Hablar con Carlos López Otín (Sabiñánigo, 1958) es hablar con una eminencia de la ciencia española. El catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo es uno de los científicos europeos más citados en su campo. Su trabajo, de prestigio mundial, ha permitido descifrar 60 nuevos genes en nuestra especie, ha desvelado el genoma de cientos de pacientes con cáncer y ha revelado algunas de las pincipales claves moleculares del envejecimiento y la salud. De hecho, es uno de los grandes sabios de la progeria, una rara enfermedad que convierte a los niños en ancianos. En su haber, más de 400 artículos científicos publicados en las más importantes revistas que han sido citados en miles de ocasiones, el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal, e innumerables reconocimientos.
Sin embargo, este genial investigador, que vivió en 2018 el año más oscuro de su vida, confiesa que a lo único que aspira es a ser recordado como "un profesor que trató toda su vida de aprender para enseñar". Algo tan sencillo y a la vez tan complejo. López-Otín presenta estos días Egoístas, inmortales y viajeras. Las claves del cáncer y de sus nuevos tratamientos: conocer para curar (Paidós), el tercer libro de La trilogía de la vida. Una saga que comenzó con lo que para él fue un libro de autoayuda, La vida en cuatro letras (Paidós, 2019), donde confesaba que llegó a plantearse el suicidio. "Había perdido mi ikigai, mi propósito vital", reconoce.
López-Otín dice que este tercer libro, cuyo primer manuscrito fue revisado por un ilustre nombre que aparece en la página donde se esconden los secretos, la de los agradecimientos, tiene otro color que nada tiene que ver con el negro de esos días. Cuando se apaga la grabadora, el científico hace una petición: "Pon, por favor, que éste en realidad es un libro que habla sobre la vida".
-Le voy a hacer una pregunta muy simple y a la vez muy compleja que se ha planteado mucha gente a lo largo de su vida: ¿Por qué existe el cáncer?
-Porque somos imperfectos. Porque la vida surgió de un acontecimiento extraordinario y único que primero condujo a vida unicelular egoísta, en donde no había ni enfermedades ni muerte ni nada que no fuera satisfacer el sueño de una bacteria de crear otra igual. Después, pasamos a la complejidad cuando decidimos usar una energía sobrante fruto de una estrategia maravillosa de transformar un gas tóxico, que entonces era el oxígeno, en energía. Juntamos células y de la complejidad surgió el altruismo, la diferenciación, el desarrollo, las múltiples capacidades e incluso, con el tiempo, la capacidad de pensar, sentir, hablar y soñar. Pero dejamos resquicios. Esos resquicios hablan de imperfección. El cáncer surge de la imperfección que toleramos para progresar en el árbol de la vida.
-"Estoy vivo, salgo a la calle, comienzo a caminar, miro hacia la derecha y a la izquierda, me doy cuenta de que por azar dos personas han acompasado sus pasos con los míos. Los observo, me observan. No los conozco de nada, pero sé que al menos uno de los dos desarrollará un cáncer a lo largo de su vida". Da miedo este arranque del libro.
-Nunca tuve miedo al conocimiento. El miedo es a la ignorancia. Ése es el miedo que me ha acompañado toda la vida. A la mía propia y, después, a la de los demás. Especialmente cuando personas muy ignorantes se creen capaces de poder hablar de cualquier cosa. Siempre recuerdo algo que suelo decir en clase: "Si sólo hablaran los que saben de un tema, se produciría un gran silencio en el mundo". Uno de los problemas que tiene el cáncer es que sigue siendo una enfermedad con estigma. Esto tiene que cambiar urgentemente. No se puede hablar en susurros de algo que afecta ya a una de cada tres personas y que afectará a uno de cada dos hombres.
No me da miedo el conocimiento, ni las enfermedades, ni la muerte. Ojalá me lleguen tarde. No creo en la inmortalidad. Esto es la densidad del miedo: saber que en esta habitación alguien tendrá cáncer. Lo que importa es cómo progresar hacia la curación, y, en esto, el progreso ha sido extraordinario.
-Dice usted que las células tumorales se asemejan a lo que contó José Saramago en Las intermitencias de la muerte: "Y al día siguiente no murió nadie". Ese libro planteaba un interesante debate. Venía a decir que el mundo no está preparado para que seamos inmortales. ¿Usted qué piensa? ¿Es deseable la inmortalidad?
-No, ¿cómo va a ser deseable? Es innecesaria, absolutamente imposible con el conocimiento actual, y el objetivo de la ciencia para mí es precisamente luchar contra la inmortalidad. Quienes son inmortales son las células tumorales, y lo que queremos es que no lo sean. Lo que queremos es que mueran todas. Mueren un millón de células por segundo. Hay 17 formas distintas de morir por dentro, de morir celularmente. Lo que queremos es que funcione. Por eso ha tenido tanto éxito la muerte: porque es necesaria para la vida. Por eso no aprecio la inmortalidad. Y como no la aprecio, la estudio. Yo estudio el cáncer porque estudio la vida. Estudio la inmortalidad porque quiero entender la vida.
-Hay por ahí un señor llamado José Luis Cordeiro, que dice ser profesor de la Singularity University, y asegura que "en 2045 no morirá nadie". ¿Qué le parecen estas afirmaciones?
-Me parece que son innecesarias. Yo conozco a Cordeiro, sé quién es, y sé que es una persona honesta. Quiero creer que todo esto fue en un momento de estimular la curiosidad para el conocimiento de otras cosas. Algo basado en deseos que tienen otras personas de vivir más. Lo que hay que hacer es vivir mejor. No creo que estemos preparados para vivir más de 120 años. Es imposible que en 2045 seamos inmortales porque en 2045 habrá 100 millones de pacientes con alzhéimer, una enfermedad que no tiene cura a día de hoy, en 2021. En 2045 no habrá cambiado sustancialmente. En ese año, en 2045, habrá unos 20 millones de diagnósticos de cáncer pese a que alguien diga que se ha descubierto la inmortalidad, y morirán más de 10 millones de personas pese a los avances en la ciencia.
Si te fijas en la literatura, que es donde uno tiene que aprender, porque los literatos son grandes intuicionistas, El inmortal de Borges bebió de un agua en una expedición y se volvió inmortal. El resto de su vida, durante muchos siglos, lo que quiso es ser mortal de nuevo. Al final, cuando lo consigue, bebiendo agua en otro arroyo, fue el día más feliz de su vida porque por fin era mortal. Hay muchos ejemplos.
-Antes me decía que, pese a tratar el cáncer tan de cerca, no tiene miedo a la muerte. ¿Tampoco a la enfermedad?
-El miedo es la primera cosa que crearon los dioses en el mundo. Los dioses del azar. El cáncer se nutre del azar. Y gran parte de los tumores se nutren del azar replicativo, de los errores replicativos. Sé que hay miedos. El cáncer genera muchos miedos. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Yo pregunto en clase cuál es la enfermedad que más vulnerables nos hace sentir y el 90% responde que el cáncer. Nadie responde la Covid. El resto, enfermedades neurodegenerativas. Ése es el panorama actual en medio de una pandemia.
¿Por qué tanto miedo? Miedo a lo desconocido, a lo que viene de dentro, al dolor, a los tratamientos que se convierten en un sufrimiento mayor que la enfermedad a veces. Miedo a saber qué nos pasó, qué hicimos mal. Porque nos convencemos de que algo hemos tenido que hacer mal, y no es así. En algunos casos, sí, pero eso lo sabemos todos y quiero creer que la sociedad actual lo escoge. El que fuma está escogiendo. Pero los tumores hereditarios no se escogen. Nadie escoge a su familia. Los tumores por errores replicativos son muchos más de la mitad. Entonces, no, no tengo miedo. Entiendo que las enfermedades provocan sensaciones muy tristes y muy negativas, pero lo que hay que hacer es confiar en el conocimiento y en la medicina: conocer para curar.
-Entonces, ¿a qué teme usted?
-Durante muchos años lo único que temía era perder la curiosidad y que eso me impidiera seguir dedicando todo el tiempo de mi vida a buscar el conocimiento, a compartirlo y a transmitirlo, que es lo que he hecho unos 60 años de mi vida. Fui a la universidad siendo un niño. Con 16 años me lanzaron allí, y seguí aprendiendo. ¿Qué temo? Ahora tengo algunos temores que comparto con mis alumnos.
El primer día de clase hago una encuesta en clase de Biología Molecular sobre cuáles creen que son las amenazas del mundo actual. Esta encuesta queda guardada hasta final de curso. Yo pensaba que dirían el cambio climático, los virus, las enfermedades… Todas estas respuestas existen, pero las que tuvieron más votos con distintas palabras fueron: las personas, los humanos, la humanidad, los políticos, la sociedad. Cinco respuestas en el mismo contexto. ¿Tengo yo miedo ahora al mundo? Sí. ¿A qué mundo? Al mundo de la perversión, al mundo del acoso, al mundo de la ignorancia. Sí, lo he generado. Espero que se me pase.
-Precisamente el primer libro de esta trilogía ahondaba en esto.
-Claro, La trilogía de la vida. Escribí los tres libros de seguido y quise abordar los miedos emocionales, por qué se pierde la felicidad… Todo esto son reflexiones. Pero en este libro, si te fijas en la dedicatoria, es a las perlas de Baily ["A las perlas de Baily, por lo que anuncian", puede leerse en el libro]. ¿Por qué? Porque anuncian el final del eclipse. El eclipse del alma.
-Usted dijo que el primer libro era un libro de autoayuda. En él confesaba que llegó a pensar en el suicidio.
-De autoayuda porque era un libro para ayudarme a mí mismo. Había perdido mi ikigai, mi propósito de vida. No tenía miedo, sólo a la ignorancia, y la combatía estudiando todos los días de mi vida. Yo durante más de 40 años de mi vida, todos los días de mi vida, me he levantado mucho antes del amanecer sólo para estudiar o leer. Estudiar es para mí leer un libro de Fernando Beltrán, por ejemplo, o ver una película emocionante o que me enseñe algo. Pero me di cuenta de que somos vulnerables a algo que yo no había vivido en mí mismo: la vulnerabilidad emocional. Ahora ya la conozco y ya puedo hablar con perfecta libertad de ello.
-¿Recuerda 2018 como el peor año de su vida? [En 2018, una extraña infección fulminó a los 5.000 ratones modificados genéticamente que Otín y su equipo custodiaban en su bioterio, con los que habían realizado decenas de experimentos. Poco después, algunas revistas retiraron distintos artículos científicos por "irregularidades"].
-Sí de una forma global, pero no como los peores días de mi vida. He tenido 9 días de los 14 que me corresponden de felicidad extrema. Y bueno, estoy atascado desde hace tiempo. He vivido recientemente días que me sobraban en la vida relacionados con aspectos personales. Muy duros. Pero estoy vivo. Cuando uno estudia la vida y especialmente el cáncer se da cuenta que el verdadero milagro es no tener cáncer. Es tan increíble que no tengamos cáncer enseguida que esto es una maravilla. Y luego ya no tener una enfermedad grave pasados los 60 me parece un prodigio. Y eso que ahora uno no espera ya grandes prodigios.
-¿Sabe ya lo que pasó con los ratones de su laboratorio?
-Pasó el eclipse. Pero se sabrá la verdad.
-Denunció una campaña de acoso en la universidad.
-Sí, pero prefiero ya dejarlo. Eso fue en el primer libro. Aquí, ya, algo pasará. Y si pasa, te lo contaré. A ti especialmente. Mejor no… Sobre todo, porque si hay una enfermedad que le cuesta hoy la vida a 100.000 españoles cada año, hablar de una cosa personal…
-Se lo pregunto de otra manera: ¿cómo ha cambiado su vida después de todo aquello? ¿Qué ha aprendido?
-He aprendido a tener miedo, a sentir la vulnerabilidad humana, tengo muchísima desconfianza de la sociedad, de las instituciones, y luego he aprendido a encontrar otras vías de comunicación. Me han leído muchos miles de personas y esto fue una sorpresa extraordinaria. La trilogía de una reflexión individual sobre la vulnerabilidad estaba destinada a ser un libro de ciencia que lee poquísima gente. En general, he aprendido a reconocer personas extraordinarias. He aprendido de lo que me cuentan otras personas y de lo que me escriben otras personas. Y sigo aprendiendo de mis alumnos. Estos es fundamental, tanto en las aulas como en los laboratorios. Todo es un aprendizaje, pero ojalá no tuviéramos que aprender de cosas que no deberíamos.
-¿Imaginó que alguna vez se convertiría en un investigador de prestigio desde una universidad tan pequeña como la de Oviedo?
-Quise ser profesor, y en la Universidad de Oviedo encontré mi primera gran oportunidad de serlo. Hace poco me dieron una grandísima distinción y me preguntaron cómo quería figurar. ¿Investigador? ¿Doctor? No, no. Profesor. El mayor privilegio que he tenido en la vida, el mayor, ha sido tener la oportunidad de enseñar durante 35 años seguidos a miles de estudiantes. Y después complementarlo con más de 500 charlas. ¿Esto qué me trae? El reconocimiento que me aportan los demás. Uno aprende siempre si escucha. Y, para mí, una de las claves de la felicidad es la observación: prestar atención a todo lo que te rodea.
-Habla usted a menudo de su ikigai, una palabra japonesa que significa propósito vital. ¿Cómo casa la ciencia con el orientalismo?
-Absolutamente. La ciencia es introspección. La ciencia que he practicado consiste, no en grandes alharacas, en grandes palabras, sino en pensar, imaginar el futuro. Cada cinco años nuestro laboratorio tenía que que cambiar de futuro técnico e ideológico porque si no nos quedaríamos atrás, y explorar cosas que no estuviera haciendo nadie o casi nadie. Y así ha sido. ¿Por qué se puede hacer esto? Porque tienes un ikigai, un propósito. ¿Cuál es el propósito? Conocer y ayudar a los demás. Hasta aquellos que puedan odiarme en lo más profundo no encontrarán el resquicio de decir que esto no es correcto.
Lo mismo que compartir las clases durante 35 años. Durante este tiempo no falté nunca ni a una sola hora de clase. Hay una apuesta de quién será el primer alumno que diga: "Carlos no ha venido a clase". Los momentos peores de mi vida, de baja por salud, yo creo que coincidieron a propósito, mentalmente, con el periodo de tiempo en el que no daba clase [sólo imparte docencia durante la mitad del año]. Si hubiera faltado a clase ya habría sido para mí la pérdida de todo.
Tener un ikigai es que el propósito de tu ciencia sea social. No es que la ciencia tenga que ser así ni muchísimo menos. Conozco muchos investigadores de cáncer que no han visto nunca un tumor, ni les interesa. Ellos trabajan en otro mundo. Me parece perfectamente legítimo. Para mí la ciencia no tiene ningún significado, ninguno, si no es para el beneficio social. Ninguno es ninguno.
-¿Y cómo casa la ciencia con Dios? Usted no es creyente.
-No, no soy creyente. Hay pocos investigadores que lo sean. Yo sí que me siento espiritual. ¿Qué significa esto? No veo la vida como algo reduccionista. La propia ciencia dice que el todo en la vida, en nuestro organismo, es más que la suma de las partes. Y en esas partes está el sentido de trascendencia. ¿Tengo yo sentido de trascendencia? No. Yo mismo no me siento trascendente. El día que me jubile, que a lo mejor es pronto, cogeré, cerraré la puerta de mi despacho, le daré al conserje la llave y desapareceré para siempre.
-¿Encontraremos el elixir de la juventud en algún momento?
-Espero que no. Es innecesario. Es irrelevante. Lo que tenemos que encontrar es el elixir que nos ayude a superar las enfermedades. ¿Cuántas enfermedades hereditarias hay? Más de 7.000. ¿De cuántas no conocemos la causa o el gen que desarrolla la enfermedad? Igual de 3.000. Esto es una vergüenza social para mí. ¿Somos capaces de enviar una nave a Marte y no somos capaces de eliminar un tumor microscópico que no se ve y curarlo? No me creo que la complejidad física del mundo exterior, del universo, sea infinitamente mayor que la nuestra. Lo más incomprensible del universo es que es comprensible. A mí se me ocurrió pensar: ¿será comprensible la vida? Lo más incomprensible de la vida es que es comprensible molecularmente.
-¿Cómo le gustaría ser recordado?
-Como un profesor que trató toda su vida de aprender para enseñar. Y con esa enseñanza compartir los misterios de la vida con empatía profunda hacia los demás.
-En los agradecimientos de este libro he encontrado un nombre que me resulta familiar: Letizia Ortiz.
-Sí, es una de mis alumnas. Fue una de mis alumnas. Yo tengo muchos alumnos. Tengo alumnos matriculados en la universidad o alumnos que acuden a mis charlas o a mis exposiciones públicas. ¿Por qué los llamo alumnos? Un asistente a una charla puede no ser nadie, pero si después recibes preguntas o has estimulado la curiosidad de una persona en plan "dónde puedo leer más", "dónde puedo saber más", siempre respondo. A la segunda tanda de respuestas algunos ya han satisfecho su curiosidad. Otros, no. Esos pasan a ser alumnos externos. Y entre los alumnos externos tuve la suerte de tener a Letizia Ortiz, después conocida por otras actividades, pero para mí es Letizia Ortiz, una de mis alumnas externas y he tenido la suerte de que su interés por las claves de la vida y de las enfermedades fue tal que se convirtió en lectora de mis manuscritos. Pocos lo son. Es un paso más.
A mí no me interesa que me lean sólo los expertos, eso por supuesto, pero con uno o dos expertos ya te dicen dónde has exagerado o dónde puede haber algo incorrecto. Pero los no expertos, los alumnos externos que se alimentan de la curiosidad y que no necesitan leer estos libros para nada o asistir a mis charlas para nada, estos son mis mejores lectores. Son los que me dicen: esto no se entiende, esto… Preguntas por Letizia porque igual te resuena su nombre. Pero tienen exactamente el mismo valor que otros aunque no tenga el mismo significado.
-Entenderá que me llame la atención.
-De hecho, podía haber aparecido en los agradecimientos de los dos primeros pero no quiso porque le daba apuro, no vaya a ser que me causara algún problema. ¡A mí! ¿Por qué? Porque es una persona acosada continuamente.
-¿La conoció en la presentación de su primer libro?
-No. Vino a la presentación de mi primer libro porque lo había leído. No había escuchado la presentación en la que se cuentan siempre cosas y por eso acudió, con la mayor discreción del mundo, porque recuerdo verla entrar y sentarse en la última fila y no sé quién fue capaz de identificarla y hacer una foto. Y esto me recuerda que hay personas que por su trabajo o por su vida están en el ojo público, pero para mí…
-Se ha convertido en una alumna importantísima para aparecer en los agradecimientos del libro que cierra la trilogía.
Sí, es una alumna importante por lo que representa para mí.