Ya hemos dicho varias veces que la contabilidad de los fallecidos por Covid-19 en España es complicada ya que tenemos una misma fuente (las consejerías) pero dos estadísticas distintas (la propia de dichas consejerías y la del ministerio). La segunda va con retraso respecto a la primera, lo que hace que infravalore la situación al principio y la sobrevalore al final, cuando va pasando datos pasados acumulados y los presenta como actuales. Cuestiones burocráticas que nos llevan afectando demasiados meses ya.
En cualquier caso, ambos órganos de gobierno coinciden en que el único parámetro que sigue subiendo a estas alturas de la quinta ola es el de defunciones, cosa que no tiene nada de extraño puesto que siempre ha sido el último indicador en ajustarse a la tendencia. Quizá nos sorprende que esté tardando tanto en bajar y, desde luego, no imaginábamos que los números serían tan altos, estando ya el 63% de población completamente vacunada.
Se ha repetido el ciclo de anteriores ocasiones: los primeros casos no llamaban la atención pese a su elevadísimo volumen porque apenas requerían hospitalización en planta ni en UCI al tratarse de pacientes más jóvenes y poco a poco el virus ha ido llegando a los mayores, con los que la Covid-19 sigue siendo inmisericorde. Mientras la incidencia general ha bajado un 25,37% a lo largo de la última semana, en los mayores de 80 años solo lo ha hecho un 11,48%.
Esto, como ya hemos comentado anteriormente, plantea un problema: tanto fallecimientos, como ingresos en UCI, bajan más despacio, al mismo ritmo, prácticamente, al que baja la incidencia en esas edades. Las Comunidades Autónomas han notificado 709 fallecidos esta semana. Es la primera vez que la media diaria supera los cien muertos. Por supuesto, y esto no debería hacer falta repetirlo constantemente, son cifras muy inferiores a las de anteriores olas: pese a una incidencia salvaje, a lo largo de julio y estos veinte días de agosto, las consejerías autonómicas han notificado 2.785 óbitos, por los 2.121 que ha notificado el gobierno.
No hay que irse a los peores momentos de la pandemia, como abril de 2020 o febrero de 2021 para comparar. El mismo verano pasado, cuando la ola llegó con un poco de retraso y muchísima menos transmisión, se notificaron 3.346 muertos entre agosto y septiembre. Este año, las cifras van a ser similares pero, insisto, sobre un total de casos salvajemente superior. Las vacunas nos han ayudado tanto que la vida sin ellas es prácticamente impensable, de ahí que haya tanto debate sobre el tiempo de inmunización y la necesidad de ir poniendo "recuerdos" cada número determinado de meses.
No es una cuestión ni mucho menos baladí: un estallido mínimamente similar al de este verano con una protección ligeramente inferior puede traducirse en miles de muertos más sin problema alguno. Seguimos hablando de un virus devastador por mucho que nos hayamos acostumbrado a una vida que se parece cada vez más a la que disfrutábamos antes de marzo de 2020. El más mínimo despiste al respecto puede ser catastrófico tanto en nuestro país como en cualquier otro. No se puede estar pinchando un medicamento constantemente a todo el mundo porque sí, pero es necesario saber en qué casos concretos ese pinchazo puede ayudar a salvar una vida.
Tampoco acaba de bajar con decisión el número de pacientes en estado crítico. En una semana hemos pasado de 1.921 a 1.847, un 3,85% menos. De nuevo, la explicación estaría en la alta prevalencia en los grupos de edad de más riesgo. La franja de 70 a 79 años está en 180,60 casos por cien mil habitantes y la de mayores de 80 en 254,83, es decir, en lo que se consideraría riesgo extremo a nivel de país. Según los informes del Imserso que publica el ministerio de Sanidad, en las últimas cuatro semanas se han detectado 5.113 casos en residencias de ancianos, con 365 fallecimientos.
En perspectiva, todavía en febrero de 2021, cuando las residencias empezaban a consolidar su proceso de vacunación, hubo semanas con el mismo número de casos, pero más del doble de muertos. De la primavera de 2020, mejor ni hablamos, claro. Aunque ahora tengamos la mitad de fallecidos en cuatro semanas que hace seis meses en una, tampoco podemos olvidar que hay una comparación que sí nos preocupa: en las cuatro semanas anteriores a las mencionadas, hubo 871 casos y tan solo 19 fallecidos. Hablamos de casi 20 veces más muertos de un mes al siguiente, aunque sobre una base muy baja, desde luego.
Si este incremento es circunstancial o si se debe a algún tipo de bajada de la inmunidad, no tan generalizada como para alcanzar los horribles números del pasado, pero sí como para empezar a mostrar huecos en la muralla, es algo que seguro que se está investigando. Las residencias de ancianos fueron las primeras en recibir las dosis de las vacunas, hace ya casi ocho meses. Bueno es que se haga un seguimiento exhaustivo porque, insisto, pasar de un porcentaje de protección del 90% en casos graves a un 75-80% puede suponer muchos fallecidos en caso de una nueva oleada … y la subida constante en casos de Reino Unido, nuestro "espejo" desde hace un año, nos obliga a mirar el futuro con precaución.
En cuanto al presente, no se atisban recaídas. De momento, solo Extremadura se sale de la tónica general de descenso acusado. Confiemos en que se trate de una anomalía que no afecte al resto del país en un buen tiempo. El otoño se acerca y conviene que no nos pille con una transmisión tan elevada como la actual: 67.858 positivos en los últimos siete días que ya ni nos sorprenden ni mucho menos nos escandalizan. Al revés, los celebramos.