Están íntimamente asociadas en el imaginario colectivo: desde la absenta para Toulouse-Lautrec y los bohemios franceses del siglo XIX hasta el LSD para Steve Jobs y los prohombres de Silicon Valley. La relación entre las drogas y las profesiones creativas ha sido ensalzada desde tiempos inmemoriales e incluso algunos han justificado la genialidad de William Shakespeare a su uso pionero del cannabis. Pero desengáñese: si quiere expandir su creatividad hasta límites insospechados, las drogas son la peor forma de hacerlo.
No es que sea la peor sino que su efecto en la creatividad es entre escaso y nulo, según un meta-análisis de 84 estudios publicados desde el año 2000 que han llevado a cabo Paul Hanel, psicólogo de la Universidad de Essex (Reino Unido), Jennifer Haase, científica computacional de la Universidad de Humboldt de Berlín, y Norbert Gronau, informático de la de Postdam (también en Alemania).
En total, los estudios sumaban algo más de 4.500 participantes y 12 métodos distintos divididos en dos categorías: los de entrenamiento y los de manipulación cognitiva. El 70% de los participantes que utilizaron al menos uno de ellos mostró beneficios tras la intervención.
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Las drogas, que pertenecen a este segundo grupo, fue la única estrategia que no se mostró efectiva para hacer al personal más creativo. En cambio, lo que más potenciaba la creatividad fue, por el lado de los entrenamientos, las formaciones de carácter complejo; y, por el de la manipulación cognitiva, la meditación y la exposición cultural.
Otros métodos como la actividad física, la estimulación sensorial, la estimulación cerebral directa o técnicas de conciencia de la creatividad eran menos eficaces que los anteriores pero, aún así, se mostraban superiores al consumo de drogas.
Más allá del uso de drogas potenciadoras de la creatividad, los autores destacan que los métodos de entrenamiento potencian las capacidades creativas en el largo plazo, mientras que los de manipulación lo hacen de forma puntual. Sin embargo, la creatividad se comporta como un músculo: si no se pone en práctica, se deteriora.
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Por eso, los autores creen que su trabajo puede ayudar a las instituciones en las que la creatividad juega un papel importante (como las universidades) para que decidan si les merece la pena implantar programas formativos exhaustivos, que consumen más recursos pero son más efectivos, u optar por medidas puntuales como sesiones de meditación y otras técnicas, más sencillas y baratas de establecer.
La creatividad es un valor al alza. En un momento en que el auge de la inteligencia artificial pone en la picota una gran cantidad de puestos de trabajo al mismo tiempo que replantea la importancia de las capacidades humanas, la capacidad de producir algo nuevo y útil (la definición más sencilla de creatividad) cobra gran importancia.
De hecho, cada vez más instituciones ponen la creatividad en un lugar central de la educación. Así lo ha hecho la OCDE, que desde el año pasado incluye en su famoso informe PISA (que mide el rendimiento académico en matemáticas, ciencia y lectura) una evaluación de la creatividad.
Auge de las drogas psicodélicas
Con todo, Paul Hanel y sus compañeros son conscientes de que no hay nada definitivo cuando hablamos de creatividad. Primero, porque la variación del tamaño del efecto es más que notable entre los estudios analizados (eligieron situar el punto de corte en el año 2000 pues desde entonces no se realizaba ningún meta-análisis sobre esta temática).
Segundo, porque todo depende de qué y cómo se mida la creatividad. Los autores del estudio, que ha sido publicado en la revista Psychology of Aesthetics, Creativity and the Arts, han usado un modelo de las cuatro 'pe' para acotarla: persona, proceso, producto y presión (ambiente).
Incluso en el campo de las drogas no está todo dicho. El auge de los estudios sobre los efectos de psicodélicos como el LSD o la psilocibina (el principio activo de los hongos alucinógenos) es muy reciente pues su prohibición hace 50 años impidió continuar con las investigaciones abiertas hasta entonces.
Ahora, sin embargo, están viviendo un renacimiento y está en auge –en Silicon Valley y los entornos emprendedores– la moda de la micro-dosificación: el consumo periódico de cantidades muy pequeñas de estas drogas, de forma que mejoren el estado de ánimo sin llegar a provocar el 'viaje'.
No obstante, las conclusiones del estudio son sólidas en lo que respecta a otras formas de creatividad, entiéndase como una creación artística o como una forma de solventar problemas. Parece mejor visitar una exposición o practicar el mindfulness que imitar a Charles Bukowski.