Cantaba Mecano, allá por 1988, que el rito de las uvas era lo único que permitía a los españolitos hacer, por una vez, "algo a la vez". Dejando al margen la habilidad de Nacho Cano para rimar una palabra consigo misma, lo cierto es que, en 2021, hemos demostrado que somos capaces de hacer más cosas al unísono: por ejemplo, vacunarnos. Frente a los tremendos problemas de otros países para convencer a grandes sectores de su población de las bondades de las distintas vacunas, en España no hemos cejado ante bulos y esperpentos: según se ha ido abriendo un grupo de edad para la vacunación, ese grupo de edad ha respondido en porcentajes altísimos.
Actualmente, el 75,9% de los españoles están ya vacunados con las dos dosis y el 78,9% de la población ha recibido al menos una dosis de protección. Quedan sin defensa alguna 9,32 millones de españoles, que no son pocos, pero en su inmensa mayoría están en el grupo de menores de doce años que aún no pueden vacunarse (5,9 millones según el estudio del INE para 2020). El 88,9% de los 'vacunables' han recibido una dosis y el 85,5% han recibido las dos. Es lógico que el ritmo de administración vaya cayendo conforme disminuye la población objetivo. Aun así, este fin de semana 220.803 personas han completado la pauta de dos dosis, para un total de 2.628.853 en lo que va de septiembre.
Todo esto, por supuesto, se nota en los datos de la pandemia. Tras un verano duro, que nos ha dejado cinco mil víctimas más cuando casi nadie contaba ya con ello, lo cierto es que la transmisión del virus está llegando a mínimos, que era lo esperable con estos porcentajes de vacunación. Aunque nos sigue preocupando la incidencia en mayores de 80 años (89,10 casos por cien mil habitantes, la segunda franja con mayor transmisión por detrás de los menores de doce años, los únicos no vacunados), es de celebrar que este lunes la incidencia general en catorce días quede en 83,43 casos por cien mil habitantes, el dato más bajo desde el 7 de agosto de 2020, recién salidos de un confinamiento que en esta ocasión no ha sido preciso.
Mejor noticia aún es que la incidencia en siete días siga bajando también y esté por debajo de la mitad (34,81 casos por cien mil habitantes). Eso quiere decir que la tendencia sigue siendo a la baja y que no hay en el horizonte posibles rebrotes que nos hagan torcer el gesto. Todas las regiones presentan descensos semanales muy pronunciados y solo seis (Baleares, País Vasco, Cantabria, Cataluña, Aragón y Castilla La Mancha) más las dos ciudades autónomas presentan una incidencia por encima de 100, algo que ya no veremos en ningún lado el viernes que viene.
El resto de los parámetros también cotizan a la baja. El número total de hospitalizados en España es de 3.668, un 21,15% menos que el pasado lunes. 979 de estos pacientes ocupan una cama de cuidados intensivos, un 16,46% menos que hace siete días. En esta última semana, se han sumado 412 fallecidos al acumulado notificado por las Comunidades Autónomas, lo que supone un importante descenso respecto a las semanas anteriores, lo único que faltaba.
¿Implica esto el final de la pandemia como tal? Probablemente, no, pero sí está claro el agotamiento de esta fase en aquellos países que se han puesto las pilas en la vacunación (Estados Unidos ha vuelto a los dos mil muertos diarios, con un incremento bisemanal del 29%, prácticamente uno de cada cuatro muertos que se notifican en el mundo es estadounidense). Las apelaciones a nuevas olas provocadas por botellones o por la vuelta al cole o por la apertura de los bares no parecen estar respaldadas por los datos empíricos. Llevamos tres semanas de septiembre y la incidencia ha bajado un 62,37% desde el día 1.
La única amenaza que tenemos ante nosotros en el medio plazo es que la protección de las benditas vacunas vaya flojeando… y que lo haga tan rápido que nos demos cuenta demasiado tarde. Por ello, es conveniente decidir de una vez si es necesaria esa famosa tercera dosis (o dosis de refuerzo) sobre la que no parece haber acuerdo. En tres meses, muchos de nuestros mayores cumplirán un año vacunados con al menos una dosis. Sería buen momento para llevar a cabo un ambicioso estudio que refleje su grado de inmunidad.
Si, efectivamente, surgieran nuevas variantes o menguara nuestra protección, no sería como empezar otra vez de cero, pero desde luego exigiría una nueva movilización de recursos. No me parece una amenaza descartable, pero tampoco hay que vivir cada día pensando en todas las amenazas no descartables que nos acechan. De momento, está claro que hemos entrado en la fase de protección individual, es decir, aquella en la que cada uno tiene que saber hasta dónde se expone: sabemos que puede haber contagios entre vacunados y que pueden derivar en casos graves o incluso en la muerte.
También sabemos que son una minoría y que afectan prácticamente en exclusiva a los grupos de riesgo. La protección y monitorización de estos grupos se antoja ahora mismo la prioridad absoluta. Recordemos que, en la quinta ola, el 80% de los fallecidos han sido mayores de setenta años. A partir de ahí, insisto, que cada uno mida hasta dónde quiere llegar. Como hace con el colesterol o la grasa o la velocidad. Una apelación al sentido común que probablemente no requiera una legislación demasiado extensa. O eso esperamos.