Cuarenta años con dolor son muchos años. Aunque se aprenda a convivir con él, aunque una se resigne a que los médicos le digan que no saben qué le pasa. Aunque la única actividad de la vida diaria que realmente le impide el dolor sea tejer, pero resulta que tejer le gusta mucho a la protagonista de esta historia.
De ella no se conoce el nombre, pero sí la edad y su nacionalidad. Es lo que figuran en el poster que han presentado en un congreso -el anual de la Sociedad Europea de Anestesiología y Cuidados Intensivos o Euroanaesthesia- un equipo de anestesiólogos y cirujanos franceses y armenios, que han trabajado juntos en la resolución de un caso que pone de manifiesto cómo algo tan común como un tumor puede tardar décadas en ser diagnosticado.
Porque la mujer llevaba 40 de sus 58 años de vida con un dolor importante en el dedo índice de su mano derecha; un dato importante, éste último, porque es diestra. Lo describió a sus últimos médicos -spoiler: los que la han salvado- en octubre de 2021, cuando acudió a la Clínica Wigmore, un centro médico de Ereván, la capital de Armenia. Además
Por supuesto, en cuatro décadas de dolor -que a ella le molestaba sobre todo para tejer-, la paciente ya había ido a muchos médicos. A todos les contaba lo mismo, sobre todo cómo era ese dolor: punzante-ardiente y acompañado de hormigueos en el antebrazo y el hombre derechos. Cuando hacía frío, aparecía más.
De su periplo médico, la mujer había obtenido dos diagnósticos, de los cuales había sido tratada. Uno era la enfermedad de Reynaud y, el otro, un neuroma. La primera es un trastorno poco frecuente de los vasos sanguíneos que afecta generalmente los dedos de las manos y los pies. Esta enfermedad provoca un estrechamiento de los vasos sanguíneos cuando la persona siente frío o estrés. Lo segundo es la regeneración descontrolada e ineficaz del tejido nervioso en una zona lesionada de un nervio periférico.
Diagnósticos erróneos
Ambos diagnósticos resultaron ser erróneos y, por lo tanto, los tratamientos prescritos no sirvieron para nada. De ahí que la mujer decidiera acudir a un hospital por enésima vez, aunque esta vez los médicos a los que iba a visitar eran distintos.
Toca ahora un poquito de Historia. Entre el 27 de septiembre de 2020 y el 10 de noviembre del mismo año hubo una guerra en Europa, una de la que se ha escuchado poco hablar. Se trata de la segunda guerra del Alto Karabaj, un conflicto armado entre las fuerzas armadas de Azerbaiyán contra Armenia y la República de Artsaj en la región del Alto Karabaj.
Fruto de esa guerra, el Gobierno francés decide establecer un programa de formación médica en Armenia, en el que participan tres hospitales universitarios del país. Especialistas de uno de ellos, el Hospices Civils de Lyon, acudieron a la Clínica Wigmore para formar a sus colegas armenios y juntos formar un equipo multidisciplinar, precisamente el que vio a la mujer del dedo.
El equipo estaba compuesto por un especialista en dolor, un cirujano de mano, un fisioterapeuta, un especialista en infecciones óseas y articulares, un microbiólogo, un neurólogo y un radiólogo. Ellos serían los que pondrían fin al tormento de la mujer y así lo van a contar en Milán, donde se celebra el congreso.
Lo primero, lógicamente, fue un detallado examen físico. Éste reveló que, más que el dedo, lo que le dolía a la mujer era la uña. En concreto, presionar sobre ella, acariciar el borde de la misma, aplicar hielo en su mano y sostener la mano hacía abajo producían en la paciente el mismo patrón de dolor que la actividad que ella asociaba al mismo, tejer.
Sin embargo, los especialistas vieron que levantar y sostener su brazo proporcionaba un alivio del dolor casi instantáneo. También le hicieron pruebas de sensibilidad al dolor, pero nada: sus niveles eran normales. Así que no se trataba de ninguna exageración.
Entonces, hubo algo que les llamó la atención. Una pequeña sección de la uña de su dedo índice derecho estaba ligeramente abultada y no sólo eso: también se veía más oscura que la uña circundante y ligeramente morada.
¡Eureka!
Pruebas radiológicas revelaron que había un ligero borde de la superficie del hueso debajo de la uña y, dentro del mismo, una masa pequeña y densa sin vasos sanguíneos en su interior. Fue el ¡Eureka! que necesitaban para sospechar un diagnóstico: un tumor glónico.
Se trata de un tumor raro, normalmente benigno y de tejidos blandos, más común en mujeres de mediana edad que en otros grupos. La mayoría se encuentran debajo de las uñas de la mano o del pie, pero pueden desarrollarse en cualquier parte del cuerpo. De hecho, hay descritos tumores glónicos en el pene y dentro del estómago.
Hecho el diagnóstico con cuarenta años de retraso, la solución llegó en apenas media hora. Treinta minutos de quirófano -en una operación, esta vez sí, llevada a cabo sólo por médicos armenios- fueron suficientes para extirpar el tumor, que resultó ser glónico, benigno y de apenas 5 mm de tamaño.
"El hecho de que la paciente no lograra en 40 años tener un diagnóstico correcto no significa que no hubiera especialistas que se lo hubieran podido dar, sino que probablemente ella nunca fue derivada a un buen especialista", explica a EL ESPAÑOL el especialista en dolor y anestesiólogo Mikhail Dziadzko, del Departamento de Anestesiología y Medicina del Dolor del Hopital de la Croix Rousse, Lyon, que formó parte del equipo multidisciplinario franco-armenio.
El médico no critica a sus colegas armenios, de los que piensa que tienen "todo el conocimiento", pero sí la comunicación que tienen entre las diferentes especialidades: "Tiene que mejorar", relató a este periódico.
"No hubo complicaciones de la cirugía y la recuperación de la paciente transcurrió sin incidentes. Cuando fue vista en una cita de seguimiento tres meses después de su operación, dijo que ya no tenía ningún dolor en el dedo. Pudo volver a su pasatiempo, tejer, y casi olvidar estos 40 años de sufrimiento", explicó también en un comunicado Dziadzko.
El médico comenta a este diario que la paciente "bendijo literalmente al equipo" que la diagnosticó y operó y que estaba "más que agradecida tras la cirugía".
"Los tumores glómicos son poco comunes y, aunque los cirujanos plásticos y de manos están familiarizados con ellos, pueden presentar un rompecabezas para otros especialistas. Esta paciente tenía un tumor de 5 mm que había estado creciendo lentamente durante más de 40 años. Su calidad de vida se vio afectada no solo por sensaciones dolorosas durante determinados gestos y el clima frío, sino también por la anticipación constante del dolor y la frustración por la incapacidad de resolver el problema a lo largo de las décadas", añadió.
"El origen del dolor de un paciente no siempre está claro. Sin embargo, en una situación desconcertante, un enfoque multidisciplinario que involucre a diferentes especialistas, como anestesiólogos, radiólogos y cirujanos, casi siempre ayudará a encontrar una solución", concluyó el experto, que presenta el caso en el congreso.