El pasado marzo, Henar salió del cine encantada: había visto The Batman. Su alegría, sin embargo, no era tanto por el filme como porque era la primera vez en mucho tiempo que había logrado ver una película entera, sin levantarse del asiento o ponerse a hacer otra cosa.
"Me frustraba porque no podía quedarme quieta un rato", explica. De niña, incluso llegaron a expulsarla de clase durante la hora de la siesta. Pero no fue hasta este año, ya cumplidos los 23, que acudió al psicólogo y supo lo que le pasaba: trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Abreviado, TDAH.
"Al principio solo pensaba que era alguien con mucha ansiedad", comenta a EL ESPAÑOL. A eso se le sumaba la falta de autoestima, el creerse una vaga o irresponsable porque no era capaz de prestar atención a algo, de olvidar cosas básicas: "Mis padres me regañaron porque se me olvidaron las llaves cuatro días seguidos".
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Ese despiste puede generar problemas más graves, como le ocurrió a Ana: "Hace dos años me dejé una sartén en el fuego, se prendió y acabé en la UCI, me quemé medio cuerpo". Con 43 años y diagnosticada hace algo más de una década, explica que el efecto de la medicación dura unas 12 horas y hay momentos, como al levantarse por la mañana, en que es como si empezara de cero.
"La sartén se te olvida mil veces, pero en la mayoría de ocasiones no pasa nada". Así explica la diferencia entre un nivel de despiste normal y cuando llega a convertirse en un problema. No ha sido el único que ha tenido Ana a causa del TDAH: "Hace diez años tuve un accidente de tráfico, no giré en una curva porque estaba despistada".
Asociado a la niñez, se considera que padecen TDAH el 2,5% de los adultos. Ahí la falta de atención y la impulsividad pueden jugar malas pasadas, desde problemas en el trabajo o en las relaciones familiares hasta acabar en trastornos más graves como la delincuencia (hay estudios que señalan que el 25% de la población carcelaria lo sufre), la adicción a sustancias (algo más de un 15%) o los intentos suicidio.
"Con la edad y la maduración, la hiperactividad suele moderarse, predominando en la vida adulta los síntomas de inatención e impulsividad", explica Guillermo Lahera, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá y jefe de sección de Psiquiatría en el Hospital Príncipe de Asturias.
Un inmenso alivio
Lo más llamativo, en cambio, es la coexistencia con otros trastornos mentales: hasta ocho de cada diez pacientes tienen a su vez ansiedad, depresión, alteraciones del ánimo… "En cualquier adulto con problemas de conducta e inestabilidad afectiva recomendamos preguntar acerca de sus antecedentes en la infancia de falta de atención, inquietud o impulsividad, porque podría tratarse de TDAH".
Esto es algo esencial: los adultos con TDAH han sido niños no diagnosticados, algo que tiene más frecuencia a partir de los 35-40 años. Además, tiene un fuerte componente genético-hereditario: mucho adulto con TDAH ha sido diagnosticado tras acudir a la consulta con su hijo por el mismo tema.
La psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón Marisol Roncero explica que, aunque hay muchos casos en que se ven alteraciones en el lóbulo frontal del cerebro de las personas con esta condición, no todas las tienen. La característica esencial es la alteración de la función ejecutiva: "El realizar una tarea pensándola".
La doctora recalca cómo muchas personas, al recibir el diagnóstico, ponen una cara de inmenso alivio. "Se alegran mucho: ya no son vagas o despistadas. Les da una explicación y un nombre a todo por lo que han pasado durante años y que nadie sabía explicarles".
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Ana confirma esa sensación: cuando diagnosticaron a su hija pequeña, ella vio que encajaba en esa misma categoría. Probó con varios psicólogos hasta que en una clínica psiquiátrica privada le confirmaron que ella también sufría TDAH, lo que le quitó un peso de encima.
"Entendía y asumía lo que me pasaba y por qué y, además, me permitió después encontrar herramientas que podía utilizar para evitar que me ocurriera tanto". La medicación habitual es el metilfenidato y la atomoxetina, un antidepresivo, pero también es eficaz la terapia cognitivo-conductual, que logra mejorar funciones ejecutivas de organización y planificación, el desarrollo de habilidades sociales o la resolución de problemas.
Henar no toma medicación porque, reconoce, su mayor problema es la impulsividad, que le ha podido causar algún que otro disgusto. "Hay cosas que si las hubiera pensado dos o tres segundos no las hubiera dicho". En alguna ocasión le ha podido suponer un problema, como cuando, durante las prácticas de Medicina (está estudiando el último año), le respondió rudamente a un neurólogo. "Veía que esa impulsividad se me iba de las manos, iba a 200 por la vida liándola parda. En ese momento me agobiaba mucho, me decía que qué me pasaba".
Estrategias para compensar
En cambio, el despiste ha sabido controlarlo mejor. Confiesa que siempre lleva un cuaderno y un bolígrafo encima para apuntar las cosas y que no se le olviden e incluso se pone alarmas para recordar que tiene que comer. "Con los años he ido creando estrategias muy cuadriculadas para gestionarme".
Incluso supo contrarrestar la incomidad que genera ese nerviosismo a nivel social. "Siempre estaba moviéndome, pintando, haciendo ruidito con el boli… En el cole aprendí a hacer cosas no molestas y me llevaba un anillo que hacía girar sin que hiciera ruido".
No todo es malo en el TDAH. Un estudio de 2018 clasificaba los aspectos que las personas con esta condición ven como positivas de su personalidad, y las respuestas eran asombrosamente coincidentes. Así, la intensa focalización en algo que les interesa, la capacidad para tratar la incertidumbre, el arrojo que demuestran ante las injusticias y la energía que les rebosa cuando hacen algo que les gusta eran comunes.
Henar y Ana lo corroboran. "Te abre una energía infinita cuando algo te importa", señala la primera. "Cuando me meto en algo, es muy a fondo. La medicina es súper vocacional, me puedo pasar horas estudiando y no me cuesta". Sabiendo gestionar, como ella dice, la parte que le dificulta el día a día, la fuerza que siente cuando algo le gusta es casi una bendición.
Ana agradece la creatividad y la capacidad resolutiva que tiene en momentos de presión, algo que el tratamiento no le ha quitado. "Lo que más noto es que ya no me embarco en proyectos sin pensar, en cosas que no voy a poder seguir". Y remata: "Si me quitan el TDAH, me quitan mi personalidad entera, porque todo va unido".