Empezó poco a poco, como siempre. Las primeras señales de alarma vinieron de los países del centro de Europa: República Checa, Estonia, Polonia… los mismos que habían sufrido en sus carnes los peores efectos de la segunda ola de octubre-noviembre del año pasado.
A continuación, le llegó el turno a Italia, pero Italia pensaba que estaba protegida; al fin y al cabo, hablamos de un país en el que apenas hubo tercera ola, tan solo un repunte post-navideño debido a la rigurosidad de las medidas empleadas. Su sistema de división del país por zonas (blancas, amarillas, naranjas y rojas) parecía funcionar… hasta que dejó de hacerlo.
En la última semana, más de medio país ha entrado ya en zona roja y el gobierno de Mario Draghi ha confirmado las medidas que corresponden: cierre de colegios, de comercios, de hostelería… y confinamiento domiciliario salvo para ir a trabajar.
Italia quiere salvar la Semana Santa pero en los mismos términos en los que salvó la Navidad, es decir, quiere que pase cuanto antes y que no se dispare ningún indicador.
Según los últimos datos del ECDC, el país transalpino tiene una incidencia acumulada a 14 días de 502,5 casos por 100.000 habitantes. Es para preocuparse y es mucho más que un repunte.
Ahora bien, por lo mismo que hemos explicado anteriormente, no sería exactamente una cuarta ola sino una tercera para ellos. Tres olas y un repunte. De hecho, en rigor, el único país, como se puede ver en el siguiente gráfico que se ha comido todas es Chequia, una tras otra. El resto vamos a ritmos distintos.
Aun así, Italia podría ser una anomalía. Al fin y al cabo, Holanda, Bélgica, Alemania y Francia han estado controlando bien su curva de contagios a lo largo de todo el invierno. Hasta que, parece, les ha explotado encima.
La última semana ha sido dura en los cuatro países, pero especialmente en estos dos últimos. Si nos fijamos en el caso de Francia, se ha activado ya el plan de traslado urgente de enfermos graves en avión y en tren para aliviar los hospitales de la región de Île-de-France, cuya capital es París. Su situación es también inquietante -484,4 de incidencia acumulada- pero es que su tendencia parece más al alza incluso que Italia.
El confinamiento total de París está ahora mismo sobre la mesa en palabras del propio primer ministro francés, Jean Castex, que califica la situación de “crítica”. Las UCI ya han superado el umbral de colapso y se ve que no están dispuestos a pasarse meses forzando la máquina hospitalaria como sí se ha hecho en varias comunidades españolas.
Algo parecido está pasando en Alemania con un agravante: no sabemos exactamente cómo se está transmitiendo el virus. Igual que durante los primeros días de la pandemia todo el mundo se sorprendía por la bajísima tasa de letalidad que presentaba el país gobernado por Angela Merkel e incluso se rumoreaba -sin fundamento alguno- que es que no contaban todos sus muertos, ahora la situación es la contraria.
Si uno ve la situación de Alemania en los últimos meses no ve especiales vaivenes. Una continua meseta con ligera tendencia al alza. Ahora bien, el problema es que Alemania no está haciendo tests. Según los últimos datos del portal World-o-Meters, hay 29 países solo en Europa con más tests por habitante que Alemania. Son unas cifras pésimas y que hacen imposible detectar hasta qué punto hay contagios o no en el país.
Por ello, aunque la incidencia parezca de lo más suave, con “solo” 162,3 casos por 100.000 habitantes, la tasa de letalidad ha ido creciendo hasta el 2,8%, solo por detrás de Italia y Reino Unido y cinco décimas por delante de España. Eso solo puede significar una cosa: hay una enorme infradetección en Alemania que nos impide valorar exactamente su situación.
Ahora bien, ¿en qué afecta a España todo esto? ¿Estamos condenados a una cuarta ola? Yo sigo teniendo dudas. No del repunte, que lo doy por hecho -12 comunidades autónomas subieron ya el miércoles en su incidencia a 7 días- sino de su virulencia. ¿Por qué? Bueno, porque nuestro ritmo cíclico no es el de Italia, el de Francia, el de Alemania ni el del resto de Europa central.
Al alargar tantísimo la segunda ola, que nosotros empezamos con una primera oleada -Madrid, Navarra- en agosto y acabamos ya casi en noviembre con los últimos coletazos de Asturias, no llegamos a tener un pico tan grande como el resto de países… pero nuestra bajada definitiva coincidió con la subida en Reino Unido, Irlanda y Portugal y ahí nos enganchamos.
España tuvo una tercera ola muy dura, como esos otros tres países, igual que había tenido una segunda ola larga pero moderada respecto a los que citamos al principio del artículo. ¿En qué países tiene sentido fijarse ahora mismo? Pues en los que sufrieron con nosotros en enero. ¿Y qué vemos? Como se puede apreciar en el gráfico, estamos todos un poco igual: deteniendo un largo descenso y en una situación de expectativa.
Puede que ese retraso que llevamos respecto al resto de Europa haga que nos dé más tiempo para vacunar -en ese sentido, lo de Astra Zeneca ha sido un varapalo- y nos acerque al calor de la primavera. Eso conllevaría un repunte, sí, pero leve. Ahora bien, nadie puede descartar que la tendencia de transmisión no vaya a dar la vuelta de repente y a las velocidades que vemos ahora en Francia o en Italia.
Lo que sí podemos hacer es ser precavidos y lo hemos sido con las medidas de Semana Santa. El riesgo era enorme y se ha preferido evitarlo, algo a lo que no estamos muy acostumbrados, pero que debería ser un factor muy positivo. El ejemplo europeo está ahí pero lleva tiempo desincronizado. No podemos tomarlo al pie de la letra como sucedió hace un año. Las medidas actuales en casi toda España parecen suficientes como para detener un rebrote demasiado brusco. Ahora bien, volvemos al principio del artículo, lo mismo pensaban en Italia y se equivocaban.