Después de más de un año de pandemia, es normal que mezclemos las percepciones subjetivas con la frialdad de los datos. Conforme las comunidades autónomas vayan relajando sus medidas de restricción, nos reencontraremos con los bares abiertos, los restaurantes, las discotecas, los cines, los teatros… y suspiraremos aliviados.
Volverá el ocio, la alegría de juntarse con los otros y a la vez escaparse de esta rutina de trabajo-casa-trabajo. Tiene todo el sentido del mundo que en aquellas comunidades autónomas donde las medidas han sido más laxas, esta sensación de euforia ya prácticamente se haya instalado en el imaginario común.
Ahora bien, si algo nos ha demostrado este virus es que se maneja muy bien ante los descuidos ajenos… y puede que sea un buen momento para establecer cuáles son nuestras metas, en qué consiste exactamente "estar bien"y cómo nos pilla de lejos.
En el plano subjetivo, diría que, para mí, "estar bien" ya sería que me cogieran el teléfono en el centro de salud. Salir de la anormalidad asistencial. Ese debería ser el objetivo número uno y aun concediendo que cada comunidad y cada provincia son un mundo, lo cierto es que demasiadas regiones están aún demasiado mal en esos términos.
Lo centramos todo en la incidencia acumulada pero me da la sensación que ya hace demasiado tiempo que esta incidencia es un poco una abstracción que no sabemos trasladar a nuestra realidad. No le ponemos cara a los números, lo que no deja de ser un mecanismo de defensa.
Si yo digo "qué bien que hoy murieron 200 personas en vez de 400" no me tengo que pelear con la imagen de 200 personas poniéndose malas un día en su casa, yendo a urgencias, quedando hospitalizadas y perdiendo poco a poco el aire hasta quedar intubados, en coma, sin posibilidad de volver a ver a nadie querido, sin el último recurso siquiera de despedirse de padres, hijos, hermanos, parejas, amigos…
Por supuesto, "estar bien", llevado al extremo, implicaría que eso no le pasara a nadie, es decir, que no hubiera muertos. Pero es poco realista. ¿O no? Según los datos de las comunidades autónomas, la última semana en la que se notificaron menos de 100 fallecidos en total fue la del 22 al 29 de julio.
Eso son unos 14 al día. Entre 14 y los 389 que notificó el ministerio este miércoles hay un trecho. Si se pudo bajar en su momento a esas cifras -a finales de mayo y durante buena parte de junio, lo habitual era que no se notificara ni un solo fallecido en todo el país-, ¿por qué no aspirar a lo mismo ahora? Bueno, porque no venimos de un confinamiento absoluto y sin confinamiento absoluto es muy complicado evitar que haya fallecimientos.
Además de poco realista, fijar como criterio para "estar bien" o "estar mal" el número de fallecidos sería un error enorme. Sabemos que desde los contagios a los fallecimientos hay un proceso largo, de manera que entre el pico de positivos y el pico de fallecidos puede pasar una semana o diez días… y además este segundo indicador baja más lento que el primero porque se producen acumulaciones.
En el fondo, "estar bien" sería no ya que no hubiera muertos, que no hubiera hospitalizados o que los centros de salud no estuvieran completamente desbordados. Con limitar la transmisión a un número razonable de positivos que se pudieran trazar y rastrear sería suficiente. ¿Qué número le ponemos a eso? Pues ahí tenemos otro problema porque nos lo van cambiando.
En junio de 2020, cuando España, Europa y el mundo occidental en su casi totalidad se entregó al "pensamiento mágico" –"el virus ha mutado, el calor imposibilita la transmisión, ya hemos conseguido la inmunidad de grupo"-, España y Alemania llegaron a un acuerdo para limitar los viajes a países que presentaran una transmisión comunitaria descontrolada. ¿Cuál era el criterio? Que dicho país tuviera una incidencia acumulada en la última semana superior a los 50 casos por 100.000 habitantes.
Hablamos de los días en los que incluso sumando 14 días, la incidencia no subía de diez afectados por 100.000 habitantes en nuestro país, así que en principio el umbral quedaba lejísimos. El problema llegó cuando se pasaron del todo los efectos del confinamiento y la "nueva normalidad" marcó su ley: en julio, los brotes de Aragón y Cataluña hicieron que España dejara de convertirse en un destino seguro y varios países cerraron sus fronteras o exigieron cuarentenas al regresar de nuestro país. Se fastidió el verano y el turismo.
El 11 de agosto, los rebrotes se habían extendido por toda España de manera que el país como tal superó su propio límite de alerta. Nadie volvió de sus vacaciones a dar una explicación. Desde entonces, no hemos vuelto a bajar de ese umbral. De hecho, ya ninguna autoridad lo menciona.
En lo peor de la segunda ola, allá por octubre-noviembre, se decidió que el nivel de alerta máxima era de 250 casos por 100.000 habitantes en 14 días, igual que se decidió que el 35% de ocupación Covid en UCI ya era síntoma de que la situación requería medidas excepcionales.
En la actualidad, en medio de una cierta euforia de planificación de destinos veraniegos y regreso del "pensamiento mágico", 15 de las 19 CCAA están por encima de los 50 casos/100.000 habitantes en 7 días, cuatro siguen por encima incluso del criterio revisado al alza y cinco superan el 35% de ocupación Covid en UCIs según los datos del ministerio.
¿Quiere eso decir que no podemos decir bajo ningún concepto que "estamos bien"? Bueno quiere decir que la perspectiva es buena y que, igual que debemos alegrarnos por haber mejorado tanto la situación respecto a un enero en el que murieron 12.000 personas, también tenemos que ser conscientes de que el objetivo aún está lejos.
Que a mí, subjetivamente, me valga la cosa tal y como está porque mi percepción del riesgo no sea alta, no quiere decir que le valga a los demás y no quiere decir siquiera que sea objetivamente válida. Con esto me refiero a que uno puede aceptar que, bueno, si hay que convivir, se convive, y que "estar bien" o "estar realmente bien" no tiene por qué ser el único objetivo, pero entonces ha de dejarlo claro desde el inicio.
Si lo que se quiere decir es que ahora mismo la situación sanitaria es objetivamente buena, creo que hay demasiados motivos para defender lo contrario. Insisto en que para quien crea que lo sanitario no es lo único a tener en cuenta, la situación puede "valer", pero son cosas distintas.
Mientras las camas UCI pre-pandemia en los hospitales estén llenas, mientras la gente siga muriendo a centenares cada día, mientras no controlemos la transmisión comunitaria y mientras el teléfono del centro de salud, ante cualquier consulta o cualquier urgencia, dé siempre el tono de espera hasta que se corta, no podemos decir que estamos bien, no tiene sentido.
Conformarse con esto, incluso con un poco menos de esto, que es lo que aún veremos afortunadamente en las próximas una o dos semanas, es condenarse a agosto, condenarse a octubre, condenarse a enero, es decir, condenarse al rebrote, al repunte, a la nueva ola o como cada uno lo quiera llamar.
Yo diré "estamos bien" cuando, aun consciente de que hay gente que muere, aun consciente de que hay demasiados recursos sanitarios volcados en una sola patología, la situación se parezca mucho a junio… pero sin el "todo vale" que vimos entonces. Todo lo demás, me agradará más o menos, porque comparar es humano, pero no lo consideraré un objetivo logrado. No, al menos, un objetivo sanitario.