Como Occidente no sabe qué hacer con Rusia ni con China, tampoco sabe qué hacer con las vacunas avaladas por dichos regímenes. Bastante antes de que la Unión Europea y EEUU aprobaran las vacunas de Pfizer, Moderna o Astra Zeneca, China ya estaba vacunando a sus grupos de riesgo con CoronaVac, la vacuna distribuida por el laboratorio Sinovac.
Desde entonces, tanto esta como otras vacunas chinas (Sinopharm, CanSino) se ha ido extendiendo por buena parte de Latinoamérica, África y el sudeste asiático, especialmente entre países en vías de desarrollo.
Algo parecido podemos decir de la famosa Sputnik-V. Aprobada en Rusia siguiendo el protocolo de urgencias en diciembre de 2020, se estima su efectividad en torno al 92%, es decir, muy similar a la de Pfizer o Moderna y por encima de la de Astra Zeneca.
Aunque la Agencia Europea del Medicamento (EMA) sigue negándose a autorizar su compra en la Unión Europea, lo cierto es que países como Argentina, Emiratos Árabes o Serbia la incorporaron de inmediato a sus planes de vacunación.
No solo eso: la Hungría de Orbán decidió desde el principio saltarse las recomendaciones y convertirse en el único país de la Unión en utilizar masivamente la vacuna rusa. En la actualidad, se estima que son 62 los países que han administrado o encargado dosis.
En un contexto de escasez de vacunas o, si se quiere, en un contexto en el que los países sienten que pueden administrar muchas más dosis de las que de hecho reciben, es normal que se busque por todos lados. Recientemente, Alemania consideró la opción rusa como válida a la espera de que la EMA resolviera su dictamen. También se rumorea que en Italia puede empezar a fabricarse la vacuna en breve, aunque no hay confirmación oficial al respecto.
Como sabemos, la comunidad de Madrid se interesó en febrero, en plena crisis de Astra Zeneca, por adquirir un stock importante. Es de suponer que no fue la única región ni el único gobierno en hacerlo en Europa.
Ahora bien, si tan atractiva es la Sputnik-V, si tan bien puede hacer la competencia a las producidas en prestigiosos laboratorios occidentales, ¿por qué la Agencia Europea del Medicamento se niega a dar luz verde a su uso masivo? La versión oficial es que aún no hay suficiente documentación acerca de sus efectos sobre los vacunados, aunque se supone que son decenas de millones por todo el mundo.
Ante la persistente propaganda del Kremlin y el Centro Nacional de Investigación Gamaleya, la EMA tuerce el gesto y duda. Creen que hay más de política que de salud y no saben cómo medir cada parte, es decir, cómo esquivar el intento de influir geopolíticamente por parte de Rusia en Europa… y la posible bondad del producto en sí.
La cuestión no es banal: recientemente, se descubrió que Eslovaquia, también en la Unión Europea, había encargado dos millones de dosis a un intermediario en una operación secreta. Ante la protesta de Bruselas y la presión interna, el pedido se canceló y el primer ministro Igor Matovic se ha visto obligado a presentar su dimisión.
Este mismo miércoles, la EMA doblaba la apuesta y anunciaba una investigación ante posibles presiones sobre los voluntarios que formaron parte de los ensayos de prueba de la Sputnik-V. En otras palabras, no solo es que no tengan documentación suficiente, es que no se fían en absoluto de la que tienen.
Hay, en cualquier caso, un dato que sorprende en medio de esta historia que parece sacada de un libro de John Le Carré: si la vacuna rusa es tan buena, si se puede exportar a tantos países y si realmente es tan necesaria, sería lógico pensar que el país que ya la autorizó en diciembre y que cuenta con su producción y su patente, estaría vacunando a todo ritmo y sin parar, al estilo de lo que hizo Israel en su momento. Pues bien, no está siendo así.
Según los datos oficiales de la OMS, Rusia ha vacunado por completo al 3,18% de su población. El total de dosis administradas apenas llega a los 12 millones. Por comparar, España, con un tercio de la población rusa, ya ha administrado nueve millones y tiene al 6,13% de sus ciudadanos con la pauta completa. En Reino Unido superan los veinte millones de dosis administradas.
Obviamente, algo no cuadra entre la constante voluntad rusa de vender vacunas a todo el mundo y sus propios problemas de vacunación. Es cierto que Rusia es un país enorme, pero sus estructuras burocráticas son robustas, herencia de la Unión Soviética, y el estado llega a cualquier rincón de la sociedad.
O no hay voluntad de vacunación o, simplemente, no hay tantas dosis como se está repitiendo constantemente. Si a la escasez se une su poca fiabilidad -de la vacuna o del país, eso decídalo el lector-, los anuncios de que su autorización en la UE es inmediata igual son algo prematuros.
¿Es normal que mientras tanto las administraciones vayan tanteando con intermediarios? Sí, es normal. Otra cosa es la fiabilidad de algunos intermediarios, que ya la vimos durante la crisis de los respiradores y los equipos de protección en marzo de 2020. Ofrecer es fácil, cumplir es más complicado.
Si la Unión Europea ya se la está jugando con los continuos vaivenes informativos respecto a la vacuna de Oxford, abrazar la apuesta rusa o la china puede elevar la desconfianza de los ciudadanos, que es lo último que queremos. Ahora bien, aquí, como en todo, la cuestión es el equilibrio entre riesgos y beneficios. En eso está la EMA y la cuestión parece que excede en mucho lo sanitario.