Catedrático de la Universidad de Alcalá, vicepresidente de la Sociedad Europea de Cardiología y jefe del servicio del Hospital Ramón y Cajal. José Luis Zamorano (Madrid, 1963) es uno de los mayores expertos del mundo en diagnóstico cardiológico no invasivo y una referencia internacional en la prevención y detección temprana de problemas cardiovasculares. Más de 450 publicaciones en las más prestigiosas revistas lo avalan.
En la segunda planta del Hospital Ramón y Cajal hay un despacho desde el que se divisa con nitidez el cielo plúmbeo de Madrid. La estancia está presidida por la maqueta de un corazón. Más de una veintena de diplomas y reconocimientos cuelgan de la pared. Y justo en el centro, una pintura en la que aparece otro corazón gigante que parece guiar el pensamiento del grupo de médicos que se encuentra justo debajo. No es difícil adivinar que se trata del cuartel general de un cardiólogo. En este caso, de uno de los grandes sabios de la medicina de nuestro país. A la derecha, un retrato junto al Papa Francisco.
Son las diez de la mañana y José Luis Zamorano habla por teléfono. Al otro lado, un miembro de su equipo recibe órdenes precisas sobre el tratamiento que debe aplicar a un paciente de 50 años que se encuentra muy grave por la Covid. "¡Ánimo, que vamos a salir adelante!", dice en otra llamada que encadena de forma seguida. Resulta asombrosa la cercanía con la que este médico trata a sus interlocutores, ya sean sanitarios, pacientes o familiares. Él asegura que no entiende la medicina sin empatizar con el de enfrente. Igual que no entiende su profesión -su pasión- sin una dedicación absoluta. "Nosotros tenemos el privilegio de ayudar a la gente", sostiene con absoluta convicción.
EL ESPAÑOL inicia este domingo una serie de entrevistas que, bajo el título Doctor, qué nos pasa, protagonizarán los grandes sabios de la medicina de nuestro país. Cardiólogos, dermatólogos, oncólogos, neurólogos, nefrólogos y endocrinos de prestigio nacional e internacional que, sin embargo, no sólo hablarán de ciencia y medicina. "En realidad, yo de niño quería ser jugador del Atleti", dice Zamorano con una sonrisa.
-Como cardiólogo, dígame, ¿cuáles son las claves para acabar teniendo un cuerpo de infarto?
-Hay dos partes distintas. Una es la herencia. Uno puede heredar unos genes de enfermedad cardiovascular. Tenemos pacientes que se cuidan y tienen un infarto porque su genética no es la mejor en ese sentido. Luego tenemos otros factores de riesgo muy claros que hay que tratar de evitar como son el sobrepeso, el tabaco, la hipertensión, la diabetes o el colesterol. Los factores de riesgo hacen que uno vaya comprando papeletas para poder sufrir un infarto. Por eso tenemos que acabar con los factores modificables, para que los que no son modificables a fecha de hoy puedan tratar de compensar a los otros de alguna forma.
-¿Y cuáles son las claves para tener un corazón de hierro?
-El corazón de hierro, como tal, no existe. De hecho, podría ser muy contraproducente que nada afectase a nuestro corazón. Hay que tener en cuenta que todo el mundo puede enfermar. Yo he visto recientemente a un paciente de 42 años, envidia de sus amigos, delgado, deportista, sin ningún factor de riesgo, que ha sufrido un infarto. Tener una vida estable, ordenada, cuidando el cuerpo, hace que podamos tener un corazón, no de hierro, pero sí suficientemente sano.
-Imagino que usted no beberá, ni fumará, ni se comerá un chuletón de cuando en cuando.
-La verdad es que no he fumado nunca. No sé por qué, pero no lo he hecho nunca y ya no lo voy a hacer. Ya se me pasó esa juventud inquieta. Tampoco bebo alcohol como tal porque no me gusta, pero sí bebo vino de vez en cuando, o alguna copa de champán. ¿Un chuletón? Sí, hombre, se puede comer de vez en cuando. Lo malo es hacer una dieta excesiva y no equilibrada. Tampoco considero que sea bueno hacer una dieta de un único camino, que no sea variada.
-Es usted uno de los cardiólogos más prestigiosos de este país, miembro de honor de la Sociedad Americana de Ecocardiografía, vicepresidente de la Sociedad Europea de Cardiología. ¿Nunca tuvo la tentación de marcharse de España y hacer carrera en otro país?
-Pasé una época de mi vida en Alemania trabajando y ahí completé mi formación. Luego, he tenido algunas ofertas para ir a trabajar en tres sitios distintos. Por un lado, Alemania; por otro lado, Estados Unidos; y también tuve una oferta el año pasado para asociarme con una universidad de los países árabes. Pero yo es que en España soy muy feliz. Tengo mis pacientes, mi hospital, mi familia, realmente me considero una persona muy afortunada.
-Imagino que ese tipo de ofertas pueden llegar a ser mareantes.
-La felicidad no se compra. La felicidad se pelea. Además, el concepto de felicidad, si lo vemos desde el punto de vista médico, no existe. Hay momentos felices. Muy felices. Pero los nubarrones también son parte del paisaje. No tengamos ninguna duda de esto. Y de los nubarrones se sale.
-Se puede llegar a ser un médico reconocido sin ser un adicto al trabajo?
-No me considero un adicto al trabajo, aunque sí creo que trabajo muchísimo. Trabajo todos los días de la semana y todos los días del año. De lunes a domingo. Pero no creo que sea un adicto al trabajo. Tengo muchos momentos de felicidad fuera. Luego, ocurre otra cosa y es que los médicos tenemos el privilegio de poder ayudar a la gente. Es un privilegio que no tienen todas la profesiones.
Yo no estoy en absoluto quemado con la profesión. Me considero un afortunado, un privilegiado, y me da mucha pena porque los médicos en España son una de las élites intelectuales del país. Les pedimos un 9,5 sobre 10 para entrar en la carrera. También soy catedrático de universidad, me encanta dar clase, creé un club con los alumnos para hablar de cosas que no vienen en los libros, me siento cercano a la docencia, y no me he encontrado un alumno de Medicina regular. Son todos buenísimos. ¿Qué es lo que hacemos mal en España para que el 30% de estos chicos dentro de 20 años estén quemados con la profesión?
-Dígamelo usted.
Está claro que algo hacemos mal porque, en la parrilla de salida, son todos excepcionales. No he encontrado un alumno que sólo fuera bueno. He encontrado residentes con compromiso, con ganas de ayudar, con una capacidad de trabajo incansable. He encontrado gente formidable. ¿Qué hacemos mal? La respuesta fácil sería culpar al sistema, pero me niego a eso. ¡Si el sistema somos nosotros! No sé qué funciona mal pero está claro que hay algo. Y es un lujo que no podemos permitirnos y que yo, como enfermo potencial que seré en algún momento, no quiero que perdamos a un 30% de profesionales que son fueras de serie.
-¿Cómo describiría lo vivido en el Hospital Ramón y Cajal durante los momentos más crudos de la pandemia?
-Realmente fueron momentos inolvidables. Nosotros no sabíamos nada de esto. Recordemos que aquí nos pusimos todos con una mascarilla, con nuestras ganas de ayudar y de estudiar. Pero la inmensa mayoría de los médicos que tratamos a estos enfermos no habíamos tratado una patología similar hace muchísimos años. A ello hay que unir que es una patología en la que veíamos morir a muchísima gente sola, cosa que tampoco lo habíamos visto en nuestra vida. Estábamos acostumbrados a acompañar en la muerte, a acompañarles junto a la familia, a sentir lo que sentía la familia. Y eso se rompió bruscamente, no hubo una transición. El enemigo era desconocido. Teníamos un montón de noticias en marzo y en abril, pero todas malas. "No hay camas en la UCI". "Se han muerto 500 personas". "Las funerarias están llenas". En el Ramón y Cajal, que hemos tenido un aluvión de pacientes, como en el resto de España, la inmensa mayoría de la gente dio un paso adelante, nos unimos, nos organizamos y me siento muy orgulloso de todos mis compañeros, sin excepción.
-Imagino que fueron momentos dramáticos.
-Fueron momentos muy dramáticos. Desde el punto de vista médico, veías morir a gente en malas condiciones. Al principio, sobre todo, tenías miedo. Es que es normal. No tener miedo era una insensatez tremenda. Si lo miro como jefe de servicio, creo que nosotros nos organizamos bastante bien. Nos organizamos como pudimos. Pero como jefe también fue muy difícil. Tenías que decidir a quién mandabas a la zona Covid y a quién no. Eso para mí fue difícil y no tengo duda de que, en alguna situación, doloroso. La situación no es como ahora, que tenemos mayor conocimiento y también equipamiento. En la última semana de marzo, yo pensaba: "Voy a mandar a una zona Covid a un padre con un hijo de tres meses". Te pasaban un montón de cosas por la cabeza. O a alguien que tenía una situación especial con sus padres enfermos. Todo eso no fue fácil de gestionar.
-¿Nos hemos tomado a la ligera el coronavirus como sociedad?
-Como sociedad, en líneas generales, he visto a mucha gente que se ha cuidado. De todos los estratos sociales. Siempre hay excepciones. Yo tengo una madre mayor a la que he visto cuidarse mucho. Hemos estado viéndola con mascarilla y gracias a Dios está ya vacunada. Pero también tengo hijos de entre 23 y 28 años, y también los he visto cuidarse. Es fácil sacar una noticia que diga "Fiestón" no sé dónde, pero eso realmente no se traduce en lo que es la juventud como norma general. Sí creo que como sociedad hemos fallado a nuestros mayores. Sin ninguna duda.
-¿Era usted de los que pensó, allá por el mes de diciembre o enero, que este virus era algo más que una gripe?
-Yo el 23 de febrero de 2020 estaba invitado a dar un curso en el hospital de Wuhan. Un curso que cancelaron mes y medio antes y que, en aquel momento, no llegué a entender muy bien por qué. Sabía que estábamos ante un tema serio. Posteriormente, cuando llegaron los casos a Italia, creamos un grupo con un muy buen amigo, catedrático en Shangai, y otras personas muy conocidas de Hong Kong, Corea, Italia... En ese grupo, por la mañana, hablábamos con las personas que estaban en Asia. Era una llamada de 10 o 12 minutos. Al atardecer, hablábamos con una persona que estaba en Alemania, otra en Holanda, dos italianos y yo. Realmente sí tenía conciencia de que esto iba a ser muy serio.
Tanto es así que nosotros, como servicio de cardiología, compramos mascarillas, algo que, si lo piensas, es un poco raro. Compré 300 mascarillas FFP2 para el servicio de cardiología, de las que ahora no sirven porque tenían todas filtro. Recuerdo que a cada miembro del servicio le daba una caja de 12 y a todos les decía lo mismo: "Te estoy regalando un lingote de oro, cuídalo". Entonces no teníamos mascarillas para todos. En aquellos días nos daban dos mascarillas a la semana. Ahora estás sentado delante de una caja que tiene 200. Yo le doy todos los días una nueva a todos los miembros del servicio. Y toda la vida guardaré ese cartel en el que el 23 de febrero tenía que dar un curso en Wuhan.
-Siempre se ha hablado de la sanidad pública española, pero parece que todo saltó por los aires con el coronavirus. ¿No era tan buena como pensábamos?
-España no es la mejor sanidad del mundo. No lo es. Tiene una sanidad muy buena. Al igual que Estados Unidos no es la mejor sanidad del mundo, ni Alemania es la mejor sanidad del mundo. España tiene una sanidad muy buena, pero sobre todo tiene una cosa que es fundamental: en nuestro país uno no tiene que preocuparse de la sanidad y de la educación. ¿Qué quiere decir eso? En Estados Unidos, un hijo va a la universidad y sabes que tienes que tener 80.000 o 90.000 dólares al año. Aquí uno puede ir a la universidad pública, estudiar, y hacer una carrera en la inmensa mayoría de las situaciones. Y con la sanidad, igual. Uno sabe que tiene una sanidad que le va a cubrir si tiene algún problema y eso vale muchísimo.
España tiene unos profesionales sanitarios muy buenos. ¿Son los mejores del mundo? No. ¿Son personas que hacen una sanidad muy buena? Yo creo que sí. La Covid ha mostrado una serie de carencias que evidencia que necesitamos unos protocolos mucho más estrictos. Que todos hagamos lo mismo, que tengamos unas directrices muy claras, unas líneas de actuación comunes y no que cada uno haga un poco lo que le parece.
-Hace mucho tiempo que se habla de una "epidemia cardiovascular". ¿Hemos ido a peor? ¿Cuál es la situación en España?
-La enfermedad cardiovascular es la primera causa de muerte en España. Eso es cierto y tenemos que hacer algo para mejorar. El aspecto positivo es que tenemos un desarrollo tecnológico bárbaro en cardiología. Hoy en día el diagnóstico es muy fácil, o es mucho más fácil de lo que era. También el conocimiento de la enfermedad es mucho mayor por parte de la ciudadanía y esto es especialmente importante en la gente joven. Es mucho más fácil ver que una persona joven recicla la basura y que utiliza los diferentes cubos que una persona de 60 años. Con la comida pasa igual: es mucho más fácil ver que la gente joven se preocupa de qué está comiendo, o cuánto está comiendo, que otras personas que no nos hemos educado en ese sentido siendo más jóvenes. Por tanto, yo creo que la educación sanitaria y la cultura sanitaria es mayor. Es raro hoy en día que la gente no se cuide haciendo ejercicio, es raro que no cuide su peso y eso ayuda mucho. Dicho esto, tenemos más tecnología, buenos médicos, cultura sanitaria, pero todavía tenemos deberes porque la mortalidad es muy importante.
-Hablando de ejercicio físico, ¿las carreras populares son un arma de doble filo?
-Sin ningún género de duda. El ejercicio es fundamental desde el punto de vista físico y psíquico. No hay ninguna duda. Sólo tiene beneficios. Pero hacer ejercicio intenso de domingo es peligrosísimo. Si uno es semideportista de élite y quiere hacer la maratón de Madrid, la de Berlín y la de Nueva York, requiere un entrenamiento y además ha de hacerse un chequeo cardiovascular antes de hacer ejercicio intenso. Hay que tener cierto cuidado con el ejercicio físico intenso.
-Los médicos han tenido siempre fama de fríos. ¿Uno necesita inmunizarse de alguna forma ante la pérdida de un paciente?
Eso se ha dicho siempre pero no estoy de acuerdo. Yo creo que uno no tiene que inmunizarse al dolor, igual que no tienes que caer en la desesperación por el dolor porque, como decía antes, tenemos el privilegio de poder ayudar. Pero es muy importante que uno tenga empatía con el enfermo, que pueda comprender el sufrimiento, la soledad o el miedo del de enfrente. Yo recuerdo a un paciente que me decía: "Lo malo no es morirme, es lo que me está costando". Realmente hay que comprender al de enfrente. Es necesario humanizar la medicina. Y humanizar la medicina no quiere decir sólo con el enfermo, sino también entre los profesionales.
-Precisamente parece que ha sido la pandemia la que ha acabado humanizando a los sanitarios: personas que han estado en la primera línea de fuego, con una presión muy importante y que, en muchos casos, han acabado tomando antidepresivos.
Yo creo que un antidepresivo muy bueno es el trabajo en equipo. Yo he visto a compañeros con bolsas de basura. Por eso creo que un antidepresivo importante es el trabajo en equipo. Saber por qué hacemos esto. Cuál es nuestro objetivo. Saber por qué tengo que hacerlo yo. No es lo mismo ser jefe que ser superior en el mando. El jefe se preocupa de su gente, ve dónde está, dónde pueden llegar y les ayuda a llegar hasta ahí. El ejemplo legitima al líder y en la pandemia yo he descubierto valores importantísimos en gente que nunca hubiera sospechado, incluyendo no médicos.
-¿Una copita de vino es buena para el corazón, tal y como siempre se ha dicho?
Es un hecho. Una copa de vino tinto al día no produce ningún mal. El mal que produce es cuando uno pasa de una copa a una botella. El alcohol es una de las adicciones más importantes que existen en nuestro país. Entonces, una copa de vino no es mala. Cuando uno crea que con esa copa de vino está empezando a abandonar el control, tiene que abandonarlo inmediatamente, porque es una adicción.
-¿Cuál es el reto más acuciante que tiene la cardiología por delante?
Ir juntos. Si nos referimos a la cardiología española, ir juntos. España tiene unos hospitales y unos profesionales formidables. Si supiéramos aunarnos y trabajar en grupo, sería una grandísima ventaja y seríamos mucho más competitivos internacionalmente. El Covid ha enseñado que si no hemos aprendido que el liderazgo personal es un valor a la baja, no hemos aprendido nada. Eso es una pena.
-¿Y usted, qué retos tiene aún por cumplir?
Muchísimos. Yo, que he tenido cierta suerte y reconocimiento en mi trayectoria profesional y que me siento muy honrado, estoy totalmente seguro de que lo que yo quiero hacer en mi vida es darme cuenta de hasta dónde puede llegar la gente de mi grupo y ayudarles a que ellos lleguen. Porque esa es mi responsabilidad. Darme cuenta de hasta dónde es capaz de llegar cada uno, empujar sin parar y tirar de la cuerda sin parar para que ellos lleguen. Y esa debería ser la obligación de todos los jefes de servicio de España.
*El corazón es el músculo más fuerte que existe en el cuerpo humano. Se calcula que puede llegar a latir más de 100.000 veces al día, 35 millones de veces al año y más de 3.000 millones de veces a lo largo de la vida de una persona. El motor de nuestro organismo bombea de media unos cinco litros de sangre cada minuto, según la Fundación Española del Corazón. Su peso oscila entre los 280 y 350 gramos en hombres, y 220 y 300 gramos en mujeres. Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que casi 23,6 millones de personas morirán por alguna enfermedad cardiovascular en 2030.