El 11 de septiembre de 2001, más de 3.000 personas murieron como resultado directo de los atentados contra el World Trade Center de Nueva York, el Pentágono en Arlington (Virginia) y el vuelo de United Airlines que se estrelló en Virginia. Pero la tragedia ha seguido cobrándose víctimas desde entonces. Más de 100.000 estadounidenses -supervivientes de la Zona Cero, trabajadores y estudiantes que se encontraban en la zona afectada, policías y personal de rescate- sufren secuelas de salud por la exposición a los compuestos tóxicos liberados aquél día.
El dato proviene del World Trade Center Health Program, una iniciativa aprobada durante la administración de Barack Obama para garantizar asistencia sanitaria a quiénes se vieron expuestos a una serie de contaminantes a raíz de las deflagraciones y muy especialmente el derrumbe de las Torres Gemelas. EEUU reconoce la relación entre las moléculas de arsénico, amianto, benceno, ácido sulfúrico, policlorobifenilos (PCB) o hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) y varias enfermedades de tipo respiratorio, trastornos mentales y tipos de cáncer como el de tiroides, de próstata, melanoma maligno o linfoma no Hodgkin.
Uno de los grupos más afectados es el que dejó la gran impronta de entrega y servicio a la comunidad durante aquellos días, los bomberos de Nueva York. 15.000 efectivos, muchos de ellos voluntarios, se movilizaron el día de la tragedia y los siguientes, exponiéndose a los agentes cancerígenos ambientales por encima de cualquier otro colectivo. Dos décadas después, su sacrificio no termina: según publica la revista Occupational & Environmental Medicine, los que se desplegaron durante el 11-S tienen hasta un 39% más de probabilidades de sufrir cáncer de próstata, y un 13% de sufrir cualquier tipo de cáncer.
Para llegar a esa conclusión, los investigadores compararon los casos de cáncer diagnosticados a 10.786 bomberos beneficiarios del WTC Health Program con otros 8.813 miembros del cuerpo que también habían desarrollado algún tumor, pero que no estuvieron presentes durante el 11-S. En el caso de los afectados por los atentados, se categorizaron en una escala de riesgo, siendo el más elevado el de la mañana del propio once de septiembre, seguido de la tarde, el doce de septiembre, el periodo entre el trece y el 24, y finalmente cualquier momento a partir del 24 de septiembre de 2001.
El personal de emergencias es, de por sí, un colectivo con un riesgo más elevado de sufrir cáncer, debido a la exposición a los agentes tóxicos durante los incendios, incluso teniendo en cuenta los equipos de protección. Además, muchos en EEUU provienen de otra profesión de riesgo, el Ejército. La incidencia de carcinomas de piel y de próstata -algo que se atribuye al trastorno del metabolismo de los andrógenos que pueden provocar estas sustancias disruptoras endocrinas- entre los miembros del cuerpo es por tanto superior a la media. El hecho de haber sido fumador o no fue una de las variables añadidas.
Sin embargo, quienes estaban presentes en los momentos de mayor contaminación durante los atentados presentaron hasta 2016, fecha final de recogida de datos, un riesgo un 39% mayor de cáncer de próstata en comparación con otros bomberos, y el doble de posibilidades de sufrir cáncer de tiroides. Además, la enfermedad tiende a presentarse antes para los bomberos del 11-S: aunque la latencia entre la exposición y el diagnóstico del cáncer se estableció en 9,4 años de media, ellos empezaron a sufrirlo a partir de 2006, solo cinco años después.
Para el grupo de profesionales que no estuvo en los atentados, el tabaquismo demostró ser un factor determinante de riesgo de cáncer, pero el aumento de la incidencia entre los que trabajaron en las primeras horas del once de septiembre se dio independientemente de que fumasen o no. Un segundo estudio publicado en la misma revista establece un aumento de un 24% del riesgo de cáncer de próstata generalizado entre quiénes participaron en las labores de rescate.
"El peligro incrementado entre aquellos que respondieron primero a la catástrofe o se vieron atrapados por la nube de polvo sugiere que una exposición de alta densidad ha tenido un efecto carcinógeno prematuro", escriben los autores. Sin embargo, admiten que puede darse un 'sesgo de vigilancia': al ser beneficiarios del WTC Health Program, los bomberos y sanitarios del 11-S tienen una cobertura de salud superior a la que tienen acceso el resto de estadounidenses de media, y son objeto de un mayor seguimiento. Puede argumentarse, por tanto, que se detectan más casos de cáncer entre ellos porque pueden realizarse más pruebas médicas.
Sin embargo, las desigualdades en la asistencia sanitaria no justifican el margen de diferencia entre unos y otros. "La evidencia sugiere que existe una relación entre la exposición al desastre del World Trade Center y el cáncer de próstata que no puede explicarse satisfactoriamente por factores aleatorios o errores sistemáticos", concluyen.