Del cáncer al alzhéimer: así son los "misiles" que están revolucionando la medicina del siglo XXI
Los anticuerpos monoclonales comenzaron a proliferar en los 90 y ahora son fundamentales para el tratamiento de numerosas enfermedades.
3 diciembre, 2022 03:40¿Qué tienen en común las últimas promesas contra el lupus y el alzhéimer, los medicamentos para infecciones víricas como las bronquiolitis y el SARS-CoV-2 y las terapias que han cambiado el pronóstico de cánceres como el melanoma? Todos son anticuerpos monoclonales y ninguno existiría sin el altruismo de los creadores de esta tecnología.
"La medicina del siglo XXI no se entiende sin los anticuerpos monoclonales". Así de tajante se muestra Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología, SEI. A primera vista se puede entender la relación con el sistema inmune del lupus, las infecciones e incluso el cáncer, pero quizá sea un poco más difícil discernir cómo es posible que funcionen frente a la demencia, como ha demostrado lecanemab esta semana tras darse a conocer sus resultados en alzhéimer, pero también frente a la osteoporosis o la migraña.
"La respuesta inmunitaria, es decir, la inflamación, está en toda patología y afecta a todos los órganos", explica el también jefe del servicio de Inmunología del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Santander. Apunta orgulloso: "La inmunología es el ejemplo más claro, en biología, de globalización, y cada vez conocemos mejor sus mecanismos".
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Así, estos anticuerpos sintetizados en el laboratorio (monoclonal significa que va dirigido a una única diana) son capaces de mediar en la respuesta inmune pero también de bloquear ciertas células para impedir que realicen una función específica. De ahí la razón de su éxito: "Son balas, misiles muy bien dirigidos".
Por eso también se utilizan para el diagnóstico, para detectar proteínas muy específicas dentro del cuerpo que den información a los sanitarios sobre qué medicamentos servirán para tratar una condición concreta.
Sin ánimo de lucro
Aunque no fue hasta finales de los 90 cuando comenzaron a proliferar, la historia de los anticuerpos monoclonales se remonta a la segunda mitad de los 70, unos años que marcarán la medicina del siglo XXI: es entonces cuando comienza a desvelarse las posibilidades de la genética y a idearse los primeros medicamentos biológicos.
El químico argentino César Milstein, que había huido de su país en los años 60 por la dictadura militar, había conocido al joven alemán Georges Kohler y, impresionado por su talento, le fichó para trabajar en su laboratorio de biología molecular en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido.
Con esfuerzo e ingenio pudieron unir una célula B, productora de anticuerpos, con otra procedente de un mieloma, un cáncer de células plasmáticas. La particularidad de las células cancerígenas, que se pueden multiplicar indefinidamente, y la especificidad de los anticuerpos producidos por la célula B (cuyo principal hándicap es que es finita) generaban juntas infinitas posibilidades.
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Milstein y Kohler serían reconocidos, junto al danés Niels K. Jerne, con el Nobel de Medicina en 1984. Decidieron no patentar su hallazgo –otras versiones dicen que fue la oficina de patentes la que lo negó por no ver una aplicación inmediata– y, de esta forma, pudo proliferar la investigación en todo tipo de anticuerpos monoclonales.
El primero de ellos apareció en 1986, muromonab, indicado para evitar el rechazo en trasplantes de órgano sólido. Tuvo que pasar más de una década para que llegaran aquellos que cambiarían el curso de enfermedades: rituximab en linfoma, trastuzumab en cáncer de mama e infliximab en enfermedad inflamatoria intestinal.
A principios del siglo XXI, el mercado de los anticuerpos monoclonales crecía a dobles dígitos y ya suponían 5.400 millones de dólares en ingresos. Antes de que finalizara la década estaban cerca de cuadruplicar esa cifra. En 2018, los fármacos biológicos (la inmensa mayoría de ellos son anticuerpos monoclonales) ya suponían más de la mitad de las ventas totales de medicamentos. En 2021, cinco de los diez fármacos que generan más ingresos eran de este tipo, según la consultora especializada Evaluate Pharma.
Porque, aunque se beneficiaron de que la tecnología no estuviera patentada, los anticuerpos monoclonales son fármacos caros. "Son caros por todo el desarrollo de conocimiento y estudios clínicos que llevan detrás", afirma Marcos López Hoyos. Y aunque muchos de ellos ya cuentan con biosimilares (versiones que otros laboratorios hacen tras la liberación de la patente de un medicamento concreto), su precio se mantiene en cientos o miles de euros.
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Con todo, hay patologías en que suponen casi todos los tratamientos disponibles. "En artritis reumatoide no llega al 100% pero es un número muy elevado, y se ha demostrado que su administración temprana mejora mucho el pronóstico de estos pacientes", comenta el inmunólogo.
Rodrigo Sánchez-Bayona, oncólogo del Hospital Universitario 12 de Octubre, estima que los pacientes de cáncer que pueden aprovecharse del tratamiento con anticuerpos monoclonales en algún momento de su enfermedad suponen entre un 25 y un 30% del total.
"Han supuesto un cambio de paradigma en la manera en la que tratamos el cáncer. La quimioterapia es un tratamiento eficaz pero muy poco selectivo en cuanto a que sabemos que no hay dos tumores iguales y, sin embargo, la quimioterapia es la misma para todos".
En cambio, estos medicamentos son capaces de reconocer qué tumores expresan determinadas proteínas y atacarlos. Algunos fármacos recientes reúnen el efecto destructivo de la quimioterapia y la especificidad de los anticuerpos monoclonales en terapias altamente eficaces.
Un tamaño gigantesco
Sánchez-Bayona, que también es secretario científico de la Sociedad Española de Oncología Médica, considera que todavía quedan pasos por dar para identificar mejor qué pacientes se pueden beneficiar de estos tratamientos, mejorar su perfil de efectos secundarios y, sobre todo, "integrar estos fármacos, que suelen tener un coste elevado, de una manera sostenible para el sistema. Es la otra toxicidad, a veces llamada toxicidad financiera".
La farmacéutica Piedad López, miembro del grupo de enfermedades inmunomediadas de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria, añade un dato que ayuda a entender la complejidad de estos fármacos: un anticuerpo monoclonal es 10.000 veces mayor que una molécula de un producto desarrollado por síntesis química, como puede ser la aspirina.
También abre la complejidad de estos fármacos a otro campo: la vía de administración. Por lo general han sido siempre por vía intravenosa –"nunca vamos a tomarlos por vía oral"–, lo que obligaba al paciente a acudir cada cierto tiempo al hospital de día a que se lo administraran.
Pero ahora están surgiendo formas intramusculares y hasta subcutáneas, con plumas precargadas de un solo uso. "El paciente tiene que aprender a manejar estos medicamentos aunque no sean duchos en la materia", reconoce.
Su complejidad y, no lo niega, su precio, también está forzando a cambiar la forma de medir los resultados de los medicamentos. Hoy en día, el proceso de entrada de un medicamento de este tipo en la sanidad pública es más complicado porque la Administración se tiene que asegurar que funciona al paciente al que se lo da. Si no funciona, no se le pagará el precio completo al laboratorio farmacéutico.