Da la sensación de que la quinta ola va acercándose a la orilla, perdiendo fuerza e inercia por el camino. Los últimos datos de Sanidad son buenos en ese sentido: sigue la bajada en las dos incidencias (462,23 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días frente a los 591,14 del viernes pasado, un descenso del 21,81%), se aprecia por fin una bajada en el número total de hospitalizados (9.308 por 10.015, un 7% menos) y hay menos camas UCI ocupadas (1.922 por 1.928) aunque seguimos por encima del 20% de ocupación Covid sobre el total ampliable. La buena noticia en ese sentido la marca Cataluña, que, a pesar de llevar más de dos semanas por encima del temido 35%, parece que está en pleno descenso.
No parece que la tendencia vaya a cambiar en lo que queda de mes de agosto, aunque es imposible no echar un vistazo con cierta inquietud a las ligeras subidas de Reino Unido en los últimos días. Desde hace más de un año hemos calcado trayectorias, solo que ellos nos van marcando el camino con unos 10 días de antelación. Un repunte ahora mismo sería peligroso de cara al otoño, pero no sabemos si lo que se está viviendo allí va a tener continuación o es un simple rebote, efecto de la convivencia total con el virus ordenada el pasado 19 de julio.
Aunque el balance final de esta quinta ola aún queda lejos -pese a tanto descenso, en la última semana aún se han diagnosticado en nuestro país 89.706 positivos y la cifra está pendiente de actualización- sí podemos ir adelantando algunas cifras que resultan llamativas. Pese a contar con un altísimo porcentaje de vacunados, la relajación veraniega ha sido tal que, desde el 1 de julio, ha dejado 872.235 nuevos casos de coronavirus. Hablamos de casi el 2% de la población total de España contagiada en apenas seis semanas. Eso, insisto, con mucha gente vacunada y otra inmunizada por haber pasado la enfermedad recientemente. Es muy probable que acabemos agosto con un millón de casos en dos meses. Nadie se esperaba algo así a estas alturas.
Es posible que no se haya explicado bien en qué consiste el proceso de vacunación y es posible también que los propios expertos no supieran muy bien qué esperar. La vacuna no impide que te contagies, pero se lo pone al virus muy difícil. Si alguien pensaba que vacunarse le daba la inmunidad absoluta ante cualquier situación de riesgo, se equivocaba. Puede que los medios no hayamos hecho la suficiente pedagogía al respecto y, así, del estallido de contagios entre no vacunados de principios de julio hemos pasado a unas incidencias más que peligrosas entre vacunados de riesgo.
Como siempre digo, una vez que tienes el virus desatado en esos entornos, te has complicado mucho la vida. Es imposible descartar que, incluso entre gente con dosis completa, haya casos que se agraven y acaben en defunción. Imposible. Nunca deberíamos haber dejado que el virus llegara a estos niveles de transmisión tan salvajes, pero volvimos a menospreciarlo y a pecar de "sologripismo": si te contagiabas, pues un mal rato y punto. No es así. Según las consejerías de las distintas comunidades autónomas, desde el 3 de julio se han notificado 2.076 muertes. Al ritmo de 600 semanales que llevamos, acabaremos el verano con más de 3.000. Por hacerse una idea, la gripe común mató en la temporada 2019-2020 a 3.900 personas, pero lo hizo en siete meses. Y con una incidencia de vacunación muchísimo menor, por supuesto.
¿Quiere esto decir que las vacunas "no funcionan"? Por supuesto que funcionan, ya lo sabíamos y ya lo habíamos visto en otros países. Si en vez de defendernos de acusaciones de una minoría, hubiéramos dedicado los esfuerzos en proteger a los grupos de riesgo (el 80% de las muertes siguen produciéndose entre mayores de 70 años), habríamos conseguido evitar muchos dramas.
Para hacerse una idea de hasta qué punto las vacunas funcionan, basta con comparar este número de muertos reales con el número de muertos posibles de no estar protegidos. Como decíamos antes, entre julio y agosto se han detectado 872.235 nuevos casos de coronavirus. Hasta el invierno pasado, cuando empezó la campaña de vacunación, la tasa de letalidad por caso estaba en el 2% en España. Es cierto que esa cifra podía estar inflada por los tremendos problemas para identificar casos en la primera ola e incluso en la segunda, pero también es verdad que el número de fallecidos oficiales era claramente inferior al real.
Vamos a quedarnos con el 1,7% de Estados Unidos, por tratarse de un país en este sentido más fiable. Francia está en un 1,8% y Alemania por encima del 2%, pero sabemos que Alemania infradetecta casos. Sin vacunas de por medio, el virus mata a una de cada 60 personas a las que infecta. En el caso de la quinta ola, hablaríamos de 14.828 muertos en mes y medio, y esto tampoco es del todo justo porque el número de infectados habría sido mayor, con lo que también habrían sido más los fallecidos.
En cualquier caso, quedémonos con lo que hay: en vez de casi 15.000 defunciones, hemos tenido que lamentar más de 2.000. A mí me siguen pareciendo muchísimas, pero imaginen la masacre en caso contrario. Ese número de defunciones no se dio siquiera en la segunda ola y solo nos acercaríamos al horror de marzo de 2020 y el de enero-febrero de 2021, cuando murieron más de 20.000 personas sin homenajes ni misas ni historias porque ya no tocaba. Las vacunas nos han salvado esta vez, el asunto es saber si nos van a salvar siempre y ahora mismo nadie lo puede garantizar.
Es vital que mantengamos este nivel de protección social y que no nos demos cuenta de repente de que lo hemos perdido, de ahí el intenso debate sobre terceras dosis, a quién administrárselas, etc. Jugamos un poco a ciegas y eso es inevitable pero también es peligroso. Lo hemos fiado todo a una carta y es una carta poderosa. Ahora bien, más allá, como vemos, está el abismo. Asegurémonos de adelantarnos esta vez a los ritmos del virus y determinemos cuándo podemos volver a estar en riesgo. Es difícil, casi imposible, pero merece la pena intentarlo.