajado su prevalencia hospitalaria de los citados 3.792 de finales de septiembre a los 2.682 actuales. La única nota negativa -que no es poco- es que por el camino entre ambas fechas han fallecido 1.452 personas.
¿Por qué Madrid ha sido junto a Canarias la única región que ha aguantado el chaparrón de octubre? Es complicado saberlo. Para empezar, es cierto que algunas cifras tienen algo de truco. Por ejemplo, el descenso drástico en el número de casos tiene que ver con una clara infradetección.
En cuanto estuvieron disponibles los tests de antígenos que daban resultados inmediatos, la Comunidad de Madrid cambió su criterio en cuanto a pruebas diagnósticas: en vez de hacer PCR a todos los contactos estrechos de un positivo, con los retrasos que eso suponía, se les dejó en cuarentena obligatoria de diez días y los recursos se centraron en cribados masivos en las zonas más problemáticas.
Era y es una estrategia arriesgada porque todo depende de que los contactos efectivamente respeten la cuarentena sin ver el resultado de ningún test (no todo el mundo puede permitírselo) y porque se te pueden escapar muchos asintomáticos que es complicado que "reencuentres" en un cribado. Sin embargo, está funcionando.
Aunque el número de casos graves no ha bajado tanto como el de casos leves, lo cierto es que las urgencias se han ido vaciando y las camas de los fallecidos no se han llenado. Algo es algo. Aunque las cifras aún están por consolidar, en octubre hemos visto un descenso del 47,29% en los casos diagnosticados, del 14,78% en ingresos en planta y del 7,35% en ingresos en UCI. La prevalencia, a su vez, se redujo en un 21,81%.
Como se puede ver, unos parámetros bajan más que otros por la política mencionada de tests, pero la tendencia es muy clara en todos los aspectos salvo en los fallecidos (incremento del 13,46%). Puede que en noviembre veamos un ligero descenso en las defunciones, pero de momento no se aprecia con claridad: en cinco días, se han notificado 183 muertes, es decir, casi 37 por día, lo que nos llevaría a un acumulado mensual de 1.110 fallecidos, apenas once menos que en octubre.
Aparte de la estrategia de testeo, hay otros factores a tener en cuenta. De entrada, la propia implantación de los tests rápidos de antígenos, que permiten un mayor control de la situación a tiempo real. Algunos apuntan a una mayor toma de conciencia de la población y una disminución de los riesgos… pero yo eso no lo veo en la calle, sinceramente. Ni en San Blas ni en Chamartín, no importa el barrio.
Sí creo que la restricción de movilidad funciona estupendamente como medida de protección, y me parece que eso no se ha entendido del todo bien: si no me dejan moverme, no solo están protegiendo a los demás de mí, sino que también me protegen a mí de los demás. La decisión de la Comunidad de confinar zonas básicas de salud fue acertada. La de Sanidad de confinar municipios, también. Las dos cosas ayudaron aunque ninguna de las dos partes vaya a reconocer nunca el más mínimo mérito a la otra.
No tengo nada claro que el toque de queda vaya a ser mucho más que una medida cosmética, y aunque entiendo el empeño en salvar la hostelería, no creo que sea casualidad su cierre en la mayoría de lugares con problemas. Quizá se puedan buscar soluciones intermedias para cuando llegue el frío, porque ese sería otro factor a tener en cuenta: octubre ha sido un mes bastante amable desde el punto de vista meteorológico, aunque también lo ha sido en el resto de la Península, y los resultados han sido desastrosos.
Buen tiempo, tests rápidos, restricción de movilidad y competitividad constante entre administraciones para encontrar la mejor solución. Diría que esos cuatro factores explican octubre. Desgraciadamente, nadie nos asegura que vayan a explicar noviembre porque cada mes con este virus es un mundo. Ahora bien, siete semanas de descenso en estas circunstancias merecen un reconocimiento y sería bueno que el ejemplo de Madrid se estudiara con un poquito más de objetividad y sin tantos prejuicios de por medio.