A las dos de la madrugada del domingo 8 de marzo de 2020, el primer ministro italiano Giuseppe Conte salía en televisión para anunciar el cierre de la región de Lombardía y otras catorce provincias italianas.
El número total de casos detectados rozaba los 5.000 en todo el país y los muertos se contaban por decenas. El caos que siguió al anuncio fue tremendo: nadie sabía cuándo se ponía en vigor dicho cierre. Hasta las cuatro de la mañana, Conte no firmó el decreto y hasta el lunes 9 no se publicó.
En medio, las estaciones de trenes, los aeropuertos y las carreteras se llenaron de gente intentando huir de Milán, sin que los carabinieri supieran muy bien si debían impedirlo o no.
Ese mismo domingo 8 de marzo, en España se celebraban varios actos para celebrar el Día Internacional de la Mujer. Además, seguían los preparativos para las Fallas en Valencia y para la Semana Santa en buena parte del país.
También había programados cientos de encuentros de distintas disciplinas deportivas y el partido político VOX había decidido celebrar en el Palacio de Vistalegre un mitin.
A él, acudió Javier Ortega-Smith junto a otros 10.000 seguidores y dirigentes. Ortega-Smith no se encontraba bien, pero, en fin, ¿quién no ha pasado por una gripe en invierno? Con un pañuelo en la mano y gesto descompuesto, repartió saludos y abrazos como buen político. A su lado, el líder de la formación, Santiago Abascal.
Ortega-Smith había estado en el norte de Italia unas tres semanas antes. El mismo norte de Italia que quedaba cerrado ese domingo. La semana anterior había estado en Vitoria de campaña preelectoral cara a los comicios autonómicos que iban a celebrarse en el País Vasco el 5 de abril. Vitoria había sido junto a Haro el primer foco de transmisión comunitaria en España.
El vínculo común era un entierro y posterior funeral el 24 de febrero al que, supuestamente, había acudido una pareja proveniente de Italia. A dicho funeral, celebrado en la capital vasca, acudieron masivamente vecinos de la ciudad riojana. A los pocos días, hasta 40 de ellos estaban en cuarentena mientras se ordenaba el aislamiento de todo el municipio.
Pese a la evidencia de la transmisión comunitaria, nadie suspendió ninguno de los actos programados para la tarde. Ni las manifestaciones en buena parte del país, ni los partidos de fútbol o baloncesto, ni los preparativos festivos ni nada. Lo que se vio ese domingo por la tarde fue una celebración de la vida frente al mito del coronavirus con mucho recochineo.
El Valencia, que había jugado en Milán el 19 de febrero contra el Atalanta, preparaba la vuelta de octavos de Champions tras haber jugado el viernes 6 ante el Alavés en el campo de Mendizorroza, en Vitoria. El Betis, que había jugado contra el Valencia la semana anterior en un Mestalla lleno de público, recibía por la noche al Real Madrid en lo que sería a la postre el último partido a puerta abierta del campeonato.
Fernando Simón
El lunes 9 de marzo, España llegaba a los 673 contagiados y se registraban siete nuevas defunciones en un solo día, “todas ellas de pacientes de edad avanzada y con patologías previas”, como se repetía una y otra vez por aquellas fechas.
Preguntado en rueda de prensa, Fernando Simón insistía en que, más allá de los focos de Haro y Vitoria, no había motivos de especial alarma. Ambos, además, estaban bajo control.
A la afirmación del epidemiólogo jefe del CCAES de que era absurdo cerrar los colegios, Madrid respondía esa tarde-noche anunciando su cierre durante dos semanas a partir del miércoles 11. De 288 se pasó a 542 positivos en un solo día en la capital. El hospital de Valdemoro se unió al de Torrejón como foco de transmisión tras el brote en una residencia local.
Por entonces, alarmar del coronavirus era de derechas y defender que no era para tanto y no merecía la pena limitar la economía ni los movimientos era de izquierdas. A la decisión de Madrid se unió Vitoria de inmediato.
En Castilla La Mancha, Emiliano García-Page advertía contra quienes “lo que quieren es pasarse dos semanas de vacaciones”. En Valencia, se celebraba sin problemas la octava mascletá del ciclo fallero. Al día siguiente, martes 10 de marzo, se celebraría la novena, también en la Plaza del Ayuntamiento, entre los aplausos de los ahí congregados. Horas después, se anunciaba la cancelación de las Fallas por consejo de “los expertos sanitarios”. Las pérdidas se estimaron inmediatamente en 700 millones de euros.
Ese mismo martes, Pedro Sánchez, con aire entre compungido y solemne, anunciaba en rueda de prensa un paquete de medidas para ayudar a las empresas frente a los posibles efectos del coronavirus.
Aún no se contemplaba la posibilidad de una recesión sino de una desaceleración del crecimiento. En rueda de prensa, Simón anunciaba un pequeño descenso en el número de casos detectados (418 frente a los 634 del día anterior) aunque con un total de 35 fallecidos, más de la mitad en las últimas veinticuatro horas.
Seguía el escenario de contención. No harían falta más medidas. En el mejor de los casos, aseguraba Simón, la epidemia se controlaría en dos meses. En el peor, en cinco. Horas después de la rueda de prensa, se conocería el positivo de Javier Ortega-Smith. Aunque inmediatamente se vinculó el contagio a su estancia en Italia, ahora sabemos que es muy improbable que hubiera incubado el virus durante tanto tiempo. Vitoria parece una opción más sensata. Tal vez, directamente, Madrid.
Por la noche, Italia anunciaba su cierre total. Movilidad restringida en todo el país salvo para trabajar y en aquellas profesiones indispensables. La OMS declaraba la pandemia global por coronavirus al constatar que estaba fuera de control en medio mundo.
Fernando Simón lamentaba “las presiones” que se ponían sobre el Ministerio para tomar más medidas pero insistía en esperar “al menos dos semanas” para ver si con las ya tomadas servía.
“Si constatamos que esto es suficiente, no habrá que limitar los transportes”, aseguró en rueda de prensa. En la madrugada del miércoles al jueves, los Utah Jazz anunciaban el positivo de sus jugadores Rudy Gobert y Donovan Mitchell. La NBA quedaba suspendida de inmediato. No se retomaría hasta el mes de agosto en una “burbuja” habilitada en DisneyWorld.
La caída en picado
El jueves 12 de marzo surgió con fuerza el rumor de un cierre completo en Madrid. Las autoridades lo negaron inmediatamente. No era necesario y la presidenta Isabel Díaz-Ayuso dejó claro que “no iba a permitirlo”. Aprendimos a toser en el codo y a lavarnos mucho las manos. Las redes sociales se llenaron de mensajes en inglés tipo “stay at home”.
El miedo se tornó en pánico: 2.950 casos detectados (casi un tercio solo en veinticuatro horas), 84 fallecidos, 190 pacientes en estado crítico. Por la tarde, la Generalitat anunció el cierre de la localidad de Igualada (70.000 habitantes) ante la imposibilidad de controlar la transmisión del virus. Las imágenes de los mossos d' esquadra cortando las carreteras y los enfermeros con trajes “de astronauta” llevándose a niñas pequeñas al hospital llenaron los telediarios.
Ese mismo jueves, darían positivo también Santiago Abascal y Macarena Olona. A las pocas horas, se sumarían las ministras Irene Montero y Carolina Darías. Las dos, obviamente, habían participado en la manifestación en Madrid del anterior domingo, justo cuatro días antes.
El vicepresidente, Pablo Iglesias, fue puesto en cuarentena, así como todo el grupo parlamentario de VOX. La exministra Ana Pastor también anunció su positivo. En el primer día sin clases en Madrid, se supo que el resto de comunidades autónomas se sumaban a la medida, incluida, por supuesto, Castilla La Mancha.
El IBEX reaccionó cayendo un 14%, la bajada más dura de toda su historia. El Real Madrid tuvo que cerrar Valdebebas por el positivo de Trey Thompkins, jugador de la sección de baloncesto, mientras la LFP anunciaba el aplazamiento de las dos siguientes jornadas de liga. Había que evitar a toda costa las imágenes desangeladas de campos vacíos que habíamos visto durante dos semanas en Italia.
Así llegamos al viernes 13 de marzo. Los datos de la rueda de prensa de las mañanas fueron malos de solemnidad: más de 1.000 contagiados en solo 24 horas. 120 fallecidos. 272 pacientes en estado crítico, con las primeras señales de alarma activadas en la sanidad madrileña.
Precisamente en la capital, se anunciaba el cierre de las terrazas y se recomendaba el del interior de los bares. No sabíamos nada de aerosoles. Prácticamente nadie llevaba una mascarilla porque era señal de alarmismo y era “egoísta”.
El metro de separación se convirtió en dos metros sin distinguir entre exteriores e interiores. Aunque el jueves por la tarde, Sánchez había descartado la aplicación inmediata del estado de alarma para Madrid, el rumor seguía activo.
Con Nueva York en una situación caótica, Donald Trump, reticente a reconocer la gravedad de la pandemia, se vio obligado a declarar el estado de emergencia nacional en Estados Unidos.
La Conferencia Episcopal emitió un comunicado invitando a la supresión total de las procesiones de Semana Santa. Las UCI empezaron a quedarse sin respiradores. Las residencias se convertían en ratoneras de las que miles de personas no consiguieron salir jamás.
Los comercios no esenciales cerraban en Madrid y Galicia mientras Quim Torra pedía ante los medios al gobierno el cierre de Cataluña y el brote de Igualada seguía completamente fuera de control. Ante la progresión frenética de los acontecimientos, a Pedro Sánchez no le quedó más remedio que dirigirse a los ciudadanos por televisión.
“Puede que lleguemos la próxima semana a los 10.000 afectados”, empezó diciendo el presidente, sin saber que ya eran muchos más los que realmente habían contraído el virus sin haber pasado un test porque los tests eran muy pocos y estaban restringidos a casos muy claros.
A continuación, anunció la convocatoria de un nuevo Consejo de Ministros extraordinario para el sábado 14 de marzo, el tercero en una semana. En el mismo, anunció, se declararía el estado de alarma para todo el país. Empezaba así lo peor de una tragedia que nos acompaña ya desde hace un año. El año de los tres millones de positivos y los 70.000 muertos. O más. Aún no hemos conseguido ponernos de acuerdo ni en eso.