El 2 de junio de 2020, acosado entre tanto dato negativo, Anders Tegnell, epidemiólogo jefe y diseñador de la estrategia sueca de “convivencia” con el virus -practicamente la opuesta a la de España en la primera oleada-, reconocía en los medios que quizá “se habían cometido errores” en la aplicación del modelo.
Tegnell fue durante tiempo “el décimo hombre”, es decir, aquel que pone en duda lo que dicen los otros nueve expertos. Cuando la OMS y todos los gobiernos nacionales se lanzaban a confinamientos domiciliarios a finales de marzo y principios de abril, Tegnell insistía en que unas pocas medidas de distanciamiento social, limitación de aforos y reuniones, junto a la responsabilidad individual, deberían ayudar a mitigar el impacto del virus. De esa manera, por un lado, los más resistentes se irían inmunizando y, por otro, la vida social no se resentiría demasiado.
La teoría de Tegnell no tenía nada que ver con la famosa “inmunidad de rebaño” como tal. Eso se ha empeñado en repetirlo varias veces. Tegnell preparaba a su país para un escenario en el que la vacuna se retrasara varios años y por lo tanto los brotes y rebrotes fueran constantes.
En ese sentido, tener una cierta parte de la población inmunizada era bueno, no ya a corto plazo sino a medio y largo: cuando todos los demás países tuvieran que volver a la “normalidad”, Suecia ya estaría preparada y los daños de segundas o terceras olas serían mínimos. Aunque la economía sufriera de entrada, tendría más facilidad para recuperarse.
Esta teoría la defendía Tegnell incluso el 13 de septiembre, cuando afirmó a France24: “Nos ha costado más que a otros países, pero al final lo hemos podido controlar. Lo bueno, además, es que ahora tenemos mucha menos incidencia que ellos”. Y puede que eso fuera verdad el 13 de septiembre… pero a 23 de noviembre, la cosa ha cambiado mucho.
Empecemos, en cualquier caso, por el principio. La estrategia sueca se ha comparado a menudo con los países europeos más golpeados por la pandemia: Reino Unido, Francia, Italia, España… En ese sentido, sí, Suecia tuvo mejores cifras durante la primera ola.
El problema llega cuando se compara con los países vecinos: Suecia sufrió hasta el 11 de mayo, 351 fallecidos por millón de habitantes. Ahora bien, Dinamarca sufrió 89 defunciones por millón, es decir, más de cuatro veces menos; Finlandia, 48 y Noruega, 40… En Suecia murieron hasta nueve veces más personas que en los países de su entorno y el propio epidemiólogo jefe, se limitaba a reconocer que “se podría haber hecho mejor” y desviaba toda la responsabilidad a las residencias, especialmente en Estocolmo.
Ahora bien, ¿es posible mantener un país abierto y a la vez impedir que el virus llegue a grupos de riesgo? Si multiplico la incidencia ocho o nueve veces más que mis países vecinos, es normal que llegue un momento en el que sea imposible rastreo alguno. La alternativa es convertir las residencias -y no solo- en prisiones.
Los jóvenes en las terrazas y los ancianos bajo llave. La famosa teoría de impedir que el 1% no le estropee la fiesta al 99% restante, que se ha insinuado también en nuestro país. Tegnell habla de las muertes de ancianos como si no fuera cosa suya e insiste en que el modelo es bueno. O insistía en septiembre, vaya, cuando todo iba bien, los casos parecían controlados y con los casos, como ocurre siempre, los fallecidos.
Tener un número tan alto de casos y de muertos debería servir a medio plazo para evitar segundas olas, o al menos esa era la teoría. Así se cumplió al menos hasta que se cruzó el mes de octubre en el camino.
El día que Tegnell presumía de su estrategia en la radio francesa, Suecia presentaba una media móvil a 7 días de 227 casos y 3 muertes diarias. El 1 de octubre, algo más de dos semanas después, la cifra había subido a 491 casos. El 15 de octubre eran 753… y el 1 de noviembre, se disparó a 2.640.
La situación siguió empeorando hasta el punto de que el primer ministro, Stefan Löfven, tuvo que anunciar el 16 de noviembre medidas estrictas que limitaban por ley los eventos públicos a ocho personas. Aunque la ley -no ya recomendación, como hasta entonces- no se aplicaba a colegios ni a centros de trabajo y no afectaba al ámbito privado, Löfven pareció compungido y reconoció que las medidas “no tenían paralelo en la época moderna" de su país.
Ese mismo 16 de noviembre, la media móvil llegó a los 4.309 casos diarios, casi diez veces más que un mes y medio antes. Desde entonces, y aunque no debería haber una relación directa, no ha hecho más que bajar.
Ahora bien, ¿4.309 casos diarios son muchos o son pocos? Si tenemos en cuenta la población de Suecia (10,1 millones), el equivalente sería unos 20.000 en España. De nuevo, si comparamos con los países del sur, a Suecia no le va tan mal, pero, ¿y la comparación con sus vecinos? Según los datos del ECDC del pasado viernes, Suecia presentaba una incidencia acumulada de 577,3 casos por 100.000 habitantes cada 14 días. Dinamarca estaba en 265,3. Noruega, en 154,1. Por último, Finlandia, en 69,4.
En resumen, los países que sí cerraron en su momento -aunque la mayoría abrió con bastante celeridad- presentan incidencias en esta segunda ola dos, cuatro e incluso ocho veces más bajas que las de Suecia. En cuanto al número de muertes, obviamente, estamos en una situación parecida a la primera ola: desde el 1 de octubre, han muerto en Suecia 552 personas.
No, no son las 15.000 que van a morir en España entre octubre y noviembre, sino el equivalente a unas 2.250. Ahora bien, en Finlandia han muerto 33. Si comparamos la incidencia de fallecidos de las últimas dos semanas, la de Suecia es más de cuatro veces superior a la de Dinamarca, siete veces superior a la de Noruega y unas trece veces superior a la de Finlandia.
Si la “convivencia” con el virus ha provocado 6.450 muertos en Suecia y no ha servido para evitar la segunda ola, al menos en comparación con los países de su entorno, ¿ha servido al menos para mitigar los daños económicos? Justo es reconocer que los resultados de esta estrategia habrá que verlos a medio-largo plazo, pero de momento, no se observan grandes ventajas con respecto a sus vecinos: el PIB cayó un 7,7% interanual en el segundo trimestre, remontando en el tercero, donde cayó “solo” un 4,4%.
Si lo comparamos con España, insisto, es un éxito absoluto. Pero la comparación no sería válida. En Dinamarca, las caídas han sido del 7,7% y el 3,4%, es decir, de momento, el rebote ha sido mayor. En Noruega, la caída del segundo trimestre fue algo más suave (6,3%) y no tenemos datos aún del tercer trimestre. En cuanto a Finlandia, ha tenido más problemas en el tercer trimestre, con una bajada del 3,9% interanual, por el 6,5% del trimestre anterior.
En definitiva, aun teniendo cifras disparatadamente más altas tanto en casos como en muertes, no hay evidencia aún de que económicamente, Suecia haya conseguido ventaja alguna respecto a sus vecinos.
Es pronto para afirmarlo y es cierto que las ventajas de este enfoque no son solo económicas sino de salud mental. Ahora bien, si la “convivencia” cuesta tantas víctimas más que el confinamiento, por imperfecto que sea, igual no es la mejor estrategia.
Suecia pudo coquetear con ello porque tiene un sistema sanitario muy robusto que en ningún momento colapsó. Cuando Boris Johnson se lo planteó para Reino Unido, sus asesores inmediatamente le convencieron de lo contrario. En España, todo apunta a que sería un suicidio, pero es que España es una anomalía: es el país con más casos por habitante de Europa pese al confinamiento, el segundo con más muertos detrás de Bélgica y porque no hemos contado todos y además la bajada del PIB ha sido la más escandalosa. En realidad, no se puede hacer mucho peor.