A Putin se le ha complicado la invasión de Ucrania y parece que no le ha sentado nada bien. Desde el primer momento, amenazó a las potencias occidentales con su enorme arsenal nuclear —Rusia posee 6.255 bombas de este tipo y, de ellas, tiene 1.625 desplegadas— si intervenían en su misión. El presidente de Rusia volvió a sacar el tema cuando Estados Unidos y la Unión Europea desconectaron a los bancos rusos del sistema internacional de pagos SWIFT.
Este martes varios submarinos nucleares rusos zarparon para hacer maniobras en el mar de Barents, cerca del Ártico, y este miércoles el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov advirtió que, de producirse una tercera guerra mundial, sería una "guerra nuclear devastadora". Eso sí, la OTAN no está respondiendo a estos encendidos envites de la misma manera: se ha mantenido en su promesa de no intervenir directamente, sino a través de sanciones económicas, deportivas y culturales.
Los analistas sugieren que las amenazas de guerra nuclear no llegarán a producirse porque, efectivamente, el panorama sería desolador para todos. Sin embargo, la crudeza con la que Rusia está atacando Ucrania tras resistir su asedio hace dudar a muchos sobre si, ante un aumento de la tensión, Vladimir Putin pulsará el botón nuclear con la misma falta de escrúpulos. El impacto de una bomba nuclear fue la pesadilla de la segunda mitad del siglo XX, ¿podemos prever qué pasaría en el lugar donde cayese?
Muerte en el epicentro
En la Historia ya se han producido dos impactos de bombas nucleares: los perpetrados por Estados Unidos en 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Además, el accidente que se produjo en 1986 en la central nuclear de Chernóbil —situada en territorio de la actual Ucrania— también supone un antecedente de los efectos de la radiación en las personas a corto, medio y largo plazo. El primer impacto de una bomba de este tipo es letal, pero sus efectos se pueden extender por décadas.
Tal y como se explica en este artículo de EL ESPAÑOL, los afectados por el epicentro de la explosión no tienen mucho que hacer. La detonación de una bomba nuclear tiene como consecuencia inmediata un potente resplandor cegador y una liberación de energía térmica que provoca quemaduras mortales en un amplio radio. La fuerza de la onda expansiva de la bomba también provoca muertes por el impacto contra objetos pesados. Las personas fuera de los primeros radios letales deben encontrar un refugio rápidamente.
Después del impacto comienza una lluvia radiactiva y es importante no encontrarse al aire libre: por tanto, debemos alejarnos de las ventanas y ocultarnos en una habitación interior y alejada de la azotea de la casa. Lo ideal es que nuestro refugio se encuentre bajo tierra. Según el anterior artículo, los expertos recomiendan que nos quedemos en el refugio durante entre 24 y 48 horas, que nos quitemos las capas de ropa superficial y que lavemos las partes de nuestro cuerpo expuestas.
77 años después
De todas formas, la radiación permanece en la zona del impacto y afecta a las personas que habitan en ella, a juzgar por las experiencias en Japón y en Ucrania. En el primer caso, se ha observado que los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki que se expusieron a la radiación tuvieron un mayor riesgo de desarrollar cáncer. "Solo tres años después de las bombas, el número de casos de leucemia entre los hibakusha [los bombardeados, en japonés] ya era superior al de las poblaciones no expuestas y el aumento de riesgo relativo (comparado con grupos de control) tendría su pico a los siete años", explica este artículo de El País.
Un estudio publicado en la revista Genetics apunta a que, en realidad, la mayor parte de estos hibakusha no desarrollaron cáncer: "la incidencia de tumores sólidos entre 1958 y 1998 en los supervivientes fue un 10% más alta, correspondiente a 848 casos entre los 44.635 sobrevivientes bajo estudio", resume la Agencia SINC. De todas formas, las personas más expuestas a la radiación presentaron un 44% más de riesgo de sufrir cáncer en esos 40 años.
Los resultados de este estudio pretendían acabar con la creencia de que la inmensa mayoría de las personas expuestas a este tipo de radiación desarrolla un cáncer o malformaciones. De hecho, en el artículo de El País explican que estos hibakusha han sufrido discriminación en su sociedad. En esta población, además, se han diagnosticado "daños en tejidos, problemas de riñón, infartos cerebrales, alteración del sistema inmunológico o ataques cardíacos", pero también altos niveles de ansiedad y estrés postraumático.
36 años después
En el caso del accidente de Chernóbil, las cifras son confusas. Actualmente se considera que las víctimas mortales directas de esta catástrofe fueron entre 30 y 50, pero el grueso de la mortalidad proviene del daño que provocó la radiación posterior. Las cifras de muertos varían en gran medida según la fuente, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha contabilizado 9.335.
Según este artículo de El Mundo escrito en el 25 aniversario del accidente de Chernóbil, los problemas de salud más destacados a consecuencia de la radiación fueron el aumento de los casos de leucemia —que se duplicaron entre la población expuesta a dosis muy altas—, el cáncer de tiroides —provocado por un consumo en la dieta de isótopos radiactivos de yodo— y el aumento de casos de cataratas entre los afectados —puesto que los ojos son uno de los órganos más sensibles a la radiación—.
Al igual que en el caso de Hiroshima y Nagasaki, la población superviviente de Chernóbil también ha hecho frente al estigma social provocado por la falta de información sobre las consecuencias reales de la exposición a la radiación. Esperemos que se confirmen los pronósticos de que la guerra nuclear quede en una amenaza hueca y el mundo no tenga que enfrentarse de nuevo a los horrores inmediatos y duraderos de este armamento.