Adolfo López de Munain Arregui (Vitoria, 1958) estudió Medicina en la Universidad de Navarra y se especializó en Neurología en el Hospital Nuestra Señora de Aránzazu de San Sebastián. Actualmente dirige el servicio de Neurología del Hospital Universitario de Donostia, actividad que compagina con una intensa labor investigadora centrada en patologías neuromusculares, habiendo publicado más de 300 artículos. Además, es responsable del Área de Investigación de Neurociencias del Instituto de Investigación Sanitaria Biodonostia y director científico del Centro de Investigación Biomédica en Red en Enfermedades Neurodegenerativas (Ciberned), coordinando la labor de más de 50 equipos en todo el país. Es miembro del comité científico de innumerables asociaciones dedicadas a enfermedades neuromusculares, esclerosis múltiple, miastenia o esclerosis lateral amiotrófica. Además, ha fundado varias start-ups médicas dedicadas a la traslación del conocimiento científico a las empresas.
El currículum de este neurólogo es inabarcable. La única forma de conseguirlo es siendo un trabajador incansable: como él mismo reconoce, duerme poco y su forma de desconectar es dedicarse a un aspecto distinto de su labor. Para hacerlo de ver pacientes, investiga; para desconectar de la investigación, enseña; para hacerlo de la docencia, ve pacientes.
López de Munain habla como si tuviera tan interiorizado su discurso que solo tuviera que seleccionar la respuesta adecuada: con aplomo, sin apenas dudar, construyendo cada frase de forma exquisita. Es el puro ejemplo de lo que predica: para tener un cerebro sano hay que alimentarlo. Por eso decidió licenciarse en Historia y formar parte de la Sociedad de Estudios Vascos, porque un médico también es un humanista.
- ¿Entendemos bien nuestro cerebro?
- Es una pregunta complicada para empezar. Entendemos muchas cosas del funcionamiento cerebral, pero cuando nos acercamos a las funciones más complejas, como es la propia conciencia, la génesis de los pensamientos, determinadas pautas de conducta compleja… las cosas se complican.
El cerebro es capaz de hacer cosas muy simples, muy parecidas a las que hacen otros animales, pero también tenemos una serie de funciones, no privativas del hombre pero que con la sofisticación con que las hace la especie humana no se ha alcanzado en otros órdenes animales.
Funciones complejas como la empatía, la teoría de la mente… El correlato del funcionamiento cerebral para poder desarrollar estas funciones no es tan bien conocido. Lo conocemos a través de una imagen negativa, cuando no tenemos estas funciones en la situación de enfermedad. A veces tenemos trastornos del neurodesarrollo, como puede ser un autismo, o trastornos como la psicosis en las que el cerebro no está funcionando correctamente, y podemos ver, de manera negativa, la pérdida de esa función.
En algunos casos, cuando vamos conociendo el correlato genético o neuropatológico de estas enfermedades, podemos ir centrando cuáles son las piezas de este funcionamiento, teniendo en cuenta que en el cerebro hay cosas que están localizadas en determinadas zonas, como puede ser el lenguaje o la motricidad, pero otras muchas están distribuidas o que, de alguna forma, son el resultado del funcionamiento holístico de todo el conjunto y por lo tanto es más difícil establecer la relación de causalidad con una región concreta.
Conocemos muchas cosas del cerebro, pero desde el punto de vista biológico probablemente es una de las fronteras del conocimiento en este momento.
- ¿Se puede entrenar el cerebro, como dicen algunos libros y videojuegos?
- Tomaría prestadas las palabras de Ramón y Cajal: uno puede esculpir de alguna forma el cerebro, y hay formas de entrenarlo en su conjunto o determinadas funciones. Una pregunta muy reiterada en las consultas es: "Yo hago crucigramas. ¿Esto me puede ayudar a mantener el cerebro sano?" Los resultados de algunos estudios son controvertidos. Indudablemente, el entrenamiento de una tarea mejora su ejecución, pero no siempre esa ejecución mejorada se traslada a una ejecución mejorada de otras.
Cuando el cerebro, al igual que ocurre con la musculatura, se entrena, mantiene mejor sus capacidades que cuando no se entrena. Hoy sabemos que, de los mejores protectores de la expresión sintomática de la neurodegeneración, uno es el trabajo cognitivo. Si una función no se entrena, en el momento en que el aporte biológico empieza a fallar, decae.
- ¿A qué nos referimos con el trabajo cognitivo?
- Normalmente, por lo menos en mi práctica clínica, no suelo hacer hincapié en cosas que sean muy alejadas en la vida de la persona. A veces, el tránsito de la vida activa laboral a la de jubilado, algunas personas lo entienden como un abandono de una serie de tareas que desarrollaban anteriormente. Esto es malo para el cerebro. La experiencia que yo tengo con las personas que envejecen exitosamente –y esto es algo que no depende solo de la voluntad individual sino de factores genéticos y ambientales– es que son aquellas que mantienen la actividad mental, sobre todo la propositiva. Son personas que tienen un propósito en la vida, algo por lo que se levantan todos los días y es algo que les interese.
Lógicamente, esto dependerá mucho de las circunstancias de salud de cada persona, no solo la cerebral sino la sistémica, la toma de medicamentos, la situación social, etc. Pero, a igualdad de todas estas condiciones, la diferencia fundamental estriba en tener un propósito, y esto se traduce en que son personas activas, que se programan, que tienen perspectivas de futuro. No se plantean la vida como el tiempo que queda hasta la muerte sino como un espacio pleno y rico de posibilidades. Son personas que miran al pasado pero sin nostalgia y proyectan sus intereses para el futuro.
- Lo mejor para el cerebro es tener un proyecto.
- Sin duda. Ahora que se habla del retraso de la jubilación, yo he oído decir a algunas personas que la jubilación se convierte en un timo, porque dejas de ser parte activa y no todo el mundo está preparado para ello. El hecho de que uno transite de una vida laboral activa, con una serie de responsabilidades, a otra vida no significa que esa persona deba de dejar de participar activamente.
Incluso en situaciones de enfermedades dolorosas o que menoscaban la integridad de la persona en todos los aspectos, el sufrimiento es llevado con una mayor tolerancia cuando hay un propósito. Hay situaciones que mantienen a algunos enfermos vivos cuando hay un propósito para estarlo.
Por el contrario, la persona que pierde el sentido de la vida, bien porque la enfermedad le ha puesto en condiciones extremas o porque la persona ha perdido ese interés al estar en un proceso depresivo o de otro tipo, probablemente esto acorta la vida.
- Para el cerebro, entonces, la jubilación es mala.
- Hablar en términos generales es complicado porque no todos los trabajos son estimulantes. Los que desarrollamos nuestro trabajo con vocación estamos en una situación diferente con las personas para las que el trabajo es un medio de vida y les aporta poco más que el salario.
Entiendo que, en determinadas condiciones de penosidad, un trabajo puede ser un martirio del cual uno se siente liberado cuando deja de hacerlo. Pero, en términos generales, teniendo en cuenta que muchos trabajos han perdido esta condición de penosidad física… La actividad laboral, además, viene acompañada de una serie de elementos, no solamente los económicos sino el poder socializar con los compañeros del trabajo, estar en contacto con determinadas situaciones (dependiendo del tipo de trabajo), que de alguna forma son favorables para el desarrollo del mantenimiento cognitivo.
Insisto: no se puede generalizar porque cada mundo laboral es diferente y, obviamente, cuando un trabajo es alienante y no aporta ningún aspecto positivo, todos podemos entender que la jubilación se entiende como una liberación.
- ¿Cuál ha sido el principal descubrimiento relacionado con el cerebro en lo que llevamos de siglo?
- Esta es una pregunta ciertamente compleja. No sabría decir un descubrimiento que destaque por encima de otros. Hay algunos más llamativos que otros, estoy pensando en las neuronas espejo, la capacidad que tenemos de interiorizar determinados estados… Por dejarlo en términos generales, lo que es más impactante es la capacidad que tenemos de adentrarnos en el funcionamiento cerebral mediante técnicas de imagen cada vez más sofisticadas. Y se nos avecinan otro tipo de técnicas con las cuales vamos a ser capaces de monitorizar de una forma mucho más fina incluso los estados mentales.
Es difícil que un solo descubrimiento cree un nuevo paradigma, una nueva visión. En este siglo han tenido que ver con la genética y la imagen, la capacidad de poder visualizar, en vida del paciente, su cerebro en una imagen real. Esto es espectacular. Antes solo teníamos capacidad para acceder a los entresijos del cerebro tras el fallecimiento del paciente. Ahora podemos obtener información de casi tanta valía, o incluso mucho más, porque la tenemos en pacientes que están vivos mediante la resonancia funcional.
Por ejemplo, en mi hospital realizamos desde hace tiempo intervenciones con el paciente despierto y se da cuenta de lo que pasa precisamente para orientar al cirujano en el camino quirúrgico, que procure lesionar solo estructuras cerebrales que nos van a producir un daño residual. Hace un par de décadas era impensable.
- ¿Por qué se decantó por la Neurología?
- Soy neurólogo gracias al profesor Martínez-Lage. A veces hay personas que, en la vida de un médico en formación, son determinantes. Te gusta su forma de enfocar las cosas y, sobre todo, esa capacidad de transmitir pasión en lo que hace. Un gesto imperceptible en un maestro puede ser determinante para estimular la carrera de una persona.
Tuve la suerte, posteriormente, de encontrarme con otro maestro, el profesor Martí Massó, que también había sido discípulo de Martínez-Lage, con el cual aprendí la neurología clínica y que en la profesión de médico no se puede disociar la función asistencial de la docente y de la actividad investigadora. Por tanto, siempre he procurado, con mayor o menor éxito, ligar las tres facetas de la vida profesional de un neurólogo en esos tres ámbitos.
- Usted, que es director del Ciberned, ¿qué opina del estado de la investigación en España?
- El estado de la ciencia en España se puede ver desde dos ópticas, una pesimista y otra optimista. La pesimista viene derivada de una insuficiencia crónica de recursos para la investigación biomédica y general, que ya fue denunciada por Ramón y Cajal. Pero también es cierto que esta situación tiene un lento progreso hacia su resolución. El problema que tiene España es que, cuando se produce esta opinión generalizada de los poderes públicos de que la única forma de progresar como país es la investigación, nos asola algún tipo de crisis económica o pandémica que nos hace dar un paso atrás.
Afortunadamente, ya hay una mayoría muy significativa de ciudadanos y de políticos de todo signo que entienden que la inversión en ciencia siempre resulta rentable. Cuando una actividad no es estacional y depende de la producción intelectual de los individuos es más fácil deslocalizarla y continuar. En cambio, cuando la actividad económica de un país depende fundamentalmente del ocio, es muy frágil y tiene riesgos evidentes en cuanto se tuercen algunas de las condiciones, o bien climáticas o bien de movilidad.
Nuestros héroes sociales deben ser, en este momento, las personas que con su esfuerzo han sido capaces de resolver una situación tan complicada como la pandemia y por eso me felicito de que aquellas que han contribuido con su esfuerzo a que las vacunas hayan tenido éxito sean personas reconocidas socialmente. Tenemos que avanzar en esto para tener una sociedad mejor.
Si uno ve la parte positiva, indudablemente en España se están dando pasos. Hay una esperanza de que los fondos de regeneración que nos va a transmitir Europa se empleen en crear las bases para la economía basada en el conocimiento, no en el ocio, que es importante y que sabemos hacer muy bien pero que tiene una serie de riesgos de sostenibilidad, como se ha demostrado durante la pandemia.
- ¿Está la neurociencia española en el lugar que le correspondería teniendo como pionero a una figura tan crucial como la de Ramón y Cajal?
- Creo que no. Está a buen nivel: hay magníficos neurocientíficos, yo tengo el privilegio de dirigir una organización con 56 grupos sobre neurodegeneración. Pero hay que decir que las condiciones de inversión en estos equipos no favorecen poder llegar a esos niveles.
No obstante, quizá nuestro principal problema no está en el talento, que no falta, sino en que seamos capaces de proporcionar pistas de aterrizaje a muchísimas personas que en estos momentos están fuera del país desarrollando sus carreras con notable éxito, y que pudiesen regresar a centros del país y generasen masa crítica.
Soy un gran defensor de las élites científicas pero también de la clase media: no hay élite científica si no hay suficiente clase media. Si uno hace la comparativa con el deporte, cuando yo era joven los atletas y deportistas españoles de éxito eran auténticos héroes. Teníamos un tenista excelente, un ciclista, un futbolista. La diferencia fundamental es que, cuando se ha cultivado de forma intensiva el deporte en las escuelas de alto rendimiento tenemos muchísimos practicantes y, de todos ellos, emerge una élite de referencia que no son personas aisladas.
Ese cultivo de la clase media necesita ser convenientemente irrigado con recursos para hacer que se extienda. Si, por el contrario, hay carencias, algunas personas van a abandonar esta carrera porque necesitan algo que les permita vivir con cierta dignidad. Por eso, a las tres patas del médico que me enseñaron mis maestros (asistencia, docencia e investigación) he añadido por mi cuenta una cuarta, que es la transferencia, es decir, tratar de transferir esos conocimientos a los pacientes y a la economía. Ese es el motivo por el cual hace unos años creamos una fundación de investigación y, en los últimos tiempos, he colaborado en la creación de tres start-ups para hacer transferencia de ese conocimiento a la industria.
- Parece que esa transferencia de conocimiento es la cuenta pendiente de la investigación española.
- Hay una serie de corsés legislativos que no lo hacen fácil. En España, una persona que trabaja en el sector público está obligado por varias leyes que tienen una serie de restricciones a la hora de emprender. Hay un cierto castigo para las personas que, proviniendo de la función pública, quieren emprender cuando en otros sitios lo que se promueve es una vía compartida: personas que tienen capacidad docente pueden perder menos tiempo en tareas de gestión y, por otro lado, ser impulsoras de iniciativas de este tipo.
A veces pensamos en el científico que, a través de una investigación, va a convertirse en una persona rica porque va a descubrir algo muy importante que le va a dar mucho dinero, cuando la mayoría de las veces lo que se crean son oportunidades, no dinero, para que muchos de nuestros egresados postdoctorales puedan desarrollar sus conocimientos en empresas que vendan servicios o productos que la sociedad demanda. A veces es necesario crear estas estructuras porque, si no, estamos condenados a pagar eternamente estos servicios o productos que vienen de fuera, con sistemas muy parecidos al nuestro pero mucho más exitosos a la hora de favorecer la transferencia.
Esta es una dinámica de éxito en otros países y está claro que, desde una función pública, un funcionario no estimulado no tiene entre sus visiones la de crear riqueza. Si la aspiración fundamental de los investigadores es tener una estabilidad funcionarial, probablemente perdamos de vista que un papel fundamental que tienen es trasladar estas investigaciones a la empresa.
- ¿Por qué es tan difícil tratar las enfermedades neurodegenerativas?
- Uno de los problemas es que el paradigma conceptual con el que abordamos estas patologías necesita una profunda revisión. En los últimos 30 años hemos ligado las enfermedades neurodegenerativas a un concepto neuropatológico que es la presencia de determinadas lesiones en el cerebro de los individuos y que están constituidas por depósitos de proteínas.
Este paradigma reza de la siguiente forma: el mal funcionamiento de determinadas funciones celulares produce acúmulos de proteínas que no son depuradas por los sistemas de depuración de la célula, favorecen el mal funcionamiento neuronal y, finalmente, su degeneración y muerte.
Esto es verdad, pero probablemente sea insuficiente. Conocemos el caso de personas que han fallecido con un cerebro completamente lesionado y lleno de este tipo de estructuras que, sin embargo, ha tenido un funcionamiento aceptable.
Por otro lado, sabemos también que las personas empiezan a desarrollar este tipo de lesiones mucho tiempo antes de que manifiesten los síntomas. Por tanto, tenemos que perfeccionar nuestro paradigma en relación a la neurodegeneración.
Personalmente, estoy convencido de que el elemento fundamental que tenemos que entender al hablar de neurodegeneración es su conexión con el envejecimiento. La neurodegeneración puede empezar muy pronto pero se manifiesta con el envejecimiento. Por lo tanto, controlar éste y retrasarlo es más que probable que nos permita retrasar los elementos clínicos de la neurodegeneración.
En ese sentido, el problema de los tratamientos probablemente está en relación con que nosotros abordamos la enfermedad cuando da manifestaciones clínicas, y eso puede suceder que 30 años después de que se empiecen producir los primeros problemas en el cerebro. Un tratamiento que llega cuando el cerebro ya tiene una serie de daños es poco probable que pueda restaurar la situación inicial.
- ¿Cómo se puede retrasar la neurodegeneración?
Ese es el otro reto fundamental, la prevención. Intentar entender cuáles son los fenómenos primarios que están detrás de ese malfuncionamiento celular para tratar de evitarlo. Ya somos bastante conscientes de que algunas medidas que se han ido tomando en el mundo occidental con respecto a la prevención de enfermedades cardiovasculares, como son el control de la hipertensión, la obesidad, el tabaquismo y los factores metabólicos, está redundando en una reducción relativa de los casos de neurodegeneración a determinadas edades en el primer mundo.
Entiéndase bien: no es que tengamos menos casos sino que tenemos menos casos en proporción a los de edad. Lo que ocurre es que, en el mundo desarrollado, el envejecimiento de la población hace que tengamos muchas personas mayores de 80 años y aunque la proporción de pacientes descienda, en términos absolutos tenemos más. Por tanto, el control de los factores en las edades intermedias de la vida, probablemente redundará, si no en una desaparición, en una reducción de las enfermedades neurodegenerativas y, desde luego, sí en un retraso en su edad de aparición.
- ¿No se puede entender la gran mayoría de enfermedades degenerativas sin asociarla a otros tantos factores de salud?
- Los factores genéticos son determinantes en un porcentaje que oscila en entre un 5% y un 10% de las enfermedades más conocidas (alzhéimer, párkinson), pero en el 85% de los casos son esporádicos. En estos casos, lo genético tiene un valor de susceptibilidad: uno nace con una serie de cartas y si además el juego le va mal es posible que pierda la partida. Pero ahí es donde interviene la interacción con los factores ambientes: malas cartas, ambiente insalubre, prácticas de riesgo (alcohol, drogas) y haber tenido traumatismos craneales conlleva un riesgo aumentado de padecer neurodegeneración.
Con los factores genéticos no podremos actuar salvo en aquellas enfermedades mendelianas [de origen genético] que tengan disponible una terapia génica que pueda ser administrada precozmente, y en el resto de casos tendremos que conocer los factores y adaptarlos a un estilo de vida que sea más protector.
En el momento en el que el proceso neurodegenerativo se conoce que se pone en marcha, ahí tenemos que poner el acento no solo en las medidas preventivas sino en terapias que sean capaces de proteger, de alguna forma, el cerebro del desarrollo de estas enfermedades. Ese sería un enfoque de visión precoz de la neurodegeneración no como algo que debemos abordar cuando el paciente, ya anciano, acude a la consulta con problemas evidentes de motricidad o de memoria, sino cuando un paciente joven al cual hemos evaluado desde un punto de vista genético y sus factores genéticos no dan aún síntomas evidentes clínicamente, de que el proceso de neurodegeneración está en marcha y por tanto debemos actuar.
- ¿Qué opinión le merece el aducanumab, el medicamento recientemente aprobado por la FDA contra el alzhéimer que ha generado tanta polémica?
- Tengo una información suficientemente contrastada pero no completa. Es un tratamiento que es uno más de los que se están ensayando basados en la teoría amiloide de la enfermedad de Alzheimer, que establece que esta enfermedad se produce como consecuencia del acúmulo de una proteína, la beta amiloide, en el cerebro.
Esta teoría es, a mi juicio, manifiestamente insuficiente, en primer lugar, porque no solamente Alzheimer –el psiquiatra alemán que describió esta enfermedad– describió este depósito de amiloide sino que también describió depósitos de otra proteína que se llama tau. Y la cantidad de tau depositada en el cerebro correlaciona mejor con el trastorno cognitivo que la propia cantidad de amiloide.
Basándose en esta teoría, hace más de 20 años, se empezaron a hacer las primeras terapias para limpiar la amiloide. Algunas de ellas fracasaron por efectos secundarios, y esta es la primera que se ha presentado a la FDA y se ha aprobado. Pero la aprobación que ha hecho la FDA ha sido muy controvertida. Una inmensa mayoría del panel de expertos reunidos por la agencia para aprobarla fueron contrarios a la autorización, pese a lo cual se hizo una aprobación condicional basada en dos premisas: que los resultados no eran malos (tampoco eran buenos) y que la enfermedad no tiene un tratamiento eficaz por el momento.
La aprobación condicional exige al laboratorio promotor la aportación de datos adicionales en un plazo de ocho o nueve años. Este tipo de aprobaciones condicionales no me gustan porque creo que, de alguna forma, nos sitúa a los clínicos ante un tratamiento que no sabemos si realmente funciona, es un tratamiento muy caro, no está claro que los sistemas nacionales de salud puedan asumir y necesitamos tener más garantías no solo de su eficacia sino de su seguridad.
Hubiese sido prudente que la aprobación, en el caso de haberse dado, se hubiera vinculado a la aportación de pruebas adicionales en un periodo más corto de tiempo, no superior a un año, año y medio, y por lo tanto limitar esa aprobación a este tiempo. Creo que esto va a tener un debate muy largo, vamos a ver qué dice la Agencia Europea del Medicamento, pero mi posición como neurólogo –y que muchos compañeros comparten– es que esta aprobación es precipitada y prematura.
- ¿Cuánto hay de medicina y cuánto de cuidados en las enfermedades neurodegenerativas?
- Algunas tienen tratamientos relativamente eficaces, al menos temporalmente como en la enfermedad de Parkinson. El espectro de tratamientos es amplísimo. En este sentido yo diría que lo más importante es disponer de una red social o familiar de cuidados que sea capaz de obviar las dificultades de la enfermedad. Muchos de estos enfermos pueden vivir en su domicilio y hacer una vida relativamente normal, con limitaciones evidentes, gracias a que viven insertos en un núcleo familiar que se ha reorganizado y vive pendiente del enfermo.
Cuando esto no es posible es evidente que el paciente es dependiente y que necesita otro tipo de cuidados. Son fundamentales para dar calidad de vida a los pacientes. Téngase en cuenta que estas enfermedades son de larga evolución. Hay pacientes que evolucionan en tiempos relativamente cortos y otros que van a vivir con esta enfermedad durante más de 30 años. Los cuidados y el tener soporte vital, familiar, social, etc. son fundamentales.
Mientras que no dispongamos de tratamientos que sean capaces de revertir síntomas de la enfermedad, este abordaje de compensación del déficit a todos los niveles es la única estrategia que tenemos y la que necesitamos mantener.
- El neurólogo tiene que observar muchas veces el declive de la persona. ¿Considera que su especialidad es más dura para el médico en el plano emocional?
- Sí lo es, no diría que la más dura: uno siempre piensa que los médicos que ven pacientes infantiles u oncológicos tienen un plus de dureza, pero en todas las especialidades, si uno es medianamente sensible, va a sufrir con el paciente por la impotencia de no poder compensar las circunstancias de la enfermedad. Dentro de las enfermedades neurológicas, las infantiles son ciertamente duras, se quiebra un proyecto vital. Pero también con las personas mayores.
A la Neurología se le ha acusado, a veces injustamente, de un cierto preciosismo diagnóstico, primero por la exploración más o menos compleja y ahora con técnicas de apoyo diagnóstico impresionantes, pero le falta completar esto con armas terapéuticas eficaces.
Sin embargo, cuando uno lo ve con perspectiva, se da cuenta de que, en los últimos 30 años, aunque no ha resuelto los problemas de las enfermedades neurodegenerativas, sí lo ha hecho con otros problemas sin resolver o resueltos de forma poco satisfactoria, como las migrañas, la epilepsia, la esclerosis múltiple, las enfermedades de origen autoinmune… Cuando uno va viendo los capítulos del libro donde se han ido introduciendo elementos terapéuticos, tiene razones para sentirse satisfecho en relación a lo que había hace 30 años. Pero esto no nos debe llamar al conformismo.
- ¿Se puede desconectar del trabajo siendo médico?
- Quizá yo no sea un ejemplo muy bueno de desconexión, duermo poco. Quizá desconecto cambiando de actividad dentro de mi trabajo. Tengo una parte asistencial importante, la dirección de un servicio de Neurología de un hospital terciario que exige muchas reuniones, decisiones importantes respecto a la actividad del día a día; pero también dirigió un área de investigación importante en el Instituto de Investigación Sanitaria Biodonostia, y un instituto científico en red como Ciberned.
A veces el relajo consiste en cambiar de actividad y a veces no es posible, se trabaja simultáneamente en dos cosas. Cada uno busca sus formas de relajarse, quizá yo no lo hago de la mejor forma: hay gente que dedica un tiempo al deporte, a la relajación… Yo encuentro relajación en la lectura, fundamentalmente de historia. Hace unos años tuve la oportunidad de licenciarme en Historia por gusto, y un trabajo intelectual diferente al que estoy haciendo me relaja respecto al principal.
Esa es más o menos la forma, voy pasando de una actividad a otra. Eso tiene el problema de la superficialidad: a veces añoro cuando podía leer un par de artículos científicos y pasarme unos días pensando en ellos, y ahora este tipo de ritmo en todas estas facetas me puede impedir profundizar, y me planteo en los próximos años ir reduciendo la actividad en algunas cuestiones y profundizando en las más importantes.
- Licenciado en Historia y además forma parte de la Sociedad de Estudios Vascos. Muchos neurólogos tienen un gran interés en las humanidades. ¿Es la Neurología especial en ese interés?
- Conozco muchos médicos de otras especialidades que tienen capacidades, y han sido excelentes novelistas, políticos, periodistas… Creo que la Medicina en general es una especialidad tan pegada a la naturaleza humana, estamos tan en contacto con su esencia, a veces en sus facetas más crudas, que te proporciona una experiencia vital que muchas veces uno siente la necesidad de narrar o de buscar.
En mi caso, la coordenada histórica es porque me permite relativizar las cosas, situarlas, aprender de enfoques anteriores, intentar analizar errores… Esto vale para la medicina pero también para la vida. No creo que los neurólogos como tales seamos muy diferentes a otras especialidades. He encontrado muchos médicos con un bagaje intelectual y cultural espectacular que han cultivado robándole horas al sueño. Creo que eso tiene que ver con una profesión muy ligada a la naturaleza humana. Médicos y maestros son profesiones muy ligadas a la naturaleza humana y por tanto hay experiencias que son cercanas.
Luego hay otro aspecto. El médico es un ser eminentemente curioso. Y debe serlo: tiene que otear en lo que el paciente cuenta y no le cuenta, por dónde vienen los problemas y hacerse suposiciones, imaginarse los escenarios para tratar de establecer qué pautas diagnósticas y de tratamiento tiene que tomar. Ese carácter incisivo que lo acerca a un investigador criminal le hace adentrarse en terrenos que no son los propios de la especialidad, y eso explica posiblemente sea una de las profesiones con más representación en el mundo de la política. ¿Cómo no va a tener un médico preocupaciones políticas cuando gran parte de lo que ocurre en su trabajo depende de decisiones políticas?
- ¿Qué sintió cuando murió Francisco Luzón a principios de año?
- Fue una pérdida muy sentida. Paco Luzón fue un hombre que había conseguido a lo largo de su vida los más altos logros profesionales y, de repente, se vio castigado por una enfermedad que, dentro de las neurológicas, es ciertamente cruel. Haciendo honor a su talante emprendedor y lleno de audacia lo que hizo fue convertir esta enfermedad en una oportunidad para hacer un último trayecto en su vida intentando fundamentalmente organizar a los enfermos.
Creo que su mayor contribución ha sido poner la ELA en la agenda política. A diferencia del alzhéimer o el párkinson, es muchísimo más infrecuente (4 casos por 100.000 habitantes y año). Pero es terrible porque priva al sujeto de su motricidad, y eso condiciona su vulnerabilidad. Yo sentí mucho la pérdida de Paco Luzón, como he sentido la de muchos pacientes que no son famosos pero que han tenido el mismo calvario, por el que han pasado sus familias.
- ¿Cómo ve a la Neurología dentro de unos años?
- En parte lo he mencionado, y es algo en lo que estoy enfrascado: intentar entender la relación entre el envejecimiento y la neurodegeneración. Estoy convencido de que, si entendemos las claves del envejecimiento en términos que podamos modular farmacológicamente o que podamos prevenir mediante determinados estilos de vida, estoy convencido de que los procesos neurodegenerativos… probablemente no podamos con ellos, porque somos seres biológicos y tenemos una caducidad, pero sí los podremos retrasar. Este es el reto fundamental.
Luego hay retos particulares. Me interesa especialmente el tratamiento de las enfermedades genéticas y, en concreto, las neuromusculares, que afectan fundamentalmente a niños y personas jóvenes, y estoy convencido de que las terapias génicas acabarán teniendo éxito y eso lo veremos en los próximos años.
* El cerebro humano está constituido por unos 86.000 millones de neuronas, cada una de las cuales puede tener miles de conexiones con el resto. Se calcula que la información que contiene equivale a 200 exabytes o, lo que es lo mismo, la totalidad del contenido publicado en internet hasta este momento. A pesar de suponer solo el 2% del peso corporal, consume el 20% de la energía que requiere el cuerpo. Cada tres segundos hay un nuevo caso de demencia en el mundo. La OMS calcula que hay unos 47 millones de personas con algún tipo de demencia, en torno al 5% de la población mundial de edad avanzada. Se prevé que en 2030 sean 75 millones. Y en 2050 serán 132 millones.