Toda Navidad necesita su 'Grinch', ese duendecillo agrio y antipático que no consigue relajarse nunca ni dejarse llevar por los festejos, la alegría y la paz. Bien, hoy ese "grinch" soy yo. Y lo soy porque no consigo perderme en la complacencia de las bajadas de contagios, las bajadas de hospitalizados e incluso, por segunda semana consecutiva, las bajadas en defunciones reales -y no ya notificadas, que van con mucho retraso.
Lo soy porque, además, no me pierdo en las abstracciones estadísticas de las incidencias acumuladas: yendo a lo concreto y pese a que la tendencia es excelente, aún tenemos 144.000 casos detectados en las últimas dos semanas, y eso, a medio plazo, supone tener que asistir a unos 2.000 muertos a lo largo de la segunda quincena de diciembre, puede que más. Acabar el mes con 4.000 ya sería una excelente noticia.
Sirva la crudeza de los números para sostener la alerta. Todos los indicadores bajan, sí, pero bajan desde unas alturas insostenibles. No estamos tan mal como Italia, no estamos tan mal como estuvo Bélgica, ni nos acercamos al horror que se avecina en Estados Unidos y más después del clásico puente de Acción de Gracias. Pero no estamos para celebraciones tampoco.
La incidencia a 14 días está tres veces por encima del nivel de alerta. No el de seguridad (el famoso 25 que se sigue repitiendo como si nada desde las autoridades) sino el de control, que se fijó en 50 casos por 100.000 habitantes cada 7 días. Ahora mismo, solo Canarias cumple ese requisito. Ahora mismo, solo Cataluña y Baleares le acompañan en el reto de, al menos, no doblar el umbral de alarma. A Cataluña le ha costado casi un mes sin hostelería, por cierto, pero se ve que está mereciendo la pena sanitaria. La económica se escapa de las posibilidades de este análisis.
Incluso Madrid, que lleva dos meses y pico bajando cuando el resto del mundo occidental sube a lo loco, parece que ha llegado a una especie de meseta, a la espera de los datos de la semana que viene. Van ya tres días que la incidencia a 7 días, la que nos indica antes qué se viene encima, está casi parada en torno a los 108 casos por 100.000 habitantes.
Sería peligroso que la famosa meseta que tanto temíamos se quedara en que el 0,1% de la población adquiere el virus cada semana. Nos dejaría demasiado expuestos a un rebrote en cualquier momento. Esperemos que no sea así y que no sea indicativo de lo que puede pasar en el resto del país. La semana que viene, insisto, lo sabremos.
Mientras los hospitalizados bajan un 17,51% en una semana (tercera con bajada en términos absolutos) y las camas UCI reducen su ocupación en un 7,82% -incluso Castilla y León baja al 103% sobre las habilitadas originalmente- queda la realidad pesada de los fallecidos, el último parámetro en bajar y el que más tiempo toma en seguir las tendencias de los demás indicadores.
En lo que va de noviembre, Sanidad ha añadido 8.411 fallecidos al total acumulado, pero la cifra requiere de varias explicaciones: primero, lo más importante, que se certifiquen 8.411 defunciones no quiere decir que estas se hayan producido en lo que va de noviembre sino que todos los trámites burocráticos se han cumplido durante estos 26 días. En segundo lugar, la cifra es incompleta porque nos faltan los datos del día 1 de noviembre (fue domingo) y porque en medio se incluyó una actualización de "casos sospechosos" que se cifró en unos 1.300 casos.
Redondeando y con buen ojo en el cálculo, podemos decir que en lo que va de mes se han notificado unos 7.500 nuevos fallecidos, correspondan o no a noviembre como tal. La cifra definitiva, como venimos anunciando, rondará los 8.500-9.000. Según las CCAA, que actualizan antes porque no cuentan con tantos impedimentos burocráticos, en noviembre habrían muerto 7.800 personas, es decir, cifras similares a las que da Sanidad, aunque sea casi por casualidad. La perspectiva es la misma: 9.000 al final de mes.
La bajada en diciembre será notable, sin duda, pero si mantenemos la letalidad por caso en torno al 1,5% no hay mucha vuelta de hoja: en España, una incidencia de 500 supone 5.000 muertos cada dos semanas. Si reducimos a 400, tendremos 4.000 y así sucesivamente. Confiando en el mejor de los escenarios y cogiendo los números totales, ya digo que es probable que en torno a mediados de diciembre estemos en los 2.000 quincenales. Antes, el ritmo de defunciones será mayor.
Si juntamos todo, tenemos una previsión en torno a los 5.000 muertos en diciembre. No hay nada, pues, que celebrar. Nuestra batalla es con enero. Por un lado, con la tan anunciada -pero no necesaria ni inevitable- tercera ola de enero, y por otro lado con la cifra de muertos de ese mes. No vamos a estar en 25-50 casos cada 100.000 habitantes, como decía el otro día Fernando Simón. Probablemente no estemos ni cerca, pero sí podemos estar en esa cifra de muertos diarios y aspirar a unos 1.500-2.000 muertos ese mes si todo va estupendamente bien.
Y luego, ya veremos las vacunas y las historias. Lo primero, salvar cuanta más gente posible. Un repunte navideño, por mucho que todos necesitemos un respiro, supondría un desastre en estos números… por mejores que sean comparados con hace dos semanas. Que lo son.