El fin de la obligatoriedad del uso de la mascarilla en espacios interiores está generando dudas tras más de dos años de una pandemia por Covid-19 que no ha terminado. El propio decreto ley sigue recomendando su uso a "las personas con mayor vulnerabilidad ante la Covid", como son los mayores de 60 años, pacientes inmunodeprimidos o mujeres embarazadas, en situaciones en las que "se tenga un contacto prolongado con personas a menos de 1,5 metros de distancia".
Esta problemática se vuelve patente desde el momento en el que estas personas vulnerables, o simplemente aquellas que quieren una mayor protección, comparten espacio cerrado con otras que no están llevando la mascarilla. El "control del aire", con medidores de CO2 y una adecuada ventilación, sería una medida más efectiva que la del uso del cubrebocas, explicaba la viróloga del CSIC Margarita del Val en Onda Cero. Sin embargo, al acceder a un local o un entorno laboral, las medidas para garantizar la calidad del aire pueden no estar siempre garantizadas.
El dilema es aún mayor en otros países como Estados Unidos, en donde la Casa Blanca no ha conseguido mantener la mascarilla obligatoria en lugares como el transporte público al contrario que en España. Como ilustraba el periodista científico y divulgador Eric Topol, muchos estadounidenses están optando por mantenerla como compromiso personal de responsabilidad, pero recientemente The New York Times ha tenido que responder: ¿Sirve realmente de algo, si estoy rodeado de contactos estrechos sin filtrar en un avión o un vagón?
"Es cierto que las mascarillas funcionan mejor cuando todo el mundo los lleva a la vez. Cuando una persona la lleva, un porcentaje importante de las partículas infecciosas que exhalan se quedan atrapadas, cortando la expansión viral de raíz. Y con menos partículas virales flotando en el ambiente, las mascarillas de los demás tienen más oportunidades de bloquear las partículas que escapan". Es la famosa metáfora del queso gruyère: el virus se colará por los agujeros de una única loncha, pero si colocamos varias en paralelo -sumando la vacuna a las mascarillas y el distanciamiento-, las probabilidades de que lo atraviesen son mínimas.
FFP2 y buen ajuste
Ahora que no tenemos tantas 'lonchas' de queso entre nosotros y las partículas exhaladas por los demás, las mascarillas siguen siendo útiles, pero es importante aumentar su nivel de protección. La recomendación pasa por usar las FFP2 "bien ajustadas", una de las tareas pendientes para muchos desde el comienzo de la pandemia. Es importante que se amolde bien a la forma de nuestro rostro y no queden huecos abiertos por los que pase el aire. Una forma de garantizar esto, como ilustraba Topol en su selfie, es añadir una mascarilla higiénica adicional si no nos dificulta demasiado la respiración.
Según cita el diario, un estudio llevado a cabo por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU calculó que una mascarilla mal ajustada apenas bloquea un 7,5% de las partículas expulsadas por la tos de otra persona. Sin embargo, ajustándola correctamente y usando una segunda mascarilla, la protección podía aumentarse hasta un 83%. Del mismo modo, una FFP2 o equivalente bien ajustada podría suponer entre un 80% y un 90% de protección frente a las partículas aéreas según un estudio realizado en el metro de Tokio.
Por último, hay que recordar que llevar mascarilla también es un gesto de generosidad hacia los demás: el presidente de la Sociedad Española de Inmunología, Marcos López Hoyos pide llevarla a quien "tenga un cuadro vírico con malestar, fiebre o dolor muscular, aunque no sea Covid, porque así evitará infectar a otras personas". Ahora más que nunca es importante la "responsabilidad individual", explicaba, porque la pandemia "genera problemas cuando se le da la menor oportunidad".