La amenaza que se ciñe sobre más de 1.200 parques eólicos en España
Los expertos señalan que un descenso del viento tendría consecuencias directas sobre la agricultura y la energía eólica.
11 septiembre, 2021 02:51Noticias relacionadas
Mientras se estudian las terribles consecuencias del aumento de las temperaturas, de la subida del nivel del mar o el cambio en las precipitaciones en las próximas décadas, se deja atrás un parámetro atmosférico esencial: el viento. Es el gran olvidado del cambio climático y, sin embargo, una mínima reducción en su velocidad en un contexto de calentamiento global puede llegar a tener un impacto importante sobre sectores como la agricultura o la capacidad de producción de energía eólica. Algo preocupante si se tiene en cuenta ya no solo el volumen de terreno agrícola que tiene España, sino la gran cantidad de proyectos eólicos presentes en nuestro país.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas ya avisó de que no se estaba prestando atención a la variabilidad del viento y su posible protagonismo en las próximas décadas en un contexto de calentamiento global. Científicos del Laboratorio de Clima, Atmósfera y Océano (Climatoc-Lab) del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE-CSIC), han recogido el testigo y liderarán el estudio WIND-21 para conocer en detalle los efectos del cambio climático en la velocidad del viento.
El trabajo que coordina César Azorín, investigador Ramón y Cajal en el CIDE, parte de la hipótesis de que el aumento de las temperaturas provocará cambios en la circulación atmosférica hacia situaciones más anticiclónicas, lo que tendrá como resultado un descenso en la velocidad del viento. Aunque, como planteaba el IPCC sobre otros factores climáticos, todo dependerá del nivel de reducción de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera en las próximas décadas.
Son conclusiones basadas en estudios anteriores sobre parámetros como las temperaturas o las precipitaciones, pero, como explica Azorín, "el patrón va a ser de más circulaciones anticiclónicas en latitudes medias", y lo más probable es que "un nuevo stilling -o período de descenso en la velocidad del viento- vaya a dominar el próximo siglo si continuamos con las actuales emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera".
Hasta el momento, los datos sobre el viento son muy limitados y es uno de los factores que la comunidad científica prácticamente no ha estudiado. La explicación está en que se trata de un factor muy complejo de medir, porque no es lineal y es variable. Así lo explica Azorín, quien antes de iniciar este proyecto, había estudiado con otros científicos internacionales el comportamiento del viento desde la década de los setenta hasta 2010. Los resultados, publicados en Nature, arrojaron que la velocidad del viento se había reforzado en los últimos años, tras décadas de descenso. No obstante, el cambio climático podría cambiar esta tendencia. "El aumento de la velocidad del viento que estamos observando estos últimos años, se espera que probablemente no vaya mucho más allá de un par de décadas, es decir, que no sea una tendencia a largo plazo", apunta el investigador.
El proyecto WIND-21 se basará en las observaciones meteorológicas y en simulaciones del Proyecto de intercomparación de modelos acoplados (CMIP6) que ayudarán a evaluar la velocidad del viento en función de distintos escenarios de emisiones. En las más pesimistas, las latitudes de la Península Ibérica podrían estar marcadas por circulaciones más anticiclónicas procedentes del norte de África o tropicales. Como señala el investigador, "esto se traducirá en vientos más leves, pero quizás nos visiten también más sistemas de escala tropical y ciclones tropicales que ya están poniendo en riesgo a Canarias" en estos escenarios.
La energía eólica, la mayor víctima
Fenómenos como la evapotranspiración, la cantidad de agua del suelo que vuelve a la atmósfera como consecuencia de la evaporación y de la transpiración de las plantas, se verían alterados. Esto tendría un impacto directo sobre sectores como el de la agricultura.
Para Azorín, sin embargo, la energía eólica puede ser la mayor víctima de un episodio de stilling. El experto detalla que "a la industria eólica le preocupa qué viento va a hacer mañana o pasado mañana, sobre todo qué viento vamos a tener en tres meses. Es decir, la preocupan las proyecciones a corto plazo", y añade que es muy importante saber qué zonas van a sufrir más a largo plazo los descensos de velocidad del viento para proyectar dónde se pueden instalar nuevos parques eólicos.
"Un descenso del viento de un 1% supone unas pérdidas de producción energética y económicas disparadas. Un 1% para la industria eólica es catastrófico en términos económicos", asegura Azorín. Por este motivo, los estudios sobre la variabilidad del viento se hacen aún más necesarios, porque pueden detectar en qué zonas va a aumentar o disminuir este componente climático. No obstante, matiza que al analizar las proyecciones climáticas futuras del viento hay que tener en cuenta la incertidumbre de los modelos en su predicción, y en el caso de la energía eólica, cuantificar los cambios que ocurrirán a la altura donde se ubican los generadores eólicos.
Mientras, la avalancha de proyectos de energías como la eólica alcanzan niveles nunca vistos. Los datos de la Asociación Empresarial Eólica (AEE) reflejan que actualmente hay instalados hasta 1.267 parques eólicos en más de 800 municipios que evitan la emisión de unos 29 millones de toneladas de CO2 al año. No obstante, es la Cordillera Cantábrica la que se está convirtiendo en el auténtico adalid de la apuesta por esta energía renovable.
Según los últimos datos del Fondo en Defensa Jurídica de la Cornisa Cantábrica (FDJCC), solo en la cordillera Cantábrica existen más de 430 complejos eólicos con más de 8.000 aerogeneradores, a los que se sumarían otros casi 400 más que se encuentran en tramitación y que, posiblemente, continuarán multiplicándose en los próximos meses. Para Felipe González, delegado de SEO/Birdlife en Cantabria, la energía eólica "es clave en la transición energética", pero surge otra problemática, y es que tienen que instalarse sin dañar otras políticas muy importantes como las de la conservación de la biodiversidad. Muchos de ellos están situados en reservas naturales protegidas por la figura europea Red Natura 2000, en el borde de estos parajes o a escasos kilómetros de estas zonas. Lo renovable y, en particular, lo éolico está inundando el paisaje cantábrico de turbinas y aerogeneradores.
El Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miterd) desarrolló recientemente un mapa en el que señala las zonas en las que los proyectos de energía eólica pueden tener un mayor impacto ambiental. Los datos reflejan que, hasta el momento, al menos un 32% de los aerogeneradores están situados o se proyectan en zonas de sensibilidad máxima, y en torno a un 12% en sensibilidad alta o muy alta.
"Ahora mismo, lo que está ocurriendo en toda la cornisa cantábrica es un aluvión de proyectos de energía eólica que se está haciendo sin una planificación", cuenta González, que asegura que están generando una alarma y un malestar social porque no se tiene muy claro cuántos parques se van a colocar y si se van a respetar los valores paisajísticos o naturales. "Un parque eólico lleva aparejado unos accesos, tendidos eléctricos, etc… entonces, hoy día, tiene que estar perfectamente evaluado y planificado para no colocar parques eólicos en lugares inapropiados", aseguran desde la organización ecologista.
Planificaciones en las que no solo se hacen necesarios estudios completos de impacto en el medioambiente o el establecimiento de zonas de exclusión por su sensibilidad ambiental, sino también investigaciones sobre factores climáticos como el que estudian Azorín y Climatoc-Lab desde el CIDE. Conocer cuál va a ser la velocidad del viento, según el investigador, es esencial para la industria eólica. Aunque no sólo: este componente climático afectará también a la salud (puede provocar más estrés, cefaleas) o influir en la contaminación. "En episodios de anticiclón de invierno, Madrid está esperando que llegue un frente atlántico para que barra toda la contaminación atmosférica. Hay muchísimas implicaciones y afecta a muchos sectores", cuenta el investigador.
"Si seguimos con los peores escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero, las consecuencias serán muy negativas", sentencia Azorín, quien añade que ahora, por ejemplo, estamos pagando precios históricos del coste de la luz no sólo en España, sino en toda Europa por la apuesta firme de la UE por descarbonizar la atmósfera y el coste de las emisiones de CO2. "Muchas veces no somos conscientes de que cuando se sale de una habitación, hay que apagar la luz, esos gestos también ayudan", asegura, e insiste en que la responsabilidad no recae solo en los políticos, sino en cada una de las personas. Sólo así, concluye el investigador, se podrá conseguir que "los escenarios de calentamiento global, y también todas las implicaciones que pueda tener el viento, se minimicen".