En pleno proceso de descenso de la tercera ola, un descenso afortunadamente mucho más rápido del que podríamos haber imaginado sin confinamientos domiciliarios, no falta quien nos alerte de la inminencia de una “cuarta ola” de Covid-19 en España.
Lo primero que habría que hacer es definir “ola” y su uso mediático. No es lo mismo que lo haga un epidemiólogo que un divulgador, eso está claro. Me refiero a que no todo puede ser una “ola”. ¿Qué es lo que hubo en España en agosto y septiembre? ¿Qué es lo que hubo en octubre? Si tuviera que ser estricto con el lenguaje para que me entendiera el mayor número posible de personas, diría que se trató de dos oleadas distintas de un mismo repunte. ¿Tiene sentido llamar a todo eso “segunda ola” aunque durara más de dos meses y tuviera un ritmo distinto según la región afectada? Solo en términos comparativos para diferenciar la situación de la de marzo y abril.
Y así, cuando hablamos de “cuarta ola” nos referimos a un repunte en la transmisión que ya no tiene la misma causa epidemiológica que el anterior y que en principio llega tras unas semanas de calma. ¿Es eso científicamente aceptable? Lo dudo pero, si nos sirve, adelante.
Al fin y al cabo, el propio Fernando Simón, tan reacio a utilizar terminología poco precisa en sus ruedas de prensa, utilizó la expresión hace poco y dio casi por segura su estallido tarde o temprano. ¿A qué llamaremos entonces “cuarta ola” y cómo será? Bueno, en estos momentos detectamos unos 80.000 casos semanales y la tendencia es a la baja (llegaron a ser 200.000 a la semana en lo peor de enero).
Si nos olvidamos de las incidencias y acudimos a cifras totales, quizá sea más fácil entender lo que puede pasar. De esos 80.000 casos, ¿cuántos pertenecen a la variante británica, la sudafricana, la brasileña…? Es muy difícil de saber y es la clave.
Para empezar, digamos que, si estas variantes están adquiriendo una preponderancia con respecto a la versión original del virus, las medidas que han tomado las distintas comunidades autónomas parecen estar sirviendo para contenerlas en términos absolutos.
No para erradicar la transmisión porque ese nunca ha sido el objetivo en España desde que se conoció el dato del PIB del segundo trimestre de 2020, esto es así de claro… pero sí para contener el número de casos, hospitalizados y fallecidos sin adoptar restricciones que han sido inevitables en Portugal o en Reino Unido, donde tampoco les hacía ninguna gracia cerrar nada, pero simplemente no les quedó más remedio con todos los hospitales al borde de la saturación.
Ahora bien, en un escenario de “convivencia” con el virus, la posibilidad de que entre una nueva variante aún más contagiosa o que simplemente al levantar medidas aumente la transmisión siempre está ahí.
Aquí, más que el comportamiento del virus tenemos que estudiar el comportamiento humano. O mucho hemos cambiado en los últimos meses o lo normal es que en cuanto las incidencias bajen un poco más volvamos a abrir comercios, hostelería y levantar toques de queda, cuya utilidad en cualquier caso nunca me ha quedado demasiado clara, la verdad.
Incluso alcanzando una meseta de, pongamos, 20.000 casos semanales (y me parece que es un escenario bastante optimista), es casi imposible secuenciar, rastrear y controlar todos esos positivos. La posibilidad de que dichas variantes se cuelen y que no nos demos cuenta hasta que hayan creado su propia transmisión comunitaria, es muy alta.
Manteniendo medidas, en principio, no debería haber demasiado problema. El asunto es que, ya digo, probablemente para cuando esto pase ya las habremos relajado y vuelto a algo parecido a la “normalidad”. Pongamos que llegamos en dos semanas al punto más bajo de la tercera ola y ahí empezamos a estabilizarnos. De llegar esa cuarta ola provocada por el aumento de transmisión de nuevas variantes o por una permisividad creciente en nuestros comportamientos sociales, probablemente empecemos a ver señales de alerta en torno a la segunda semana de marzo y un claro incremento a partir de la tercera.
Por supuesto, estamos hablando de escenarios futuribles y no de certezas incuestionables: podría no entrar ninguna variante nueva, podríamos detectarla y frenarla antes de tiempo, podríamos mantener las medidas hasta llegar a una incidencia realmente controlable… Todo eso puede pasar, desde luego, y esperemos que pase, pero sería una sorpresa, simplemente.
La ventaja de que el brote se dé ya tan adelante en el tiempo es que obviamente habrá más gente vacunada. En realidad, no sé hasta qué punto esto no es un arma de doble filo porque se ven continuamente casos de brotes en poblaciones que habían recibido una dosis y ya se creían inmunes, pero las ventajas sobrepasan con mucho las desventajas.
Entre los que ya han generado anticuerpos de manera natural y los vacunados podemos encontrarnos para mediados de marzo con un 30-35% de población inmune al virus o al menos inmune a las formas del virus que conocemos y dentro de la información que manejamos, que es aún precaria.
Si a eso le sumamos que ya entra la primavera, así que en principio hará más calor y eso dificultará aunque sea levemente la transmisibilidad del virus -no es casualidad que la tercera ola, en enero, fuera mucho más dura que la segunda de octubre-, lo normal es que estemos ante un repunte más leve.
Ahora bien, insisto, esto es “lo normal”, “lo más probable” e inserten aquí el eufemismo que deseen. Mientras no haya una política de “contagios cero” y mientras el virus siga mutando, es imposible que descansemos tranquilos.
Habrá repuntes constantemente y afectarán a más o a menos personas. Los vacunados perderán inmunidad con el paso del tiempo o aparecerá una variante especialmente peligrosa y entre la cantidad de miles de casos diarios que tendremos en el país, será imposible aislarla, trazarla y erradicarla a tiempo.
Esto ni es Australia ni es Nueva Zelanda ni es Taiwán, donde hacen vida normal hasta que se detectan trece casos, paran todo, y reinician seguros de que no hay riesgo. Nosotros nos tenemos que enfrentar a riesgos cada vez menores, es cierto, pero que estarán ahí mucho tiempo. Y mucho es mucho. Ahora bien, si protegemos a la población más débil, al menos no tendremos los 17.000 muertos en mes y medio que hemos visto para empezar este 2021. Por conformarse, que no quede.
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