Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que desde que pasa una cosa hasta que nosotros la detectamos puede pasar un tiempo peligroso. Los ejemplos son múltiples pero centrémonos en la nueva variante VUI 202012/01: la alarma y las precauciones están sin duda justificadas -cualquier alarma, a estas alturas, lo está- pero que hayamos conseguido aislar esta variante e identificarla como tal en diciembre no quiere decir que no lleve mucho tiempo con nosotros; simplemente, quiere decir que los científicos británicos la han conseguido identificar antes.
Lo más probable es que esta variante del nuevo coronavirus, así como la que mencionó este mismo miércoles el Gobierno británico procedente de Sudáfrica, lleven circulando por Gran Bretaña varios meses, aunque es imposible saberlo seguro.
Del mismo modo, es imposible saber cuánto tiempo lleva circulando por el resto de Europa. Ni siquiera sabemos si esa variante surgió en el mismo Reino Unido o si llegó ahí proveniente de otro país y se hizo predominante en determinadas zonas. Este mismo miércoles, el ministro de Sanidad Salvador Illa ha declarado que no hay constancia de que en España estén presentes ninguna de estas dos nuevas variantes.
En ese sentido, el cierre del espacio aéreo, aunque necesario, probablemente llegue tarde. Igual que el virus vuelve a hacer estragos en Reino Unido desde principios de diciembre, doblando su incidencia en tres semanas y estableciendo su tasa de reproducción en torno al 1,5 en Londres pese al confinamiento casi total impuesto la semana pasada, bueno es que nos fijemos en otros países del entorno, con tradición de contacto habitual con las islas para ver qué está pasando ahí.
Hablar de “vecinos” de un archipiélago es absurdo en su forma literal, pero algunos de los países con los que Reino Unido tiene mayor relación cultural y comercial, están viendo cómo sus brotes de finales de otoño están siendo aún más potentes que los del país que preside Boris Johnson.
Por supuesto, al empezar cualquier análisis sobre la pandemia y su desarrollo entre finales de noviembre y principios de diciembre, es imposible no referirse a Suecia y Dinamarca.
Lo de Suecia extraña especialmente porque la estrategia de Anders Tegnell durante la primera ola de primavera se basaba precisamente en conseguir el mayor número de contagiados entre la población con mayor posibilidad de pasar el virus sin problemas de salud para poder afrontar las sucesivas olas del virus con más “cortafuegos” humanos.
El resultado ha sido catastrófico: Suecia no solo triplicó e incluso multiplicó por diez los fallecidos por población del resto de países de su entorno en la primera ola sino que vuelve a ser el país que más casos presenta por población y, en consecuencia, más muertes. No ya del norte de Europa sino de Europa entera, como se puede ver en el gráfico superior.
Suecia presenta ahora mismo una incidencia acumulada que roza los 900 casos por 100.000 habitantes. Con una población de diez millones de habitantes, se estima que unas 7.000 personas han perdido la vida, lo que supone 817 muertos por cada millón de habitantes, por 95 de Finlandia y 74 de Noruega.
Su crecimiento, sin embargo, no es explosivo, nada que haga pensar en nuevas variantes. Lleva dos meses de subida constante sin que nadie consiga pararlo pese a que el Gobierno sueco ya ha tomado algunas medidas de restricción de la movilidad y las reuniones que no se habían visto en marzo ni en abril.
Algo similar está ocurriendo en Dinamarca, uno de los países más afectados por la segunda ola de mediados de octubre en Europa pero que nunca ha llegado a controlar su transmisión, empeorando considerablemente durante el último mes, en el que ha pasado de una incidencia en torno a 300 casos cada 100.000 habitantes a los 754,9 actuales.
Suecia y Dinamarca se unen así a un “sospechoso habitual” de todas estas historias europeas de terror vírico: Países Bajos. Reacios también a imponer restricciones oficiales, los holandeses han visto cómo su incidencia se ha disparado de 407,5 a 770,2 en tres semanas, estableciendo un récord histórico de contagios, aunque no así de fallecidos, como sí está sucediendo en Alemania.
El país que preside Angela Merkel y que tanto interés ha puesto en salvaguardar la salud de sus ciudadanos casi a cualquier precio, está viviendo el peor momento desde la aparición del virus. Este mismo miércoles se han anunciado casi 1.000 fallecidos en un solo día, una cifra altísima incluso para un país de 83 millones de habitantes. Aunque su incidencia de contagios sigue siendo relativamente baja en comparación con otros países europeos (400,5; es decir, menos de la mitad que Suecia), la preocupación está a la orden del día.
El otro país con mayor incidencia de Europa central y occidental sería Chequia, camino claramente de una tercera ola tras haber sufrido una segunda devastadora a lo largo de octubre y principios de noviembre.
De todos los países mencionados, Chequia es el único que no está entre los diez países europeos con más residentes de nacionalidad británica, como se puede ver en el gráfico superior. Tanto Holanda como Dinamarca, Alemania y Suecia sí están en el listado y eso podría justificar que los brotes se estén produciendo más o menos en condiciones semejantes.
Lo que más impresiona de la estadística es que España ocupe el primer lugar con muchísima diferencia. De hecho, los expatriados británicos se concentran básicamente en las siete comunidades autónomas que podemos ver en el gráfico inferior. De esas siete, cinco encabezan los rebrotes en nuestro país. Hasta que no tengamos más datos, es imposible establecer una causalidad y en ningún caso será única, pero quizá convenga explorar esta hipótesis.