Un nuevo caso de infidelidad acecha al Palacio de Buckingham. Según la prensa británica, el príncipe Guillermo pasó la noche de San Valentín con una amante, Rose Hanbury, examiga de Kate Middleton. El heredero y Hanbury habrían sido vistos disfrutando de una cena romántica a espaldas de Middleton, lo que confirmaría los rumores que desde 2019 se vienen aireando sobre una supuesta crisis de pareja. Guillermo, al igual que su padre hizo con Diana de Gales, habría engañado a su mujer.
A la vista del escándalo, son muchas las voces que hablan de un supuesto gen de la infidelidad, que hace que los hombres, por un impulso de la naturaleza, estén condenados a engañar a sus mujeres. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? ¿La lealtad a una pareja está determinada por nuestra condición genética? ¿Qué dice la literatura científica al respecto?
Basta con echar un vistazo a los estudios publicados hasta la fecha para comprobar que los científicos no han considerado un digno objeto de estudio la infidelidad. Tampoco han sido capaces de demostrar de manera fehaciente su vinculación con los genes. Sí que existen trabajos en los que se apunta a determinadas variantes genéticas como las culpables de que una persona tenga mayor probabilidad de serle infiel a su pareja, pero la evidencia es realmente débil.
"No hay una evidencia considerable como para establecer una relación entre genética e infidelidad". Quien habla es el catedrático de Genética de la Universidad de Valencia Manuel Pérez-Alonso. El experto confiesa que no le sorprendería que en unos años se publique algún descubrimiento al respecto, sin embargo, apunta que la genética nunca será la culpable al 100% de que una persona tenga una relación extramatrimonial. "No hay que olvidar que en el comportamiento humano hay un rango de decisión que va más allá de la genética".
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Desde el punto de vista genético, los únicos alelos que se han vinculado con la infidelidad son el 7R+ y el 334. Tal y como explica Pérez-Alonso a EL ESPAÑOL, investigaciones posteriores —que se han realizado en otras condiciones geográficas y sociales— no han encontrado evidencia alguna de que ambos alelos garanticen una mayor predisposición a ser infieles.
El catedrático de la Universidad de Valencia, que prefiere hablar de influencia genética y no de causa genética, tampoco entiende que los patrones de herencia genética sean tan sencillos como para que de un progenitor promiscuo aparezca un hijo con este mismo rasgo.
Evidencia en un futuro
La primera variante genética que se asocia con la infidelidad se encuentra en el gen DRD4, y se conoce como 7R+. Este alelo también se ha vinculado en anteriores estudios con la adicción al juego y al alcohol. En esta ocasión, el trabajo dirigido por el catedrátrico Justin R. García, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Nueva York, ofrece una 'excusa genética' en el alelo 7R+ para aquellos que hayan tenido una relación fuera de su matrimonio.
Para llegar a la conclusión de este trabajo que se ha publicado en la revista PLOS One, los científicos reunieron a un total de 181 voluntarios a los que sometieron a un exhaustivo cuestionario sobre sus hábitos sexuales para después tomarles muestras de su ADN. Los resultados demostraban que aquellos que portaban el alelo 7R+ habían sido más infieles en su vida: la mitad de los que portaban esta variante genética frente al 22% de infieles que no la tenían.
No es el único gen que —según no muchos estudios, eso sí— convertiría a los hombres en seres poco propensos a garantizar la fidelidad durante sus relaciones. Así, el segundo motivo genético para justificar una infidelidad sería el alelo 334, como revela este estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
A esta conclusión llegaron los investigadores del Instituto Karolinska de Suecia tras haber analizado a un grupo de población mayor que en el caso de la Universidad de Nueva York, 1.100 personas. Esta cifra era la resultante de haber seleccionado, en concreto, a 550 hombres gemelos suecos y sus correspondientes parejas.
En el grupo de los varones existía una particularidad. Y es que el 40% de ellos portaba una o dos copias del alelo 334. Tener esta variante no era un buen indicativo para sus acompañantes, pues los hombres con el alelo 334 duplicaban la probabilidad de haber tenido una relación fuera del matrimonio durante el último año, en comparación con los hombres que no poseían esta variante.
Ambos estudios no dejan de ser observacionales y, como indica Pérez-Alonso, que haya variaciones genéticas que influyan en este comportamiento no significa que se pueda realizar una asociación entre ellos. "No podemos decir que la ciencia ha concluido que la infidelidad y la genética tengan una correlación directa".
Mayor deseo sexual masculino
En este sentido, la literatura científica sí que ha llegado a una clara conclusión: el deseo sexual de los hombres es mayor que el de las mujeres. Así lo corrobora un análisis que ha tenido en cuenta los resultados de 211 estudios sobre el deseo sexual. El estudio, que se publicó en la revista Psychological Bulletin, demostraba que los varones no solo pensaban y tenían más fantasías sexuales, sino que también se masturbaban con una mayor frecuencia.
Como apunta el autor del estudio, el estudiante de doctorado en Psicología en la Universidad de Saarland en Saarbrücken (Alemania), una cuestión clave en la sexualidad es el deseo sexual de los individuos. Un indicativo de ello es la frecuencia media de las relaciones sexuales. Sin embargo, en este aspecto no encontraron diferencias de género.
De la opinión de los más de 600.000 participantes que se tuvo en cuenta, los hombres sí que declararon tener más relaciones sexuales de una noche. Y no solo eso, ya que también confesaron que habían tenido un mayor número de parejas durante el último año, en comparación con ellas.
Los investigadores son conscientes de que no se pueden extraer conclusiones de causa-efecto, pese a haber analizado más de 200 estudios. E incluso creen que las diferencias de género podrían deberse a "las respuestas sesgadas de los participantes". Y es que, como recuerda Pérez-Alonso, los genes pueden tener una cierta influencia —más o menos fuerte— en nuestro comportamiento. "Pero nunca vamos a poder decir que estamos determinados al 100% por la genética".