El 10 de junio de 2020, el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, anunciaba “por una cuestión de responsabilidad” la intención de Madrid de seguir una semana más en Fase 2, con los centros comerciales al 40%, la movilidad a otras provincias cerrada y el ocio nocturno capado por completo.
Aquel 10 de junio, el total de hospitalizados en Madrid era de 534 con clara tendencia a la baja. Hoy es de 4.140, con un incremento semanal en torno al 30-40%.
Si hay un gobierno que se ha mostrado especialmente beligerante ante cualquier medida restrictiva de cualquier tipo de actividad comercial es el madrileño. Ya dijo este martes la presidenta Isabel Díaz Ayuso que con ella no contaran para hundir aún más la hostelería, en unas declaraciones en las que parecía insinuar que ese era el objetivo de sus compañeros de partido en Castilla y León o Andalucía.
Aunque el epicentro de la primera ola en realidad fue Castilla La Mancha y sobre todo la provincia de Ciudad Real, lo cierto es que todos tenemos en mente el horror que supuso para Madrid encontrarse con 2.000 ingresos diarios durante la tercera semana de marzo.
Desde luego, si en algún sitio el confinamiento domiciliario era una medida necesaria por lo que tenía de desesperada era allí. Ahora bien, por la misma regla de tres, choca que a día de hoy en Madrid puedas tomar algo en cualquier bar o restaurante desde primera hora de la mañana hasta las diez de la noche, puedas entrar en cualquier comercio, apenas se hagan distinciones entre interiores y exteriores… y a la vez veamos la incidencia acumulada acercarse cada día a los 1.000 casos por 100.000 habitantes y los hospitales cada vez más y más llenos.
Las cifras de hospitalizados en planta de hoy nos remiten al 3 de mayo, antes incluso del inicio de la Fase 0, la de cuando solo se podía ir a un bar para recoger comida… y con cita previa.
Para colocarnos en un escenario como el actual, con comercio y hostelería prácticamente abiertos con mínimas restricciones, y un teletrabajo optativo, tendríamos que irnos al inicio de la fase 3, que en Madrid coincidió con el fin del estado de alarma, el 21 de junio. Por entonces, había 88 pacientes en las UCI madrileñas. Hoy, hay casi 600.
Lo que está claro es que en estos meses todo ha cambiado. Incluso el virus. A la inacción de febrero le siguió una sobrerreacción en marzo que hasta cierto punto tiene sentido: cuando te viene un tsunami encima, empiezas a correr en todas las direcciones y ninguna te parece segura.
Así se hizo con el confinamiento domiciliario de marzo de 2020: una medida necesaria no ya por su efectividad sino por la necesidad de ganar tiempo. Si por entonces hubiéramos estudiado bien la pandemia, probablemente habríamos hecho algo parecido a lo que se está haciendo ahora: ajustar la respuesta a cada situación epidémica.
En marzo, vimos que las UCIs de Madrid, las dos Castillas, Cataluña, Navarra y La Rioja -entre otras muchas - se llenaban y cerramos todo el país, algo que igual no era necesario viendo la escasa incidencia del virus en determinadas comunidades.
Desde entonces, más que contra la pandemia parece que luchamos contra el confinamiento domiciliario sin que esté muy claro que hayamos conseguido encontrar un término medio.
Nos manejamos muy mal en las tendencias, ese es el principal problema, lo que hace que reaccionemos, siempre, tarde, cuando ya hay poco margen.
La segunda ola de otoño nos enseñó dos cosas que es importante tener en cuenta ahora: en primer lugar, que medir la situación por el número de casos detectados es absurdo porque en primavera no se hacían tests suficientes; en segundo, que el “confinamiento domiciliario” no era una alternativa para las autoridades centrales.
Cuando lo pidió Asturias, completamente desbordada, con decenas de muertos al día, y se lo negó el gobierno central de su mismo signo político, todos tomaron nota: esa opción no se va a volver a contemplar.
Otra cosa es que lo de ahora sea como lo de otoño, que no tiene ninguna pinta. Igual nos estamos yendo al otro extremo. Lo mismo que era un poco absurdo que Murcia estuviera en confinamiento domiciliario durante un mes y medio con un máximo de 59 pacientes ingresados en la UCI, igual no tiene mucho sentido que haya que haber esperado a que haya 121 y subiendo para restringir las reuniones y recomendar el teletrabajo.
La memoria es muy selectiva, pero recuerden la que se lió cuando se empezó a permitir que los niños salieran a la calle una hora al día o que se pudiera hacer un mínimo de ejercicio. El miedo que todos teníamos a coincidir aunque fuera en un parque y a treinta grados…
Vamos a poner más ejemplos: la Comunidad Valenciana acaba de cerrar la hostelería. Lo ha hecho esta misma semana, aunque esta medida ya estaba activa en los municipios con mayor incidencia desde el día 7. El comercio permanece abierto hasta las 18h.
Ha hecho falta llegar a los 4.485 hospitalizados totales y 609 en UCI para ello. Nunca, en ningún momento de la primera ola se acercó la Comunidad a esta cifra. De hecho, el máximo fue de 2.189, menos de la mitad.
Aun con los hospitales colapsados, los valencianos pueden hacer cosas ahora que no podían hacer cuando estaban vacíos, como ir al teatro. Este miércoles ha sido el último con los gimnasios abiertos. No es cuestión de elegir cuál de los escenarios es preferible sino de constatar que la situación es absurda o cuando menos incongruente.
Como diría un castizo, “ni tanto ni tan calvo”. Ahora sabemos que las medidas de junio quizá eran exageradas y estaban muy mediatizadas por el estado de shock en el que vivíamos todos.
De ahí a olvidar aquello por completo en apenas siete meses va un mundo. Madrid no tiene activado ni el confinamiento perimetral en este momento… aunque en la práctica, al estar cerradas las dos Castillas, se supone que los madrileños no pueden salir de su comunidad.
Entre cerrarlo todo y “no hundir la hostelería” tiene que haber términos medios. España en general está teniendo serios problemas para encontrarlos. Básicamente, como siempre, porque no se ha puesto a buscarlos hasta que no se ha visto con el agua al cuello.