Aunque todavía queda un mes para la llegada del verano, las altas temperaturas de este mes de mayo en España nos han dado un adelanto de lo que está por venir. Descansar durante algunas semanas, visitar nuevos lugares, bañarnos en el mar o en la piscina y, por supuesto, tomar el sol. En este sentido, lucir un buen bronceado es uno de los objetivos de muchos de los veraneantes para la vuelta a la oficina después del tiempo de asueto.
Seguro que has escuchado muchas veces eso de que el tono de moreno que se obtiene en la playa es más bonito y más dorado que el de la piscina o el de la montaña. Quienes así lo piensan suelen decir que es por el efecto de la brisa del mar o, incluso, por el yodo que se encuentra diluido en este agua. Pues bien, aunque muchos ya lo sospechaban, esta creencia no tiene ninguna base científica: no hay diferentes clases en el bronceado.
"Lo que hace que la piel se broncee segregando melanina es la radiación ultravioleta", explica Cristina García Millán, dermatóloga del grupo Pedro Jaén. Según esta experta, ni el yodo ni la brisa tienen efecto por sí mismos en el bronceado. "Lo que sí puede suceder es que la brisa de la costa rebaje la sensación de calor y haga que nos expongamos al sol durante más tiempo, haciendo que nos bronceemos más intensamente".
Radiación desigual
Es decir, lo único que nos hace broncearnos es exponernos a los rayos de luz ultravioleta del sol y no hay agentes externos que hagan que nuestra melanina se torne de diferentes tonalidades. Ahora bien, dependiendo de dónde tomemos el sol podemos estar expuestos a un riesgo mayor de quemaduras solares. Por esta razón, debemos tener en cuenta el lugar en el que nos encontramos para protegernos mejor y no sólo aplicándonos crema solar.
Los lugares más habituales para tomar el sol en verano son aquellos en los que también podemos bañarnos: como la piscina o el mar. "En alta mar debemos tener en cuenta que el agua refleja la radiación solar y actúa a modo de espejo; lo mismo ocurre en la piscina. De esta forma, corremos más riesgo de quemaduras solares", explica García. Esto supone un doble peligro según la experta: por un lado, el efecto lupa del agua aumenta la intensidad de la radiación solar y, por otro, el agua rebaja la sensación de calor y no percibimos que nos quemamos.
La arena de la playa también puede reflejar los rayos solares y quemarnos incluso debajo de la sombrilla. Pero donde la luz solar es especialmente dañina según la dermatóloga es en la montaña porque nos exponemos a la luz ultravioleta a una altura mayor, donde la capa atmosférica es más fina y nos protege menos. Por todo ello, la experta recomienda que, además de crema solar, nos protejamos del sol con "gafas de sol, ropa larga y sombreros o gorras que proyecten sombra sobre la cara y el cuello".
No hay bronceado seguro
Cristina García se muestra tajante: "el bronceado saludable o seguro no existe". Por eso, el consumo de las cremas con protección solar no deben acotarse al verano, sino utilizarse en invierno y durante los días nublados. El factor de protección de nuestra crema debe encontrarse entre el 30 y el 50, volver a darnos una capa cada dos horas —o menos si hemos sudado o nos hemos mojado— y no dejar de echarnos cuando estemos bronceados ni empezar a usar entonces una con un factor de protección menor.
"Después del verano apreciamos un repunte de las consultas por manchas en la piel —la radiación solar está ligada directamente a éstas y, además, agrava las de tipo hormonal— así como el empeoramiento de algunas patologías cutáneas, como el acné, la rosácea y otras dermatitis que empeoran en verano", explica la dermatóloga. Por eso, también recomienda no exponerse al sol en verano en las horas centrales del día, no utilizar cremas pasadas de fecha y echarse en el cuello, el dorso de la mano, el cuello y los empeines.
La relación de la exposición al sol en verano tiene una relación total con las enfermedades oncológicas de la piel. "La exposición a la radiación solar es la principal causa del cáncer de piel, incluyendo el melanoma. Además, el daño solar es acumulativo y la piel tiene memoria, de manera que las quemaduras solares y el exceso de exposición a la radiación ultravioleta se paga muchos años después", advierte García.