En tiempos de relato, parece imposible asumir que el Gobierno haya elegido el sábado 26 de junio para levantar la obligatoriedad de llevar mascarillas en recintos abiertos sin querer mandar un mensaje. En tiempos de necesidad científica, también tendemos a pensar en una razón que haya provocado que sea justo ese sábado, y no otro, el elegido.
Sin embargo, lo más probable es que no haya demasiadas intenciones ocultas ni justificaciones precisas. Como mucho, se puede decir que el 26 de junio dará inicio el tercer fin de semana con la incidencia acumulada por debajo de los 100 casos por 100.000 habitantes, y eso ha dado la tranquilidad suficiente. ¿Se podría haber adelantado al 19? Sí, claro, pero se ha preferido ir más a lo seguro.
¿Y de dónde sale esta necesidad de los 100 casos por 100.000 habitantes? Bueno, es una cifra simbólica más que otra cosa. Tomar medidas a partir de la incidencia acumulada es peligroso porque la incidencia ya no nos dice tanto sobre la pandemia.
De entrada, porque tenemos mayor capacidad de detección y, aparte, porque necesitamos saber qué grupos de edad se están viendo afectados y cuál es el nivel de gravedad de su enfermedad para saber hasta qué punto una decisión es realmente arriesgada o no.
En ese sentido, quizá nos deberíamos fijar más en el número de ingresos y de hospitalizados. En los últimos cinco días -Sanidad no notifica en fin de semana- se han producido 1.600 ingresos por clínica Covid en los hospitales españoles. Si atendemos la cifra de las últimas 24 horas, observamos que en doce de las diecinueve comunidades y ciudades autónomas, el número de ingresados es inferior a diez.
Entendemos también que se trata en su mayoría de casos leves, pues la cifra de ingresados en UCI sigue bajando inexorablemente: 793 pacientes en estado crítico, prácticamente una tercera parte de los que había cuando acabó el segundo estado de alarma, es decir, poco más de un mes.
Sin nuevos ingresos y con los hospitales relativamente vacíos, hay riesgos que se corren con más alegría. Si volvemos a la manida incidencia, Sanidad establece hoy 95,91 casos por 100.000 habitantes cada catorce días, la cifra más baja desde el 11 de agosto. El hecho de que la tendencia a la baja se haya vuelto a atascar no quiere decir demasiado por sí mismo. Ya pasó hace dos semanas y seguimos bajando a continuación con cierto buen ritmo.
De repetirse este descenso, podríamos llegar al 26 de junio en cifras de primeros de agosto, es decir, las mejores en casi once meses. De hecho, los 43,60 casos por 100.000 habitantes cada siete días ya nos remiten al 6 de agosto, si bien es cierto que esa cifra lleva dos días en ligerísimo aumento.
Comentábamos el pasado lunes que las subidas de casos en Reino Unido y Portugal no invitaban demasiado al optimismo porque nuestro ritmo pandémico es muy similar al suyo. Ahora bien, no parece que llevar o no la mascarilla en lugares abiertos vaya a afectar en lo más mínimo.
De hecho, es probable que la medida haya seguido en vigor más tiempo del debido por temor a un exceso de confianza -básicamente, que la gente no las lleve tampoco en interiores, cosa que, en realidad, tampoco todo el mundo hace ahora- y porque una vez que te empeñas en algo luego es muy difícil justificar que tampoco era tan necesario.
Prácticamente Italia y España se quedaron solos en esta política de mascarilla obligatoria, lo que quizá dice mucho más de la confianza en sus ciudadanos que del virus. En Alemania o Francia se dejó ya como recomendada con incidencias que superaban los 200 e incluso los 300 casos por 100.000 habitantes.
Las posibilidades de contagio al aire libre son muy limitadas, aunque aún está por detallar en qué circunstancias -reuniones masivas, espectáculos públicos…- sí se va a exigir ese uso de mascarillas. Tan importante como eso sería exigir de una vez que esas mascarillas sean FFP2 -como hace Alemania- y ayudar por lo tanto a reducir el precio de ese tipo de cubrebocas.
Es de esperar que se vuelva a apelar a la distancia de seguridad de metro y medio, pero sabemos que a estas alturas esa distancia no la respeta nadie y probablemente no implique un enorme riesgo. Lo que era absurdo era ir a bajar a por el pan o a dar una vuelta con los niños y estar todos con una mascarilla puesta cuando no se interactuaba con nadie.
Del mismo modo, hay que recalcar que el hecho de que algo ya no sea obligatorio no quiere decir que no pueda utilizarse. Habrá quien quiera correr los menos riesgos posibles y seguirá saliendo con su mascarilla. En el sudeste asiático sucede continuamente y no es ningún escándalo.
En definitiva, lo que hace el Gobierno con esta medida es poner la responsabilidad en nuestras manos y liberarnos de un enorme peso psicológico. Podremos olvidarnos de ponernos la mascarilla al salir de casa sin que ahora pase nada. ¿Ha esperado demasiado en tomar la decisión? Es debatible.
Lo que está claro es que, en previsión de que la cosa salga mal, que parece muy improbable, han esperado a que el mayor número posible de comunidades y ciudades autónomas estén por debajo de los 150 casos por 100.000 habitantes (solo Andalucía y La Rioja superan ese umbral en la actualidad), a que los hospitales estén casi vacíos (once CCAA con menos de cien hospitalizados en total) y que el proceso de vacunación siga avanzando a todo ritmo. Casi catorce millones de españoles tienen ya la pauta completa, es decir, un 30% de la población.
La única duda que plantea la medida es que, si por lo que fuera sufriéramos el temido repunte de finales de junio-principios de julio -un repunte que no tiene por qué darse y que en cualquier caso será mitigado- la opinión pública podría sentir la tentación de culpar a la ausencia de mascarillas. Sería un enorme error. Este es un paso para el que no cabe vuelta atrás. No al menos en verano.
El otoño llegará y supondrá la verdadera prueba del algodón: posibles nuevas variantes, dudas sobre la duración de las vacunas, etc. Si superamos el otoño, habremos conseguido algo importantísimo. Si volviera a haber entonces un repunte serio, parecido al que se está viviendo en el hemisferio sur, entonces tendríamos que replantearnos cosas. De momento, disfrutemos de esta tregua, que merecida la tenemos.