La semana pasada, España registró una incidencia de Covid menor a 50 casos por 100.000 habitantes: había entrado en riesgo bajo por primera vez en más de un año. Algunos expertos en Salud Pública saludaron la noticia y estimaron, optimistas, que las restricciones que todavía quedan podrían estar levantándose para navidades. Poco después, la ministra de Sanidad señalaba, tajante, que las mascarillas en interiores se mantendrían hasta marzo del año que viene.
La idea de mantener el uso de mascarillas durante un tiempo más prolongado no parece algo descabellado. Después de todo, y pese a los gritos absurdos de muchos negacionistas, no son perjudiciales para la salud (humana, la medioambiental ya es otro cantar). Incluso han mostrado su eficacia frenando la gripe durante el pasado invierno. A la vista de estos buenos resultados, algunas voces han clamado que las mascarillas 'han llegado para quedarse'.
En epidemiología, las cosas no son tan sencillas. Introducir un elemento nuevo, como las mascarillas, en una estrategia de salud tiene implicaciones que solo con el tiempo empiezan a conocerse. Y eso es lo que ha alertado el catedrático de Parasitología de la Universidad de Valencia, Rafael Toledo: mantener unas restricciones solo por el hecho de que han hecho bien en el pasado puede volverse en nuestra contra.
En un hilo de Twitter, el académico e investigador ha indicado que mantener estas medidas restrictivas para controlar también la gripe y el virus respiratorio sincitial puede ser contraproducente. "Convertiríamos enfermedades, en general, benignas en enfermedades graves para todo el mundo".
No solo eso, sino que estas enfermedades cambiarían su comportamiento y podrían dejar de ser estacionales, es decir, de darse únicamente en invierno. En verano ya se vivió esto, cuando empezaron a aumentar los ingresos de bebés por bronquiolitis causadas por el VRS. La Covid y las medidas restrictivas asociadas para frenarla habían desplazado la actividad viral unos meses.
"No estoy en contra del uso de la mascarilla", aclara Toledo a EL ESPAÑOL. "No voy a entrar en si se debe usar o no mascarilla, pero sí digo que el uso persistente y masivo tiene unas consecuencias y hay que hacer una valoración".
El parasitólogo no se refiere solo a los cubrebocas sino a otras medidas de limitación de la movilidad, si bien estas se han ido relajando más aunque siguen presentes, por ejemplo, en los grupos burbuja de los colegios.
La crítica de Toledo se basa en un principio muy sencillo. La adaptación del sistema inmune a los virus invasores no ocurre una única vez sino que se va modulando con el tiempo, de forma que las siguientes veces en las que se expone la gravedad de la infección es menor.
"El VRS es fundamentalmente grave en lactantes porque el niño se va inmunizando con los siguientes contactos. En el siguiente rango de edad lo sufren de forma menos grave; los del siguiente, menos todavía y los adultos a veces ni nos enteramos".
Esta adaptación del sistema inmune la comprobaron de la forma más dramática los indígenas americanos tras la llegada de los pueblos europeos, que trajeron consigo la gripe y la viruela. Sin ninguna defensa frente a estos invitados no deseados, la población americana quedó diezmada en las primeras décadas del siglo XVI, muriendo más del 90% de los habitantes.
Sin inmunidad frente a la gripe
El catedrático de Parasitología no está solo. Los CDC, organismos encargados del control de enfermedades en Estados Unidos, realizaron varios estudios donde se alertaba que la próxima temporada de gripe puede ser especialmente dañina por una posible reducción de la inmunidad debido al hueco que dejó el virus de la influenza el año pasado.
Así, personas mayores, con un sistema inmune más débil, al perder el refuerzo anual de la gripe, pueden quedar más expuestas a una enfermedad grave cuando no tenían por qué. Incluso individuos más jóvenes pueden llegar a verse afectados por formas severas. No obstante, se desconoce cuánto dura la inmunidad frente a la gripe, por lo que esta hipótesis tiene que ser demostrada.
En vista de esta incertidumbre sobre la próxima temporada de la gripe, de la que tampoco está muy claro qué cepas predominarán, la Asociación Española de Pediatría ha incluido en su recomendación de grupos a vacunar a todos los niños de entre 6 y 59 meses (cinco años), "como recomiendan la OMS y el ECDC (Centro Europeo para el Control de Enfermedades)".
Hay que indicar, no obstante, que algunas organizaciones se muestran críticas con estas recomendaciones puesto que quienes las elaboran tienen conflictos de intereses al haber colaborado anteriormente con las empresas farmacéuticas fabricantes de las vacunas contra la gripe.
Con todo, Toledo se refiere también a los efectos que puede tener una presencia reducida del virus respiratorio sincitial en los niños, y aventura un aumento de la edad en los ingresos por esta infección, ya que los menores no se han contagiado cuando 'tenían' que hacerlo.
El punto de equilibrio
Además, la poca exposición a otros microorganismos no patógenos también afectaría por inmunidad cruzada. Los epítopos (partes de las moléculas de los organismos invasores que reconocen el sistema inmunitario) pueden ser similares o compartidos con los patógenos, por lo que también sirven para entrenar nuestras defensas.
Lo visto este verano con las hospitalizaciones por VRS se puede repetir, abandonando la estacionalidad de estas infecciones, un concepto que no está tan claro, arguye el parasitólogo. "Es un equilibrio de muchas variables: el invierno favorece la transmisión, pero el hospedador también influye".
Así, un virus estacional genera una especie de inmunidad grupal durante los siguientes meses que hace que baje el efecto del microorganismo hasta que esta se desvanece y vuelve a hacer mella.
Con todo, no se tratará de una situación permanente. "El equilibrio se volverá a establecer, pero llevará un tiempo", afirma Toledo, que hace un llamamiento no solamente a aplicar el principio de precaución en el uso de medidas limitadoras, sino también "el de proporcionalidad".
¿Cuál es el punto de equilibrio, entonces, entre una prevención que evite contagios masivos (con el aumento proporcional en enfermedad grave y muerte) y la exposición suficiente para que la inmunidad no se pierda?
Toledo cree que la situación hasta ahora, con sus picos de hospitalizaciones por gripe en invierno -y sus miles de muertes atribuidas- se acerca bastante, "con una base de vacunas en la población de riesgo y una exposición normal".
Sin embargo, este pensamiento no es compartido por otros especialistas, como Salvador Peiró, investigador en Salud Pública de Fisabio. "Mejor alcanzar la inmunidad por vacunas inertes que por virus salvaje", opina.
Aunque no se muestra partidario de usar mascarilla en la calle y considera razonable que se vaya reduciendo su uso en interiores conforme la pandemia se vaya controlando, "si entras en un centro de salud, mejor que no haya gente tosiendo sin ella. En algunos entornos han venido para quedarse".
En esos entornos no figura el colegio. Como consideraba en Twitter el pediatra de Urgencias David Andina, "en algún momento debería revisarse la obligatoriedad de la mascarilla en los colegios por sus posibles repercusiones en el aprendizaje. En epidemias que provocan una carga de enfermedad en niños mayor que el Covid, como el VRS, nunca se ha planteado la mascarilla".
La permanencia de la mascarilla en algunos ambientes no se opone a la valoración de Toledo, que ve el peligro en un corte de raíz de las infecciones. Sin embargo, Peiró no espera que la situación de la gripe y el VRS sea tan dramática por efecto de las restricciones.
Donde sí se centra es en los aprendizajes de esta pandemia. "Hemos descubierto el papel de los aerosoles. Para estos, los elementos clave son la ventilación y la mascarilla, y han hecho un papel extraordinario, son una buena lección para otras enfermedades respiratorias. Si tuviéramos una de las epidemias de gripe que tenemos de vez en cuando, la mascarilla sería esencial, y la ventilación también".
Para el especialista en Salud Pública, la inmunidad cruzada con otros organismos no patógenos jugará un papel positivo, ayudando a entrenar ese sistema inmune no expuesto a los virus.
Con todo, llama a no confiar tanto en las proyecciones teóricas, "sino en lo que estamos viendo a cada instante y adaptarnos a ello". Después de todo, indicar que hay un equilibrio "cuando tenemos 5.000 muertes por gripe en un año normal y decir que la gente se contagie no tiene sentido".